viernes, 15 de junio de 2018

RA, AMÓN, MUT Y KHONSU


La mitología egipcia no parece más indígena que la lengua, ya que se encuentran en ella el simbolismo, el culto y la filosofía del Asia primitiva.
 
El fetichismo, tan natural a los pueblos africanos o por lo menos un naturalismo grosero fue probablemente el más remoto comienzo de la religión profesada en el valle del Nilo.
 
El sol, dispensador de la luz y de la vida, fue allí particularmente venerado; cuando sus adoradores se hubieron elevado a la concepción abstracta de la Divinidad, vieron su símbolo en el astro del día.
 
La palabra con la cual manifestaban la idea de Dios, Neuter, significa al mismo tiempo renovación, porque la renovación diaria del sol, prenda de eterna juventud, les parecía ser el atributo propio de la divinidad que el astro personificaba a sus ojos.
 
La salida y la puesta del sol, su nacimiento, su viaje diurno, su desaparición en el horizonte occidental del cielo, su paso nocturno por el Amenti o región infernal y su reaparición en el horizonte oriental del cielo, constituyen la trama de todo el drama mitológico de los egipcios.

En este drama solar todos los personajes del panteón desempeñan su papel menos uno, Ptah, que es precisamente el dios que Manetón coloca a la cabeza de la dinastía divina, y es que en efecto Ptah representa el poder cosmogónico creador del mundo a quien se llama en los textos: «el padre de los principios, el creador del huevo del sol y de la luna» y que su nombre significa "abrir" en egipcio como en hebreo. El dios abstracto de los egipcios es un ser único, sin segundo, infinito, eterno; de él depende lo que existe y lo que no existe; no se conocen ni su nombre ni su forma, tales son las palabras textuales de aquella teología.

 

Ese dios misterioso e inaccesible se revela por sus actos y se manifiesta en muchos papeles, cada uno de los cuales se ha designado con un nombre distinto, lo cual ha sido causa de que se forjasen con ellos otros tantos dioses; pero en cada uno de esos papeles particularmente denominados conserva dios la plenitud de sus atributos.

Los nombres de los dioses, dice M. Chabas, el sexo que se les atribuye y sus variados títulos no son más que fórmulas que se confunden en la unidad y la impersonalidad del dios único. Así, cuando aparece Egipto en la escena del mundo, es decir, después de los miles de años que necesitó el desarrollo de su civilización ante-histórica, ya es monoteísta; su politeísmo no es más que aparente.
 
Dios es el alma que anima a los personajes divinos y que reside (Khent nuteru) en ellos.

«Cuando se nos manifiesta por el sol se le considera no ya únicamente como foco de luz, sino también como fuente de la verdad que la luz revela; del mismo modo que emite la luz por su disco, emite la verdad por medio de la voz. Por lo demás, la verdad se confunde con Dios; es la sustancia divina; Dios la emite y se alimenta de ella, expresa el triunfo del bien sobre el mal, la armonía del universo salvado del caos y mantenido diariamente en equilibrio por la carrera del sol. Así que surge el astro en Oriente empieza el reinado de la verdad. La luz es el instrumento del cual se sirve Dios para comunicar a la materia inerte esa verdad de la cual es única fuente. Esa verdad la personificaron los egipcios en una diosa llamada Ma, que llevaba en la cabeza una pluma de avestruz. Como jeroglífico esta pluma sirve para escribir la palabra verdad y la palabra luz, doble fonetismo y doble simbolismo que conducen a una significativa ecuación de ideas.

»Dios no ha sido engendrado y es eternamente joven, porque se renueva engendrándose a sí mismo, esto es, produciendo en su propio seno otro ser como él. Para expresar esta idea de una manera comprensible y palpable se ha imaginado una divinidad femenina, duplicación del dios del cual recibe el germen fecundante y que concibe otro dios hijo, idéntico al padre: esta identidad está clara y brutalmente expresada por la calificación de Khem, de quien se dice que es el marido de su madre. Tal es el sentido de la triada.

»Como hemos visto, la unidad de Dios en nada podía menoscabarse por la multiplicidad de sus representantes, cada uno de los cuales era especialmente venerado en un nomo de Egipto, como Ammón en Tebas, Ptah en Menfis, Ra en Heliópolis, Khem en Coptos, Osiris en Thinis y Abydos, etc., y esas varias divinidades se hallaron muchas veces juntas en un mismo santuario.»


El sabio egiptólogo de quien tomamos estas importantes observaciones, nos explica también la triada tebana de Amón, Mut y Khonsu.

El primero era el dios supremo, la personificación del orden o ley de la armonía universal como el dios Zeus de los griegos.
 
Le representaban ya sentado y llevando en la mano el cetro con la cabeza de lebrel, ya andando con el collar en la garganta y cubierta la cabeza con la corona roja y dos grandes plumas sacadas de la cola del milano. Pendía de su cabellera una especie de cordón que le caía sobre los pies y le ofrecían vino e incienso.
 
Amón, quería decir en lengua egipcia, escondido o misterioso. Ra es el nombre con el cual designaban el sol y así Amón-Ra, parece ser la personificación del sol.
 
Esta divinidad es sucesora de Ptah creador de todas las cosas, o mejor dicho, anterior a ellas, pues no se le atribuye sino la creación de las estrellas y el huevo del sol y la luna, en tanto que Amón organizó todas las cosas, dio movimiento a los astros y produjo los hombres y los animales, velando después por la conservación y la renovación de las especies animales y vegetales, cometido providencial que le da algunos puntos de semejanza con el indio Vichnú.

Mut, su esposa, es generalmente representada con un vestido muy estrecho y una doble diadema. A veces corona su frente una cabeza de buitre cuyas alas le cuelgan por detrás de las orejas, lo cual se ha explicado diciendo que los egipcios pintaban esta ave para significar las palabras madre y cielo y que á esta diosa la llamaban también dama del cielo.

Khonsu, hijo de Amón y de Mut, era muchas veces representado como Horo pisoteando el cocodrilo, símbolo de las tinieblas y con un disco y los cuernos en la cabeza.

También representaban a Ptah pisoteando un cocodrilo; pero llevando en la cabeza el escarabajo, símbolo de trasformación, cuando querían personificar en él la materia embrionaria. Otras veces se le representaba de píe sobre un zócalo de varias gradas y con el cuerpo vendado como una momia y con las manos libres, llevando en ellas el signo de la vida, el de la estabilidad y el cetro con la cabeza de lebrel, emblema de serenidad. Ra, el sol, tenia la cabeza de milano.

Khem o Amón generador, se ve con el brazo derecho levantado en la actitud de sembrar y el izquierdo envuelto como el de una momia. Llevaba dos largas plumas en la cabeza y cubierto el pecho con un ancho collar. Simbolizaba la fuerza generadora, principio de todo renacimiento y también la vegetación.



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