domingo, 9 de septiembre de 2018

LOS HIJOS DEL SOL


El escritor mestizo, Inca Garcilaso de la Vega, hijo del capitán español García Lasso de la Vega y de la ñusta, princesa inca, Isabel Chimpu Occlo, en su monumental obra "Comentarios Reales", llevado de un apasionado amor por sus ancestros incásicos, recoge una leyenda de los amautas sobre el origen del Imperio. Cuenta:

"Cuando mi madre vivía todavía en Cusco recibía diariamente las visitas de sus parientes, que habían sobrevivido a las matanzas de Atahualpa. Sus charlas versaban siempre sobre sus reyes, el origen de su estirpe, su gloria, la grandeza del reino y sus hazañas y conquistas.
 
...Un día le dije a mi tío: Inca, ya que entre vosotros no existe ninguna escritura que acredite vuestro pasado, ¿qué sabéis de los tiempos remotos de vuestra raza? ¿Quién fue el primero de vuestros Incas? ¿De dónde vino? ¿Cuáles fueron los comienzos del reino y de sus soberanos?".
 
Orgulloso, Garcilaso de la Vega narra así la leyenda:
 
"Debes saber que antiguamente todas estas tierras no eran otra cosa que montes y estepa. Los hombres vivían como animales, sin disciplina, sin leyes, sin fe y sin costumbres. Ignoraban lo que era el vestido, la vivienda y la agricultura; no sabían plantar algodón ni hilar la lana. Entonces nuestro padre, el dios del sol, tuvo compasión de ellos y les mandó desde el cielo un hijo y una hija para instruirles. Debían respetarle y adorarle como a su dios. Su misión era también imponerles leyes que les enseñaran a vivir con sensatez y virtud en viviendas y poblados, a labrar la tierra, sembrar y recoger las cosechas, criar animales y vivir así del fruto de su trabajo como seres humanos y no como animales.
 


Con este encargo y esta orden, nuestro padre el sol los trasladó a los dos a una isla en el lago Titicaca, aproximadamente a ochenta millas de aquí, para que desde allí escogieran su camino según su parecer. Para su peregrinaje les dio a cada uno una vara de oro. En sus lugares de descanso debían clavarla en el suelo y allí donde desapareciera debajo de la tierra con el primer golpe, allí debían quedarse, construir una ciudad y establecer su reino.
 
Finalmente les dijo: Después de haber enseñado a los pueblos a serme fiel, reinad sobre ellos con inteligencia y justicia, con indulgencia y bondad... siguiendo mi ejemplo, porque también yo hago bien a todo el mundo, todos doy luz y claridad para que puedan trabajar, les doy calor cuando tienen frío y gracias a mí fructifican sus campos y rebaños. Pero a vosotros os nombro reyes y dueños de aquellos pueblos, sobre los cuales gobernaréis con sabiduría, ayudándoles con hechos y palabras...
 
A continuación, nuestro padre el dios del sol, se despidió de sus hijos. Se pusieron éstos en camino en dirección hacia el norte, y allí donde descansaban tiraban —tal como se les había ordenado— la vara de oro al suelo. Al fin llegaron a un pequeño albergue situado a unas siete millas de Cusco y pasaron allí la noche. El Inca le dio el nombre de Pacarec-Tampu, lo que quiere decir "albergue que despierta", porque empezaba a amanecer cuando dejaron aquel lugar.
 
Desde allí llegaron, él y su esposa, nuestra reina, al valle de Cusco, en aquel entonces unas tierras desiertas rodeadas de bosques. En la montaña denominada actualmente Huanacauri clavó el Inca la vara de oro en la tierra y he aquí que penetró inmediatamente en el fondo rocoso desapareciendo ante sus ojos.
 
Díjole entonces el Inca a su hermana y esposa: Inti, nuestro padre nos ordena quedarnos en este valle, poblarlo y reinar en él. Adelante pues, real hermana, entre los dos reuniremos este pueblo para instruirlo y obrar en su beneficio tal como nos encomendó nuestro padre.
 
Desde Huanacauri bajaron entonces nuestros primeros reyes, hacia el norte él y ella hacia el sur. Cuando las gentes del desierto vieron a los dos Incas ataviados con las magníficas vestiduras que nuestro padre sol les había dado, tanto por sus palabras como por sus rostros claros les reconocieron como hijos del sol, les otorgaron su confianza y desde entonces les veneraron como tales y les obedecieron como vasallos. Pero no bastaba con esto; ellos mismos propagaron la bendita nueva y el número de hombres que buscaron la protección de nuestros reyes aumentó enormemente.
 
Ordenó entonces nuestro Inca a los hombres labrar los campos de la comunidad para que el hambre no les hiciera volver al desierto; a otros les mandó construir chozas y casas y así empezó a poblarse nuestra ciudad real.
 
La reina enseñaba a las mujeres el arte de hilar y tejer. El primer Inca se llamó Manco Capac, la primera reina Mama Occlo Huaco. La sangre sagrada de la estirpe del sol no debía mezclarse con sangre vulgar. El Inca sólo podía casarse con una hermana de su misma alcurnia para que el divino esplendor de la estirpe no dejara de brillar.


 
El historiador Siegfried Huber sostiene que Garcilaso de la Vega, con despreocupación literaria, ha mezclado las leyendas y ha trasladado el mito de Viracocha al dios del sol. Sin embargo, ambas sagas legendarias conducen a Huanacauri, indudablemente el más antiguo santuario de Cusco. Allí, ante una imagen de piedra adornada con serpientes, se efectuaba la ceremonia de la consagración de los mancebos nobles.
 
Otro importante impugnador de la Leyenda es Víctor Von Hagen, autor del libro "El Imperio de los Incas". Sostiene que:
 
"Es indudable que las leyendas incaicas son la personificación de una pequeña tribu (una de las muchas que vivían entonces en las fértiles regiones circunvecinas del lago Titicaca) la cual, en una búsqueda de nuevas tierras se abrió paso hacia el Norte hasta llegar al valle del Cusco, en donde derrotaron a los propietarios originales de ese lugar andino. La época precisa del surgimiento inca nos es desconocida. En ese tiempo toda la región andina estaba dividida en un número casi increíble de pequeñas unidades políticas, todas con lengua diferente y con distintos patrones míticos. Todas esas tribus tenían un mismo nivel cultural: cultivaban las mismas plantas, labraban la tierra con las mismas técnicas y todas habían domesticado llamas.
 
En tal virtud, la historia que los incas se adjudicaban, de haber sido especialmente escogidos por el dios Sol para sacar a los demás indios de su modo de vivir infrahumano y llevarles las artes y la cultura, no posee fundamento alguno arqueológico.
 
Ese pueblo llamado inca tuvo su principio —y esto es precisamente lo que hace fascinante su historia— con las mismas armas culturales de los otros indios que vivían en ese entonces en las regiones andinas.
 
"En el año 1.000 d. de J.C. —escribió el cronista Pedro Cieza de León—... en el nombre de Viracocha, del Sol y el resto de sus dioses, Manco Capac fundó la nueva ciudad. Los orígenes y principios de Cusco fueron una pequeña casa de piedra techada de paja, que Manco Capac y sus mujeres fabricaron y a la que dieron el nombre de "Curi-Cancha" lo que quiere decir "Recinto de Oro".
 
Eso lo supo Pedro Cieza de León por boca de los que contaban la historia en Cusco, el año 1549, y es una premisa histórica tan buena como cualquiera otra. Y continúa Von Hagen:
 
"Los incas insistían en que su crecimiento y desarrollo había ocurrido dentro del Valle del Cusco y la excavación del doctor John Rowe les ha dado la razón. Se ha hecho mucho... para demostrar que la civilización incaica fue el producto de un largo desarrollo en el valle del Cusco y que por consiguiente es innecesario ir más allá en busca de los orígenes culturales de esa civilización".
 
Los investigadores hacen especial hincapié en esta evidencia tangible de la arqueología para enfrentarla a la teoría del origen exterior al Cusco de los Incas. Muchos han hablado de que los Incas descienden de las tribus de Israel, de Kublai Khan, de los armenios, fenicios, egipcios y... hasta de los ingleses, según una información recogida por Sir Walter Raleigh.


 

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