lunes, 18 de junio de 2018

LAS CASTAS Y LA TRIMURTI EN LA INDIA


Nada en el mundo me aventaja.
 
Como las perlas al collar ensartadas
todos los seres de mí dependen.
 
Yo soy la luz en el sol,
la plegaria en los libros sagrados,
el aroma en las flores,
el esplendor en la luz,
la vida en todas las cosas
y la eterna semilla del universo.
 
Yo soy el espíritu de la creación,
su principio, su medio y su fin.
 
En cada especie soy la más noble:
entre los astros soy el sol;
entre los elementos, el fuego;
entre los montes, el Himalaya;
entre las aguas, el Océano;
entre los ríos, el Ganges;
entre las serpientes, la eterna serpiente
que se enrosca alrededor del mundo;
entre los caballos,
el que nació de la espuma del mar;
entre los conductores de carros
soy el conductor de los carros celestes,
y entre las palabras soy la palabra divina

Yo soy la penitencia de los ascetas,
la regla de acción de los que desean la victoria,
el silencio de los secretos,
la ciencia de los sabios
 
¿Qué más he de decirte de esta ciencia infinita?
 
Cuando hube hecho descansar todas las cosas
sobre una sola porción de mí mismo,

el mundo quedó constituido.

Esas elocuentes palabras las dirige en el Bhagavad Gita el dios Krishna al joven Arjuna, quien embriagado por el celestial favor pide imprudente al dios de los ojos de loto que le permita contemplarle en su forma soberana. Cediendo a sus deseos, Krishna se trasfigura.

- Si en el cielo (dice el poema) brillase de improviso la luz de mil soles, sería comparable al esplendor de ese dios magnánimo...

Entonces, lleno de estupor, erizados los cabellos, el guerrero humilló la frente, juntó tembloroso las manos y adoró.
 
Luego, inclinándose poseído de religioso terror, dijo:
 

- Si, a tu nombre ¡oh dios de la luenga cabellera! el mundo se regocija y sigue tu Ley, los Rajaes despavoridos huyen por doquier y los Siddas se postran de hinojos adorándote. Y ¿cómo no adorarte ¡oh magnánimo! a ti, más venerable que Brama; a ti, el primer Creador, el Infinito, el Señor de los dioses, morada del mundo, manantial indivisible del ser y el no ser?
 
Tú eres la divinidad primera, el antiguo principio masculino, el tesoro soberano de este Universo.
 
Tú eres el Sabio y el Objeto de la ciencia y la morada suprema. Por ti se ha desplegado este Universo ¡oh tú, cuya forma es infinita!
 
¡Gloria, gloria a ti mil veces y repetidamente y sin cesar gloria a ti!
 
¡Gloria en tu presencia y detrás de ti, oh Universal! Dotado de fuerza infinita y de infinito poder, tú abrazas el Universo y así eres universal. Si, creyéndote mi amigo, te he llamado vivamente diciéndote:
 
- Ven, Krishna; acércate, hijo de Jadu; ¡amigo mío!; si he desconocido tu majestad por temerario o por celoso; si te ofendí en el juego o en el paseo, tendido o sentado, solo o en presencia de esos guerreros: Dios augusto e infinito, perdona.
 
Tú eres el padre de las cosas móviles e inmóviles y más venerable que un maestro espiritual. Nadie como tú; ¿quién podría aventajarte en los tres mundos, oh tú, cuya majestad no tiene límites?
 
Por esto inclinándome y posternándome imploro tu gracia, Señor digno de alabanzas: sé para mí propicio como lo es el padre para su hijo, el amigo para su amigo, el amante para su amada. Desde que he visto la maravilla que nadie pudo hasta ahora contemplar, mi corazón rebosa de júbilo, pero lo turba el espanto. Muéstrame tu primera forma ¡oh Dios! Sé para mí propicio. Señor de los dioses, morada del mundo


Y el dios le responde:

Por mi gracia, Arjuna, y por la eficacia de mi Unión mística has visto mi forma suprema, resplandeciente, universal, infinita, primordial, que nadie antes que tú había visto. Ni el Veda, ni el sacrificio, ni la lectura, ni las liberalidades, ni las ceremonias, ni las rudas penitencias, me harían visible a otro hombre que a ti sobre la tierra, hijo de Kuru. No te espantes ni te turbes por haber visto mi forma terrible: exento de temor y gozoso el corazón vas a ver de nuevo mi primera figura.

A estas palabras el magnánimo Vasudeva mostró a Arjuna su prístina forma y calmó su terror presentándose otra vez con sereno semblante.

- Ahora que veo tu forma humana y plácida ¡oh guerrero! recobro el dominio de mi entendimiento y vuelvo a encontrarme en el orden natural.

- Esta forma tan difícil de percibir (replícale Krishna) y que tú acabas de contemplar, los mismos dioses anhelan por verla incesantemente. Pero ni los Vedas, ni las austeridades, ni las larguezas, ni el sacrificio pueden hacerme aparecer tal como tú me has visto. Solo por medio de una adoración exclusiva, Arjuna, se me puede conocer en esta forma y verme en mi realidad y penetrar en Mí. Aquel que todo lo hace por mí, que me adora sobre todas las cosas y no tiene concupiscencia ni odio a ningún ser viviente, aquel viene a Mí, oh hijo de Pandu."


¡Qué hermosa declaración monoteísta! ¡Qué profunda concepción del Ser Supremo, de cuya voluntad omnipotente dimana todo lo creado! ¿No parece al leer esas elocuentes palabras que se oye resonar en las márgenes del Ganges el arpa de bronce de los profetas de Israel?

Profundos pensadores han llamado a la religión de los indios la revelación por la luz, y hay que convenir en que cuando tan sublime comercio llegó a tener el espíritu humano con el Eterno, el sol ya brillaba en el cénit, derramando cascadas de fuego sobre las privilegiadas comarcas que llamaron los persas Hindus s'Than y que, no obstante su inmensa variedad, se complacen todos en considerar como el jardín del mundo.

Sin embargo, la crítica ya encuentra en los pasajes del gran poema místico los desvaríos de un pueblo idólatra confundidos con la elevada noción de una divinidad única y providencial. Ese dios impersonal y abstracto se encarnó en Brama, a quien se atribuye la revelación de los cuatro Vedas o libros sagrados de la India, dedicados a sus cuatro castas de bramanes o sacerdotes, chatrias o guerreros, vasias o mercaderes y sudras o artesanos.
 
Aun así, la India adoraba en Brahma a un dios supremo y único; pero como a fuerza de tal, era éste principio y fin de todas las cosas, se analizaron las funciones del Eterno, y si como Creador se le llamó Brahma, considerándole como conservador del universo se le apellidó Vishnú y al mirarle como fuente de destrucción (hoy diríamos de trasformación)se le tituló Shiva, con lo cual quedó formada la trinidad índica, que ellos llaman trimurti, representando simbólicamente a su primera persona por medio de un círculo inscrito en un triángulo.
 
Lo decimos así, porque desde el momento que de este modo se enumeraron los atributos de la divinidad, quedó ella descompuesta en otras tantas entidades, de suerte que el primer paso hacia el politeísmo ya estaba dado.

Tan sencilla solución le ha bastado al entendimiento humano para poblar el universo de innumerables deidades. Propenso a buscar en las cosas una forma concreta y gráfica, huye por instinto de todo lo abstracto y metafísico en demasía, y de esta manera del dios fuerte, ha hecho el dios de la fuerza, personificándolo griegos y romanos en Hércules. Del dios soberanamente bello han formado el dios de la belleza cuyo tipo representaron en Apolo, etc., y así pudo con mucha razón decir un eminente filósofo que bien considerado, el politeísmo tiene por base un hecho tan sencillo como el de sustantivar los adjetivos que expresan los atributos de la divinidad.
 
 

 

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