Nada en el mundo me aventaja.
Como las perlas al collar ensartadas
todos los seres de mí dependen.
Yo soy la luz en el sol,
la plegaria en los libros sagrados,
el aroma en las flores,
el esplendor en la luz,
la vida en todas las cosas
y la eterna semilla del universo.
Yo soy el espíritu de la creación,
su principio, su medio y su fin.
En cada especie soy la más noble:
entre los astros soy el sol;
entre los elementos, el fuego;
entre los montes, el Himalaya;
entre las aguas, el Océano;
entre los ríos, el Ganges;
entre las serpientes, la eterna serpiente
que se enrosca alrededor del mundo;
entre los caballos,
el que nació de la espuma del mar;
entre los conductores de carros
soy el conductor de los carros celestes,
y entre las palabras soy la palabra divina
Yo soy la penitencia de los ascetas,
Yo soy la penitencia de los ascetas,
la regla de acción de los que desean la victoria,
el silencio de los secretos,
la ciencia de los sabios
¿Qué más he de decirte de esta ciencia infinita?
Cuando hube hecho descansar todas las cosas
sobre una sola porción de mí mismo,
el mundo quedó constituido.
Esas elocuentes palabras las dirige en el Bhagavad Gita el dios Krishna al joven Arjuna, quien embriagado por el celestial favor pide imprudente al dios de los ojos de loto que le permita contemplarle en su forma soberana. Cediendo a sus deseos, Krishna se trasfigura.
- Si en el cielo (dice el poema) brillase de improviso la luz de mil soles, sería comparable al esplendor de ese dios magnánimo...
Entonces, lleno de estupor, erizados los cabellos, el guerrero humilló la frente, juntó tembloroso las manos y adoró.
- Si en el cielo (dice el poema) brillase de improviso la luz de mil soles, sería comparable al esplendor de ese dios magnánimo...
Entonces, lleno de estupor, erizados los cabellos, el guerrero humilló la frente, juntó tembloroso las manos y adoró.
Luego, inclinándose poseído de religioso terror, dijo: