martes, 2 de octubre de 2018

LA ORGANIZACIÓN DEL IMPERIO INCA


Jamás sospecharon los españoles que al adentrarse en el corazón del subcontinente sudamericano, encontrarían el vastísimo Imperio de Tawantinsuyo. Un imperio que se extendía desde el río Ancasmayo, en la actual Colombia, por el norte, hasta las riberas del río Maule, en Chile, por el Sur. Desde 2° Latitud Norte a 34° Latitud Sur. Un imperio que cubría más de cuatro mil kilómetros del litoral del Océano Pacífico y que se internaba hacia el Este atravesando desiertos, valles, montañas, hasta llegar a la selva amazónica y las pampas argentinas.

El imperio Incásico (o el Incario) se irradiaba hacia los cuatro puntos cardinales desde el Cusco, su pétrea capital andina. Desde la plaza Huaycapata, salía el camino del Inca en dirección al Hinchasuyu (Norte), al Contusuyu (Oeste), al Antisuyu (Este) y al Collasuyu (Sur). Un camino incaico que asombraba a los europeos que habían conocido las vías romanas. Esta ruta empedrada recorría la vastedad del imperio a través de desiertos, valles, selvas, montañas. Increíble obra de ingeniería y más increíble obra de organización.

Por su calzada corrían los chasquis (mensajeros) haciendo relevo de postas en los tambos (posadas del camino) y pucarás (fortalezas), llevando al Señor del Tawantinsuyo las novedades de su imperio desde los confines de los Suyus (puntos cardinales).
 
Este modelo de organización administrativa mantenía la cohesión del imperio a la llegada de los españoles.

Ese Imperio que estaba a la vista de los Conquistadores, encerraba millones de seres humanos, ciudades increíbles, palacios, templos, tesoros incalculables, historia, tradiciones, mitos y leyendas. Era un mundo nuevo para los españoles, pero muy antiguo para los pueblos que lo habitaban. Tanta riqueza encontraron, que la palabra misma "Perú", llegó a ser sinónimo de "oro" o "riqueza". Así se acuñó la expresión: "Vale un Perú", para referirse a algo muy valioso. ¿Pero qué imperio era éste que rebasaba con creces la ambición material y cultural de los conquistadores europeos?



Enorme validez adquiere esta frase cuando se desea saber la historia del Imperio Inca. Una fecha, 1527, divide el conocimiento histórico de los Incas de la nebulosa y vaga frase de "lo que se cuenta".

Antes de 1527 nadie puede estar seguro de nada en lo que respecta al pasado. Todo es tradición oral. No existen libros antiguos ni monedas estampadas como en la antigua Roma. Basados en esa tradición oral, los arqueólogos se han dado a la paciente labor de desentrañar el pasado. Así, encontraron antiguas culturas preincas: Chavín de Huantar, Mochica, Paracas, Nazca, Tiahuanaco, Chimú.
 
Aproximadamente varios miles de años antes de Jesucristo, el hombre había habitado la costa del Pacífico, había desarrollado una agricultura, domesticado animales y creado una hermosa artesanía en cerámica y tejidos. Todas estas culturas cimentaron la grandeza del imperio que encontraron los españoles en 1527. En su pasado, el mito y la leyenda se entrecruzan para dejarnos esa frase: "Lo que se cuenta...".

Es el Lago Titicaca, suspendido en el Altiplano, el centro del origen del mito. Sus aguas cubren más de 220 kilómetros de extensión de norte a sur. Veinticinco islas emergen desde ellas. Su litoral, cubierto de totorales, a veces se interna en sus aguas, como la península de Copacabana. Entre sus islas, sobresalen la Isla del Sol y Coati, la Isla de la Luna.
 
Según la contradictoria leyenda que cuentan los amautas (sabios de la corte del Inca), Viracocha, "El Hacedor de las Cosas", creó a los primeros hombres en las islas del Lago Titicaca o en Tiahuanaco. Los hombres creados por Viracocha para honrarle y servirle, cayeron rápidamente en el vicio y el orgullo. Indignado, Viracocha los maldijo. Algunos fueron transformados en piedra y otros en animales.

Después hizo caer sobre ellos el "Uno Pachacuti", "las aguas que cambiaron el mundo". Hombres y animales perecieron en la inundación. Algunos "quipocamayos", leedores de los "quipus", lectura cifrada en nudos hechos en cordeles, cuentan que se habrían salvado tres servidores de Viracocha.
 
Según otra leyenda, algunos indios contaban que los animales presintieron la catástrofe. Dicen que un mes antes, las llamas no quisieron comer y se apretujaban unas con otras mirando el firmamento. Preocupado por esto, el pastor que las cuidaba las interrogó. Las llamas le dijeron que mirase el cielo y que observara una pareja de estrellas. Que cuando viese que ambas se juntaban, el mundo sería cubierto por las aguas. Asustado el pastor por lo que le habían dicho las llamas, reunió a su familia y con sus hijos e hijas subió a la montaña Ancasmara. Desde su cumbre pudo ver cómo las aguas cubrieron la tierra toda. Al bajar las aguas, descendió de la montaña y con su familia dio origen a las tribus del Imperio.
 
Y otra leyenda cuenta que pasado este "diluvio", Viracocha se dio a la tarea de una segunda creación. En Tiahuanaco dibujó todos los pueblos que pensaba crear. Una vez terminada su labor, sopló sobre ellos y les ordenó dirigirse en las cuatro direcciones del mundo y poblar la tierra. Antes de partir, agradecidos los hombres de Viracocha, erigieron la ciudad de Tiahuanaco en homenaje a él.
 
El cronista mestizo Huamán Poma de Ayala recoge otra leyenda sobre sucesivas razas creadas por Viracocha: Los Primeros fueron los Huari Viracocha-Runa; luego los Huari Runa, gigantes vestidos con pieles de animales que construyeron casas redondas de piedra llamadas "pucullu". La tercera raza fueron los Purun-Runa, pueblo que habitó el litoral del Lago Titicaca. La cuarta fue la de los Auca-Runa, raza belicosa que construyó los "pucarás", fortalezas de piedra. A la época bélica de los Auca-Runa siguió el pacífico y laborioso reinado de "los hijos del sol", los incas y su pueblo quechua.

Viracocha abandonó Tiahuanaco en las márgenes del Lago Titicaca y avanzó al Norte, donde fundó la ciudad imperial de Cusco. Siguió su viaje al Norte hasta la línea del Ecuador. Allí se despidió de sus criaturas. Antes de partir, les dijo:
 
"Llegarán hombres que se harán pasar por siervos de Viracocha... ¡No creáis lo que os digan! Sin embargo, en tiempos muy lejanos aún, os enviaré mensajeros por el mar para que os instruyan y protejan. Serán hombres blancos, con caras barbudas. ¡Obedecedles!".
 
Los indios del Perú guardaron para siempre su agradecimiento a Viracocha por haberlos creado, y a las llamas, esos dulces animales del altiplano andino, por haberlos librado de "las aguas que cambiaron el mundo".

Según el visitador eclesiástico colonial, Cristóbal de Molina, era tanta la antigüedad que las leyendas atribuían a los Incas, que textualmente dice en su obra "Relación de las Fábulas y Mitos de los "Incas":
 
"Manco Capac y sus hermanos se vanagloriaban de haber surgido de Pacari-Tambo, la Cueva de las Apariciones, el primer día en que el Sol apareció en el Cielo. De ahí que se llamarán a sí mismos los Churi-Inti, los Hijos del Sol, y adorarán el dios Sol como su padre".
 

Allí, en el estrecho valle del Cusco, mediante un genio organizativo peculiar, se gestó el gran imperio de los Incas, en ese Cusco que es el lugar más antiguo habitado continuamente en América del Sur. Allí, también, los españoles conocieron la majestad de la estirpe incaica y la belleza de las ñustas, las princesas incas, y no dudaron en hacerlas sus esposas, como lo demuestra la propia existencia del Inca Garcilaso de la Vega.

Once nombres se habían sucedido en el Incanato a la llegada de los conquistadores españoles. Poco más de un siglo les había bastado para consolidar su inmenso Imperio. Conozcamos algo de él.

El Inca era el jefe absoluto del imperio. Una mezcla de dios carnado y de soberano. Era el Hijo del Sol. Su carácter divino le impedía tener contacto con seres ordinarios. Por tal razón su esposa oficial era su hermana de sangre y estirpe. Le estaba permitido tomar otras esposas, generalmente mujeres de alcurnia que pertenecían al "Aclla-Huasi", la casa de las elegidas, las vírgenes del sol.

Para acercarse a él había que hacerlo descalzo. Su traje realzaba su dignidad de encarnación del Sol en la tierra: traje de lana de vicuña, cetro de plumas, y sobre su cabeza, la mascapaicha. Sus utensilios eran de oro y plata y nadie más podía tocarlos.

Cuando el Inca moría, su momia se conservaba en el mayor templo de el Cuzco, el templo del Sol. El imperio se había conseguido con conquistas militares y se había consolidado con un riguroso orden administrativo. Para ello se había distribuido el imperio en cuatro provincias o "suyus", de acuerdo con los puntos cardinales.

Cada uno de los cuatro "suyus" estaba gobernado por un "capac" designado de entre los parientes cercanos del Inca reinante. Los hijos de los "capac" eran educados en el Cusco, donde eran una suerte de rehén del Inca. Los cuatro "capac" integraban un consejo supremo, gracias al cual el Inca podía ejercer su absoluto control de todas las posesiones territoriales.

A escala local, los habitantes estaban repartidos en muchas tribus que conformaban, por separado, clanes o "ayllus", unidos por lazos de consanguinidad. El "ayllu" era una unidad económico-social regido por un "curaca", una especie de juez supremo que, en caso de guerra, tomaba el mando de todo el "ayllu".

A las autoridades locales les estaba enconmendada la misión de distribuir el trabajo en la población. A unos se les asignaba la agricultura, a otros la construcción de carreteras, a otros la caza. Para organizar la distribución del trabajo se efectuaba un empadronamiento, según clase social, sexo y edad. No existía la propiedad privada de los medios de producción. Quienes trabajaban en las empresas públicas, eran mantenidos por el Estado. Lo mismo ocurría con quienes prestaban servicio en el ejército. El servicio militar era obligatorio. Así se mantenía permanentemente un ejército en armas.

La organización era básica en las expediciones guerreras. Antes de iniciar cualquiera acción contra un territorio ambicionado por el imperio, se efectuaba una campaña de concientización ideológica entre sus habitantes para demostrarles la conveniencia de la administración incaica y de la protección futura que recibirían. Si esta campaña no daba resultado, se procedía a la invasión militar.

Habitualmente mantenían la administración local de los clanes autóctonos, pero se les ponía bajo la autoridad administrativa del "capac". Se les imponía la religión del culto al Sol y la lengua quechua. Los hijos de los Jefes locales eran llevados al Cuzco para estudiar allí, de acuerdo con su categoría, pero, en realidad, era para contar con rehenes en caso de subversión. Si de todas maneras era resistida la administración incaica, se procedía al empleo del sistema del "mitimae", esto es, a trasladar a todos los habitantes a un territorio alejado del imperio. Simplemente, se "trasplantaba" a comunidades completas.

Entre los principales integrantes del Consejo Supremo del Inca, se encontraban los ancianos sabios, los "amautas", a cuyo cargo estaba la instrucción y educación de los jóvenes, y el Sumo sacerdote del Templo del Sol, el "Villac Umu", que debía ser siempre un hermano del Inca. La nobleza estaba integrada por los familiares del Inca y por los notables de las naciones conquistadas. De entre sus miembros se escogía a los funcionarios del imperio y a los delegados en las provincias. Se distinguían porque llevaban grandes orejeras de madera, razón por la cual los españoles les motejaron de "orejones". Los jefes militares debían pertenecer también a la nobleza.

El pueblo proporcionaba el elemento humano para el ejército, la agricultura y la arquitectura. Entre ellos también, según sus dotes, se especializaba a artesanos, alfareros y tejedores. Finalmente, existía una clase de esclavos libertos, provenientes de prisioneros de guerra y delincuentes que efectuaban los trabajos de servicios menores, los "yanaconas". Tal era, más o menos resumida, la estructura del imperio que encontraron los españoles. Pero este encuentro entre conquistadores e incas se iba a producir en trágicas circunstancias. Estaba por cumplirse la profecía de Viracocha...
 
 

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