viernes, 15 de junio de 2018

LA LEYENDA DE ISIS


De Michelet es esta preciosa descripción de la leyenda de Isis, que nosotros no podemos atrevernos a redactar después de haberla escrito tan magistralmente este célebre filosofo.

«Pero nada es durable. ¿Cómo desconocerlo? Todo muere. El Nilo, padre de la vida, se seca. El sol está fatigado, descolorido: ha perdido sus rayos. El vivo sol de bondad que sembró su fruto en el seno de Isis pudo crearlo todo en él, todo menos el tiempo, menos la duración.


«Una mañana desaparece Ha sido inmolado por su cruel hermano Tifón que ha dispersado sus miembros. El honor del hombre, su orgullo y su fuerza, su virilidad, han sido cruelmente cortadas.

¿Y dónde se hallan los pobres restos? Por todas partes; en la tierra, en las olas. El mar los lleva a Fenicia.»

Aquí salimos ya de las fábulas. Es la viva realidad, un recuerdo poderoso de las mutilaciones que se hacían (y se hacen) para preparar en los mercados de falsas mujeres a jóvenes eunucos que se vendían en los serrallos de Oriente. Fenicia fue durante muchos años el centro de esta venta.

»Isis vuela mesándose los cabellos en busca de su Osiris. Este dolor africano, sin par en su sencillez, abandonado y sin orgullo, confía a la naturaleza entera el cruel tormento de la viuda, su pesar, su ardiente deseo, la desoladora impotencia en que vive sin él.



»Por fin encuentra los miembros que las olas han despedido. Y corre para adquirirlos hasta Siria, a Biblos, donde obtiene que se le restituyan los despojos que queden. Solo uno falta. ¡Profunda desesperación! ¡Ay! El que falta es la vida. ¡Potencia sagrada del amor! Si tú faltas ¿qué será del mundo. ¿Dónde volver a encontrarte ahora?

»Implora al Nilo y al Egipto; pero en vano.

» Y como tan gran dolor merece un gran milagro, en este violento combate de la ternura y de la muerte Osiris desmembrado y todo como se halla, tan cruelmente mutilado, con voluntad poderosa resucita y vuelve a ella.

» Y es tan grande el amor del muerto, que por la fuerza del corazón encuentra un último deseo. No ha vuelto de la tumba sino para hacerla madre una vez más. ¡Oh!¡ Con qué avidez recibe ella aquel abrazo! Pero ¡ah! no es más que un adiós. El seno ardiente de Isis no calentará ya más aquel germen helado. No importa. El triste y pálido fruto que nace no deja por esto de explicar la suprema victoria del amor, que fecundo antes de la vida, lo es también aun después de ella.

» Los comentarios que se han hecho acerca de esta leyenda tan sencilla le prestan un profundo sentido de simbolismo astronómico. Y ciertamente desde muy temprano se empezó a sentir la coincidencia del destino del hombre con el curso del año, el desfallecimiento del sol, etc. Pero todo esto es secundario, observado más tarde, añadido, por decirlo así.

» El origen primero es humano, es la realísima herida de la pobre viuda de Egipto y sus inconsolables llagas.

» Por otra parte, no debe ilusionar a nadie el colorido africano y material de esta leyenda, pues hay en ella algo más que el recuerdo de las alegrías físicas y el deseo no satisfecho. La naturaleza tenia sin duda algo que responder a este sufrimiento. Pero Isis no quiere un varón; quiere al que ama, al suyo y no a otro, al mismo y siempre al mismo: sentimiento exclusivo y completamente individual.


» Conócese en los cuidados infinitos que toma con sus despojos para que no falte ni un solo átomo, para que la muerte no cambie nada en él y pueda restituirle un día en toda su integridad aquel único objeto de su amor.

» Hay en esta leyenda sencillísima, buena y admirable, un valor infinito de inmortalidad.

Tened esperanza, corazones afligidos, tristes viudas, tiernos huérfanos. Lloráis, pero también llora Iris y no se desespera.


» Osiris, muerto, no deja de vivir. Se renueva en su inocente Apis. Allí está, pastor de almas, sencillo guardián del mundo de las sombras y vuestro muerto se halla a su lado. Nada temáis, está bien allí. Un día volverá para pedir su cuerpo.


» Cubramos con cuidado el precioso despojo. Embalsamémosle con perfumes, con oraciones, con lágrimas abrasadoras. Conservémosle cerca de nosotros.

» ¡Oh! ¡bello día aquel en que el Padre de las almas, saliendo del imperio de las sombras os devuelva el alma querida, la deje unida al cuerpo y diga:


—Ahí la tenéis; yo os la he guardado!

» Hasta aquí todo es naturaleza: Una bella tradición popular a la que se añadía un exceso increíble de belleza. Se decía que Isis, durante la lúgubre carrera en que iba buscando los miembros de su esposo, encontró por tierra un objeto negro, ensangrentado, informe, un pequeño monstruo recién nacido. En el color conoció que era un vástago del negro Tifón, su enemigo, su verdugo, el feroz asesino. El niño era Anubis, figura de enterrador con cabeza de perro, o de chacal, que aun se ve en los monumentos.

»Pero la admirable diosa, ante la débil criatura que lloraba solo sintió piedad.

»Contra el amor y el dolor fue más fuerte la bondad. Le levantó del suelo y lo tomó en brazos. Podía hacerle alimentar y educar por otro; pero Isis es la ternura, es la misma misericordia.

» Érale imposible hacer nada a medias y estrechó a la odiosa criatura contra su seno, contra aquel corazón tan profundamente desgarrado, le sonrió llorando y magnánimamente acabó por darle el pecho. ¡Espectáculo verdaderamente divino! ¡ Venga aquí toda la tierra!

» ¡La viuda del asesinado alimentando al hijo del asesino! Amamantado con leche de bondad, regado con lágrimas de amor, el monstruo se convierte en dios! »


Osiris, era, pues, la antítesis de Set, (el Tifón de los griegos) es decir, el tipo del Bien, el Señor universal y único, al propio tiempo que prototipo de la muerte, inventor de la agricultura y fundador de la civilización, pues instituyó las leyes y el culto, estableció el matrimonio, dio a conocer las artes y luego, queriendo extender a toda la tierra estos beneficios, se puso a la cabeza de un numeroso ejército y se dirigió a Oriente, sojuzgando todas las naciones situadas entre el mar Eritreo y la India. Al regreso de esta gloriosa expedición fue víctima de las asechanzas de Set.

La divinidad sacrificada fue embalsamada por Anubis, deidad que presidia los entierros y a la cual representaban inclinado sobre el lecho fúnebre con una negra cabeza de chacal.


M. Pierret hace observar que llevaba también los títulos de «Jefe de su montaña» esto es, de la montaña funeraria, la montaña del oeste, la cordillera líbica en cuyas laderas se abrían las tumbas; el de «vencedor de los enemigos de su padre Osiris» esto es, de la corrupción cadavérica, pues fue el divino embalsamador y que por último se le llamó «guía de los caminos» porque parece abrir a los hombres los caminos de la otra vida celebrando los ritos funerarios. Osiris salió de los infiernos volviendo a la tierra, llamándose entonces Horus.

Esta divinidad, a la cual se representa también como hijo de Isis y de Osiris, combatió y venció a Set, con el auxilio de Thot, señor de las divinas palabras, Dios de las letras y personificación de la inteligencia divina.

Esa muerte de Osiris representaba a un tiempo la muerte de la criatura humana y la puesta del sol, así como Horus representaba la salida de este astro y más generalmente el renacimiento de todos los seres.

Se ha interpretado esta leyenda diciendo que, Thot aconsejó a Horus, porque siguiendo su inspiración el sol venciendo el caos organizó el mundo, manteniendo en él la armonía universal. Thot disipó las tinieblas del mundo y arroja las del alma destruyendo el error y los malos principios. Le representaban con una cabeza de ibis, ave que le estaba consagrada.

Osiris, que a fuer de sol traspuesto era el monarca de la divina región inferior en donde hallaban los perversos su castigo y los justos su recompensa, llevaba cubierta la cabeza con el atef y envuelto el cuerpo como una momia, pero con las manos libres llevando en la una, una especie de báculo y un látigo en la otra.

A Isis se le representaba a veces dando de mamar a Horus y a veces también cubriendo a Osiris con sus alas o velando su sarcófago. Llevaba en la cabeza el disco unido a los cuernos de vaca, alusión al sol naciente.

Refiere la leyenda sagrada de los egipcios, que Set probó aún a oponerse a Horus, atreviéndose a impugnar su legitimidad; pero completamente derrotado su ejército, hubo de huir a los desiertos, y Horus, último de los dioses, reinó pacíficamente en Egipto.

Herodoto pretende que Horus es la misma divinidad que los griegos adoraron con el nombre de Apolo y que fue el último dios que reinó en Egipto después de haber destronado a Set, llamado Tifón, en Grecia.

El crimen de éste dio lugar a una extraña superstición. Como se pintaba a ese maléfico genio pálido y rojo, tenían los egipcios gran aversión a los hombres de este color, y cuando hacían sacrificios humanos los inmolaban con preferencia sobre el sepulcro de Osiris.

Respecto a este último, el historiador griego lo equipara a Baco.

Pan fue una de las más antiguas divinidades de Egipto, en donde le llamaron Mendes, colocándole en el número de los ocho primeros dioses y representándole en la forma de un macho cabrío con la cabeza de gavilán. Fue entre ellos el símbolo del principio fecundante y se le adoró principalmente en Mendes y en Panopolis (Chemmis) en el alto Egipto.

Hemos dado una de las varias interpretaciones que ha tenido la leyenda de Isis. Según otros autores, no debe verse en ella sino un simbólico relato de la primitiva historia egipcia y según otros las revoluciones físicas y astronómicas, y en la doble existencia de Osiris la doble cosecha de aquellas regiones.

Como quiera que sea, en esta perpetua antítesis de la luz y las tinieblas, la verdad y el error, el bien y el mal, vuelve a aparecer en las riberas del Nilo la antiquísima doctrina del dualismo, que también se encuentra en las márgenes del Ganges y en las orillas del Éufrates.

Los que pretenden que los egipcios eran originarios de Etiopia alegan entre otras razones la solemne procesión que hacían anualmente a dicha región desde Menfis, llevando todos sus ídolos, ceremonia que juzgan haber exigido de ellos los etíopes antes de permitirles que descendiesen el Nilo, bien así como los tirios lo exigieron mucho tiempo después de aquellos de sus conciudadanos que fueron a establecerse en Cartago.





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