viernes, 8 de junio de 2018

EL CALENDARIO, DIOSES Y CREENCIAS RELIGIOSAS DE LOS MAYAS


En sentido estricto, el nombre de maya se refiere a los indígenas del Yucatán y a su idioma; pero el término se amplía cuando se refiere a los pueblos prehispánicos existentes en todo el territorio de los actuales El Salvador, Guatemala, Honduras, las partes orientales de los estados mexicanos de Chiapas y Tabasco, así como los de Campeche y Yucatán, y el Territorio de Quintana Roo (México).

La gran familia maya, que comprendía muchas ramas, sufrió una evolución histórica distinta según los lugares que ocupó. Nunca estuvieron sometidos sus pueblos a una autoridad política común, lo que entorpece la tarea de resumir su historia.

Tras los "premayas", que surgen hacia el 1 000 a. de J. C., y se caracterizan por la construcción de las pirámides en terrazas de Uaxacatún y Yucatán, aparecen (320 d. de J. C.) las ciudades del valle de Usumacinta, Yaxchilán, Palenque, etc., cuyas manifestaciones artísticas irradiaron hasta México.

Este período da paso a otro, un nuevo "imperio", de civilización no puramente maya, debida a la aparición de tribus llegadas del norte, de la que nacen Chichen-Itzá y Mayapán, y posteriormente Uxmal.

En medio de luchas intestinas entre las dinastías de las principales ciudades, se produjo a mediados del siglo XV de nuestra Era la dislocación de los centros mayas. En el mosaico del grupo maya figuraron pueblos como los lacandones, pipiles, nicaraos, huaxtecos, itzá, cocomos, etc., cuyas creencias religiosas, ritos y organización sacerdotal variaban sensiblemente entre sí, pero no de manera tan acusada que impida trazar un cuadro general, en el que quepan todos sin necesidad de recurrir a distorsiones.

Aparte las obras españolas del siglo XVI, y los Libros de Chilán-Balam, copias tardías de tradiciones anteriores a la conquista, las fuentes principales para el conocimiento de la civilización maya consisten en los datos que proporcionan las estelas y los restos arquitectónicos, sobre todo los templos.

 

Las estelas están cubiertas de escritura jeroglífica, de la que únicamente han sido vertidos con certeza los signos numéricos y calendéricos. A pesar de la falta de seguridad en cuanto a la traducción, proporcionan indicios cronológicos, al menos sobre la fecha inicial de la era maya, o sea el año 3.113 a. de J. C., que es siempre constante, deducida teniendo en cuenta que el sistema es vigesimal. Dichas estelas se han descubierto en Quiriguá, Sacchana, Piedras Negras, Copán, Palenque, etc. El número de templos descubiertos se acrecienta gracias a los esfuerzos de los americanistas.

Generalmente, consisten en un edificio construido sobre una pirámide de planta cuadrada, al que se subía por tramos de escalones. Se introdujeron en este patrón, de origen mexicano (como la pirámide del Sol de Teotihuacán), algunas variantes que le dieron personalidad propia. Entre ellos merecen citarse el Templo de los Guerreros de Chichen-Itzá, el Templo Rojo de Yaxchilán o el Templo del Enano de Uxmal.

Los mayas frente al tiempo

Los mayas tenían un calendario muy complejo, cuya finalidad era no sólo el cómputo del tiempo para establecer el paso de las estaciones, fijar las ceremonias y observar el movimiento de los astros, sino también determinar la suerte de cada hombre y el éxito o fracaso de una empresa. Quiere esto decir que el calendario puede poseer un valor doble : solar y ritual.

El solar, como el mexicano o azteca del mismo tipo, se componía de dieciocho meses de veinte días, que se completaban (para cubrir todo el ciclo del año natural) con cinco días intercalares, llamados "innominados" o "fantasmas". El calendario ritual, paralelo también al de los aztecas, constaba de doscientos sesenta días, distribuidos en veinte períodos de trece meses, de denominación compleja a causa de la dificultad del sistema numeral maya.


Este año ritual reunía los días de manera que los señalaba a la vez con una cifra y un nombre jeroglífico. Según él, y considerando el momento y el día, los sacerdotes (mejor sería llamarlos adivinos en este caso) podían interpretar cuál sería la suerte o el resultado, a base de presagios, de la actividad que se emprendiera, del niño recién nacido o del matrimonio recién contraído o que iba a celebrarse.

Dioses buenos y deidades nefastas

La religión maya se presenta como naturista y dualista. Hay dioses bienhechores relacionados con las fuerzas naturales (la tempestad, la lluvia, el viento, etc.) a los que se oponen divinidades maléficas e infernales, a quienes acaso representen los animales fantásticos o híbridos de hombre y monstruo. Todo ello parece aludir a una coincidencia de mitos y creencias de diferente origen, que se mezclaron en vez de superponerse. Agréguese a esta dificultad la que supone la existencia de la multiplicidad de nombres y atribuciones, y su diverso alcance según las tribus.

La deidad más importante fue, sin duda, Itzamna, señor del cielo, del día y la noche, relacionado con todos los cuerpos astrales. Era hijo de Hunab-ku o dios único y estaba casado con Ixchel, diosa del arco iris y de los partos.

Itzamna, al que se representaba con un solo diente o completamente desdentado, protegía a la débil divinidad del maíz e inventó el calendario y la escritura. Por lo tanto, equivalía al Quetzalcoatl de los aztecas. Los mitos le atribuían la fundación de Mayapán. A Izamal, centro de su culto, se efectuaban peregrinaciones desde el resto del país, que le honraba también dos veces al año: en el mes de marzo y el de agosto.

Kukulcán era un dios de origen azteca, al que simbolizaba una serpiente con plumas, animal que representa a otros dioses del panteón maya en las tribus meridionales, como Hurakán, señor del viento, cuyo nombre sustantivado se halla en los léxicos neolatinos. Las atribuciones de Kukulcán consistían en enseñar a los hombres la celebración de ciertas fiestas y el ayuno. Se consagra al bien de los mortales en general, aunque su papel primordial sea el de deidad del aire. Carece de esposa y de prole. La fiesta en que se le honraba tenía una duración de cinco días, que iban precedidos de ayunos, procesiones, danzas sagradas y oblaciones de comidas, y se creía que el propio dios descendía del cielo para asistir a los festejos, en los que en algunas partes se le ofrecían cuatro banderas de plumas.

Kinich-ahau, llamado asimismo Kinich-kakmó, era un dios solar, corrientemente benéfico; pero, en sus hipóstasis con Itzamna, se transformaba en una divinidad capaz de suscitar epidemias. Bajo este aspecto, se le ofrecía a diario, cuando el Sol estaba en el cenit, un sacrificio en el que devoraba las ofrendas. Se le representa a menudo armado para el combate, a fuer de dios de la guerra o de algún aspecto de ella. Equivale al azteca Uitzilopochtli.

Los cuatro Bacab, situados en las cuatro esquinas del mundo, se salvaron del cataclismo del diluvio y sostienen el firmamento sobre lo visible. Recibían los nombres de Zaczini o Zacal-Bacab, Hozanek o Ekel-Bacab, Kanzienal o Chacal-Bacab y Hobnil o Kanal-Bacab, y ocupaban respectivamente el norte, oeste, este y sur. En el transcurso de los años, cada uno de ellos reinaba en el primer día y, por lo tanto, en el resto de los meses, influyendo en los hechos y destinos de acuerdo con su personalidad:

Hozanek hacía que el año fuese catastrófico (y los ritos se intensificaban para aminorar su pésima influencia), Zaczini traía la sequía y la disputa, Kanzienal era benévolo y Hobnil el mejor de los cuatro.

El infierno o mundo subterráneo, Mitnal, estaba gobernado por Al Puch, dios de la muerte de torso y cráneo descarnados. En él estaba así mismo, según los lacandones, Kisin, el señor de los terremotos. Con ambos, especialmente con el primero, se asociaba Ek Ahau, la divinidad guerrera.

La suerte que tenían los mortales en el infierno o Mitnal derivaba de su conducta en el mundo de los vivos: se sometía, por ejemplo, a los malos a crueles tormentos; en cambio, los muertos en el combate se salvaban de él.

Un yaxché (ceiba) colosal arrancaba del suelo de la triste morada y se remontaba a los cielos. Por sus ramas escalonadas trepaban las almas, incluso las de los ajusticiados, una vez habían pagado sus culpas.

Había otras deidades de carácter inferior, aunque muy útiles al hombre, tales como las agrícolas, los Chac, de los que dependían los cultivos; Yuum Kaax, dios del maíz; Acanum, Zuhuy, Zipitabai y Zip, dioses de la caza, y Ahpua y Ahcitz Amalcum, de la pesca; Ah Bolon Tzacab puede identificarse con la fertilidad; Xochbitum y Pizlimtec protegían a los músicos y cantores; Ixtab era la diosa de los ahorcados, a quienes ayudaba en el Mitnal, etc. Todas estas divinidades y otras más tenían fiestas y ritos particulares.

Dentro y fuera del templo

Dada la riqueza del panteón maya, es de sospechar que los sacerdotes abundarían y disfrutarían de suma importancia, tanto fuera como dentro de los templos. Su intervención en la vida diaria, privada, de los seglares sería sin duda muy intensa, como se desprende de las noticias que se han reunido sobre ellos.

Había un sumo sacerdote, de cargo hereditario, a quien ayudaban en sus funciones otros doce de importancia menor; los trece componían el gran consejo religioso de la ciudad. Además del sacerdocio normal, existía otro especializado, al que competía vaticinar el futuro y servir de portavoz a las divinidades, y recibía por ello grandes muestras de respeto.

Una rama sacerdotal muy temida era la de los brujos y magos, que, aparte el desempeño de las funciones lógicas a tales cargos, hacían las veces de médicos. Otra clase, ésta superior, arrancaba el corazón a las víctimas y mandaba el ejército.

Los sacerdotes eran los depositarios de la ciencia y la religión, en las que adiestraban a los jóvenes destinados a sustituirlos con el tiempo. Las muchachas ingresaban en conventos de los que salían para casarse.

El maya venera y expía

Los mayas ofrecieron sacrificios a sus dioses por especial influencia de los aztecas, o sea en época tardía.

Los sacrificios podían ser humanos u ofrendas. Estas últimas consistían en tortas de maíz, manjares y bebidas. Una oblación especial era el maíz asado mezclado con copal. Al término de las ceremonias rituales, los sacerdotes consumían lo ofrecido.

Otra especie de sacrificio se efectuaba, como en casi todas las religiones, con inmolación de animales; cabían también el ayuno y las mortificaciones corporales que se inferían los fieles, hiriéndose las mejillas, los órganos pudendos, las orejas o cualquier parte de su cuerpo.

Los sacrificios humanos consistían en presentar víctimas (niños, esclavos, prisioneros) al dios. En el lugar del sacrificio, se les arrancaba el corazón con un cuchillo de piedra y después se les despellejaba para que el sacerdote se pusiera su piel. A veces se devoraba su carne en un banquete general. También se efectuaban sacrificios matando con flechas a la víctima. El dios así venerado era Itzamna.

Por el camino de la religión

Había cuatro ritos fundamentales en la religión maya: el bautismo, la confesión, el matrimonio y los funerales, que, como se ve, abarcaban los hechos más importantes de la existencia.

El bautismo se administraba entre el tercero y doceavo año de edad. Para llevarlo a cabo, el sacerdote, cuatro acólitos y el padre ayunaban durante tres días; luego el primero, vestido y tocado con plumas, purificaba la casa y todo estaba dispuesto para la ceremonia. Si el neófito era mayor, confesaba sus pecados, y siempre se asperjaba al bautizado, vestido de blanco; se consumían manjares y uno de los presentes apuraba una copa de vino en honor de los dioses.

La confesión se hacía en público o en privado, en caso de peligro de muerte y, como se ha visto, en el rito del bautismo. La segunda se efectuaba ante el sacerdote o cualquier persona mayor, y concernía a lo que los modernos llamamos crímenes y delitos, tales como el robo, el falso testimonio, también eran motivo obligatorio de confesión el adulterio y la falta de pudor.

Los mayas eran monógamos, pero disfrutaban de gran libertad para el repudio. El matrimonio establecía un lazo muy serio entre los cónyuges, aunque las ceremonias nupciales fuesen de extrema sencillez: bastaba que un sacerdote entregase la mujer al marido, después que los padres de los contrayentes habían negociado, con la ayuda de un intermediario los términos financieros del enlace.

La adúltera era castigada con el repudio y la infamia; el adúltero quedaba a merced del marido burlado. El estupro se penaba con la lapidación. Las viudas habían de observar un año de luto antes de contraer nuevas nupcias.

Los funerales estaban en relación con la categoría social del difunto. Los próceres eran incinerados y las cenizas colocadas en el interior de estatuas, cuya cabeza se cubría con la piel del occipucio del difunto; los humildes se enterraban cerca o dentro de las casas, con harina de maíz en la boca y piedras-moneda para pagar su manutención en el más allá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario