«En el año y en el día de las nubes, incluso antes de que existieran los años o los días, el mundo estaba sumido en la oscuridad. Todo estaba en desorden y las aguas cubrían el lodo y el cieno que era la Tierra entonces».
Esta imagen es común en casi todas las historias sobre la creación de América. El hombre rojo creía que el globo habitable se había creado del lobo que surge de las aguas primaverales, y puede ser indudable que Nahua compartiera esta creencia.
Encontramos en el mito de Nahua dos creencias de naturaleza bisexual, anunciando a los aztecas como Ometecutli-Omecivatl (señores de la dualidad), que fueron representados como las deidades que denominaban el origen de las cosas, el principio del mundo.
Estos seres, cuyos nombres propios fueron Tonacatecutl y Tonacacivatl (señor y señora de nuestro género humano), ocuparon el primer lugar en el calendario, circunstancia que exigía que sean vistos como responsables del origen de todo lo creado. Fueron representados invariablemente como seres vestidos con ricas prendas abigarradas, símbolo de luz.
Tonacatecutl, el principio masculino de la creación o la generación del mundo, frecuentemente se identifica con el Sol o el dios del fuego, pero no hay razones para considerarlo simbólico de otra cosa que no sea el cielo. El firmamento es visto, casi universalmente, por la población aborigen americana como el principio masculino del cosmos, en contradicción con la Tierra, de la que piensan que posee atributos femeninos, y que indudablemente está personificado en este caso por Tonacacivatl.