jueves, 12 de julio de 2018

LEYENDA DE LA DONCELLA IXQUIC (MAYA)


Ésta es la historia de una doncella, hija de un señor llamado Cuchumaquic.
 
Llegaron estas noticias a oídos de una doncella, hija de un Señor. El nombre del padre erea Cuchumaquic y el de la doncella Ixquic.
 
Cuando ella oyó la historia de los frutos del árbol, que fue contada por su padre, se quedó admirada de oírla.
 
—¿Por qué no he de ir a ver ese árbol que cuentan? —se preguntó la joven—. Ciertamente deben ser sabrosos los frutos de los que oigo hablar.
 
A continuación se puso en camino sola y llegó al pie del árbol que estaba sembrado en Pucbal-Chah.
 
—¡Ah! —exclamó—, ¿qué frutos son los que produce este árbol? ¿No es admirable ver cómo se ha cubierto de frutos? ¿Me he de morir, me perderé si corto uno de estos frutos? —dijo la doncella.
 
Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo:
 
—¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del árbol no son más que calaveras. Así dijo la cabeza de Hun-Hunahpú, dirigiéndose a la joven. —¿Por ventura los deseas? —agregó.

—Sí, los deseo —repuso la doncella.

—Muy bien —dijo la calavera—. Extiende hacia acá tu mano derecha.
 
—Bien —replicó la joven, y levantando su mano derecha la extendió en dirección a la calavera.
 
En este instante la calavera lanzó un chisguete de saliva que fue a caer directamente en la palma de la mano de la doncella. Miróse ésta rápidamente y con atención la palma de la mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano.
 
—En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia —dijo la voz de árbol—. Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima; no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que le da una hermosa apariencia. Y cuando mueren, espántanse los hombres a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijo de un señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue la imagen del señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube, pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra, que así será —dijo la cabeza de Hun-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú.
 
Y todo lo que tan acertadamente hicieron fue por mandato de Huracán, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá.
 
Volvióse en seguida a su casa la doncella después de que le fueron hechas todas estas advertencias, habiendo concebido inmediatamente los hijos en su vientre por la sola virtud de la saliva. Y así fueron engendrados Hunahpú e Ixbalanqué.
 
Llegó, pues, la joven a su casa, y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, al observar que estaba embarazada.
 
Reuniéronse entonces en consejo todos los Señores Hun-Camé y Vucub-Camé con Cuchumaquic.
 
—Mi hija está preñada. Señores, ha sido deshonrada —exclamó Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.
 
—Está bien —dijeron éstos—. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, castígala; que la lleven a sacrificar lejos de aquí.
 
—Muy bien, respetables Señores —contestó.
 
A continuación interrogó a su hija:
 
—¿De quién es el hijo que llevas en el interior de tu vientre?
 
Y ella contestó:
 
—No tengo hijos, señor padre; aún no he conocido varón.
 
—Está bien —repuso--. Positivamente eres una ramera. Llevadla a sacrificar, señores Ahpop Achih; traedme el corazón dentro de una jícara y volved hoy mismo ante los señores —les dijo a los búhos.
 
Los cuatro mensajeros tomaron la jícara y se marcharon llevando en sus brazos a la joven y llevando también el pedernal para sacrificarla.
 
Y ella les dijo:
 
—No es posible que me matéis, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en el vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpú, que estaba en Pucbal-Chah. Así, pues, no debéis sacrificarme, ¡oh mensajeros! —dijo la joven dirigiéndose a ellos.
 
—¿Y qué pondremos en lugar de tu corazón? Se nos ha dicho por tu padre: Traedme el corazón, volved ante los Señores, cumplid vuestro deber y atended juntos la obra; traedlo pronto en la jícara, poned el corazón en el fondo de la jícara. ¿Acaso no se nos habló así? ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien quisiéramos que no murieras —dijeron los mensajeros.
 
—Muy bien; pero este corazón no les pertenece a ellos. Tampoco debe ser aquí vuestra morada, ni debéis tolerar que os obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente vuestros los verdaderos criminales y míos serán en seguida Hun-Camé y Vucub-Camé. Así, pues, la sangre será de ellos y estarán en su presencia. Tampoco puede ser que este corazón sea quemado ante ellos. Recoged el producto de este árbol —dijo la doncella.
 
El jugo rojo brotó del árbol, cayó en la jícara y en seguida se hizo una bola resplandeciente que tomó la forma de un corazón hecho con la savia que corría de aquel árbol encarnado. Semejante a la sangre brotaba la savia del árbol rojo, y se cubrió de una capa muy encendida, como de sangre, al coagularse dentro de la jícara, mientras que el árbol resplandecía por obra de la doncella. Llamábase Árbol rojo de grana, pero desde entonces tomó el nombre de la Sangre, porque a su savia se la llama la Sangre.
 
—Allá en la tierra seréis amados y tendréis vuestro sustento —dijo la joven a los búhos.
 
—Está bien, niña. Nosotros subiremos allá, subiremos a servirte; tú sigue tu camino, mientras nosotros vamos a presentar la savia en lugar de tu corazón ante los Señores —dijeron los mensajeros.
 
Cuando llegaron a presencia de los Señores, estaban todos aguardando.
 
—¿Se ha terminado eso? —preguntó Hun-Camé.
 
—Todo está concluido, Señores. Aquí está el corazón en el fondo de la jícara.
 
—Muy bien, veamos —exclamó Hun-Camé.
 
Y cogiéndolo con los dedos lo levantó, se rompió la corteza y comenzó a derramarse la sangre de vivo color rojo.
 
—Atizad bien el fuego y ponedlo sobre las brasas —dijo Hun-Camé.
 
En seguida lo arrojaron al fuego y comenzaron a sentir el olor los de Xibalba y, levantándose, todos se acercaron y ciertamente sentían muy dulce la fragancia de la sangre. Y mientras ellos quedaban pensativos, se marcharon los búhos, los servidores de la doncella; remontaron el vuelo en bandada desde el abismo hacia la tierra y los cuatro se convirtieron en sus servidores.
 
Así fueron vencidos los Señores de Xibalba. Por la doncella fueron engañados todos. Ahora bien, estaban con su madre Hunbatz y Hun-chouén, llevaba a sus hijos en el vientre y faltaba poco para que nacieran Hunahpú e Ixbalanqué, que así fueron llamados.
 
Al llegar la mujer ante la anciana, le dijo la mujer a la abuela:
 
—He llegado, señora madre; yo soy vuestra nuera y vuestra hija, señora madre. Así dijo cuanto entró en la casa de la abuela.
 
—¿De dónde vienes tú? ¿En dónde están mis hijos? ¿Por ventura no murieron en Xibalba? ¿No ves a estos dos a quienes les quedaron su descendencia y linaje y que se llaman Huntbaz y Hunchouén? ¡Sal de aquí! ¡Vete! —gritó la vieja a la muchacha.
 
—Y, sin embargo, es verdad que soy vuestra nuera; ha tiempo que lo soy. Pertenezco a Hun-Hunahpú. Ellos viven en lo que llevo, no han muerto Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú: volverán a mostrarse claramente, mi señora suegra. Y así, pronto veréis su imagen en lo que traigo —le fue dicho a la vieja.
 
Entonces se enfurecieron Hunbatz y Hunchouén, los cuales se ocupaban solamente en tocar la flauta y cantar, en pintar y esculpir, en lo que pasaban todo el día, y eran el consuelo de la vieja. Habló luego ésta y dijo:
 
—No quiero que seas tú mi nuera, porque lo que llevas en el vientre es fruto de tu deshonestidad. Además, eres una embustera: mis hijos de quienes hablas ya están muertos. Luego agregó la abuela: —Esto que te digo es la pura verdad; pero, en fin, está bien, tú eres mi nuera, según he oído. Anda, pues, a traer la comida para lo que hay que alimentar. Anda a cosechar una red grande de maíz y vuelve en seguida, puesto que eres mi nuera, según lo que oigo —le dijo a la muchacha.
 
—Muy bien —replicó la joven, y se fue en seguida para la milpa que habían sembrado Hunbatz y Hunchouén. El camino había sido abierto por ellos, y la joven lo tomó y así llegó a la milpa, pero tan sólo encontró una mata de maíz; no había dos, ni tres, y viendo que sólo había una mata con una espiga, se llenó de angustia el corazón de la muchacha.
 
—¡Ay pecadora, desgraciada de mí! ¿Adónde he de ir a conseguir una red de maíz, como se me ha ordenado? —exclamó.
 
Y en seguida se puso a invocar al Chahal de la comida para que llegara y se la llevase:
 
—¡Ixtoh, Ixcamil, Ixcacau, vosotras las que conocéis el maíz; y tú Chahal, guardián de la comida de Hunbatz y Hunchouén! —dijo la muchacha.
 
Y a continuación cogió las barbas, los pelos rojos de la mazorca y los arrancó, sin cortar la mazorca. Luego los arregló en la red como mazorcas de maíz, y la gran red se llenó completamente.
 
Volvióse en seguida la joven. Los animales del campo iban cargando la red, y cuando llegaron fueron a dejar la carga en un rincón de la casa, como si ella la hubiese llevado. Llegó entonces la vieja y luego que vio el maíz que había en la gran red, exclamó:
 
—¿De dónde has traído todo este maíz? ¿Por ventura acabaste con nuestra milpa y te la has traído toda para acá? Iré a ver al instante —dijo la vieja, y se puso en camino para ir a ver la milpa. Pero la única mata de maíz estaba allí todavía, y así mismo se veía el lugar donde había estado la red al pie de la mata. La vieja regresó entonces a toda prisa y dijo a la muchacha:
 
—Ésta es prueba suficiente de que eres mi nuera. Veré ahora tus obras, aquellos que llevas y que también son sabios.

Fuente: Popol-Vuh. Las antiguas historias del Quiché.
 
 

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