sábado, 2 de junio de 2018

LOS ELFOS Y OTROS GENIECILLOS O ESPÍRITUS DE LA NATURALEZA


En las sagas, o canciones populares, en las cuales los escandinavos han conservado sus tradiciones, abundan los sueños proféticos, los presentimientos, las hechiceras, los enanos, los gigantes y los silfos, genios ya benéficos, ya malévolos, ya burlones, que resbalan en los rayos del sol y de la luna, se columpian en las hojas de los árboles, se mecen en la espumosa cresta de las ondas y en la nacarada corola de las flores, y atisban el paso de los viajeros en la verde espesura de los matorrales.
 
Llamaban a esos genios subalternos, personificación de las fuerzas naturales y, como hemos dicho, los había benéficos o de la luz y maléficos o tenebrosos. En la Edad media se les confundían los silfos y las sílfides,  a los cuales se representaba dotados de esbeltas y elegantísimas formas y con alas trasparentes; cuando moran en el agua se llaman ondinas y cuando habitan el fuego salamandras.

Gubernatis ha dedicado unos poéticos párrafos a esos hermosos engendros de la fantasía escandinava:

«Cuando en la clara noche los elfos danzan en corro bajo los tilos, trazan en el suelo verdes círculos en los cuales crecerán con maravilloso vigor las yerbas pisadas por sus aéreas plantas. Sin embargo, hay una que es por excelencia la yerba de los elfos, es la sesleria caerulea, que debe su nombre a su forma circular. Guardaos de ofender al árbol habitado por los elfos; no probéis de sorprenderlos en sus misteriosas guaridas; cuenta con pisar la yerba sobre la cual danzaron, sino queréis que os suceda alguna desgracia, que os ataque una súbita enfermedad o quizá la misma muerte.

Son unos duendes muy maliciosos. ¿Por ventura no chupan los dedos de los niños para impedir su crecimiento?
 

Por fortuna es fácil el remedio, pues basta quemar un poco de valeriana en torno de la cuna; los elfos no pueden resistir ese perfume; ya veréis qué pronto se os presentan en forma de diminutas muñecas suplicándoos que rompáis el encanto y les devolváis la libertad.

En la leyenda india de Savitri, el joven Satyavan, al cortar un árbol, se siente desfallecer y cae muerto de repente, como si aquel esfuerzo hubiese agotado su vigor por completo. En uno de los cuentos toscanos que yo he recogido, la muerte sorprende a un hombre de la misma manera; no parece sino que, desde Esopo la muerte ha tenido siempre en singular predilección a los leñadores.

En una leyenda germánica reproducida por Manhardt, una aldeana se empeña en arrancar un viejo tronco en un bosque de abetos y sus esfuerzos la debilitan de tal manera que apenas puede hacer uso de sus piernas. Nadie sabe explicarle la causa de su mal, hasta que da con un mago o cosa así que le dice que sin duda habrá herido a un elfo. Si éste cura, ella curará también; pero si el elfo muere, no habrá poder humano capaz de salvarla. En efecto, la siniestra predicción del mago se realizó punto por punto. Aquel viejo tronco era la morada de un elfo y la pobre mujer fue empeorando como el duende herido, hasta que ambos murieron a un mismo tiempo.

¿Comprendéis ahora por qué en las vastas selvas de Alemania y Rusia, en vez de desarraigar los viejos abetos los cortan por encima de las raíces? La superstición ha venido a prestar ayuda a la pereza del aldeano.
 
Los estonios creen que los elfos, para guarecerse del rayo, se esconden a algunos pies de profundidad del suelo, bajo las raíces de los árboles que habitan.
 
Por lo demás, esos genios, como las hadas, no tienen nada de irritables; si no se les ofende, no solo no hacen ningún daño a los hombres, sino que les muestran su benevolencia, enseñándoles algunos de los muchos secretos que poseen.


 
Las dríadas greco-latinas, las samodwas y las rusalkas eslavas pertenecen á la misma familia: Eine Dryas lebt in jenem Baum. Pero más vale no encontrarlas. Ovidio, en el cuarto libro de los Fastos nos enseña que la sociedad de las dríadas era tan peligrosa para los latinos como la de los elfos para los alemanes: Guárdanos, dice a Pales, de ver a las dríadas o el baño de Diana, o a Fauno cuando recorre los campos en medio del día. »En los pueblos escandinavos aun hoy subsiste la creencia supersticiosa en esos genios secundarios que tan importante papel desempeñan en las baladas y tradiciones germánicas.
 
En las orillas del Báltico los marinos cuentan a quien quiere oírlo que el rey de los Elfos ejerce su dominación sobre la isla de Rugen, la de Mae y la de Stern; que cruza los aires en un carro tirado por alados corceles y que tiene a sus órdenes un ejército innumerable que durante el día se halla encantado, transformándose cada guerrero en un árbol; pero que al cerrar la noche recobran todos su forma natural y se les ve evolucionar a la luz de la luna.

Entre la innumerable turba de esos graciosos seres mitológicos de que andan llenos los cuentos y baladas del Norte, merece citarse en primer lugar el diablillo casero a quien llaman klabber los ingleses, los alemanes y los flamencos.

 
En las largas noches de invierno esos genios errantes se complacen en introducirse en las casas de campo, descendiendo por la chimenea, para sentarse al amor de la lumbre cuando están ya recogidos y durmiendo todos sus moradores. Si estos han tenido la precaución de dejar preparado algún leño en el hogar para que el klabber pueda calentar sus ateridos miembros, éste les muestra su agradecimiento consagrándose toda la noche a los trabajos domésticos que ellos hubieran debido hacer al levantarse.
 
Cuando la dueña de la casa recibe al amanecer la grata sorpresa de ver que por arte de encantamiento encuentra ya hechas sus tareas, corre al hogar, halla reducido a cenizas el tronco que había dejado intacto para el genio y acercándolas al rescoldo enciende una llama vivísima que mantiene en la casa y durante todo el día una agradable temperatura. El klabber es un genio extremadamente sutil, tiene un cuerpo muy diminuto y viste de color rojo de pies a cabeza.

Todos esos genios errantes y alegres son muy aficionados a la buena vida y a jugar malas tretas a los que los ofenden, pues por un quítame allá esas pajas saquean la bodega de un castillo, apurando en una sola noche todo el vino que en ella pueden encontrar o sacan los caballos de la caballeriza para hacer una cacería nocturna, sin que sus dueños lo adviertan hasta que al día siguiente los encuentran derrengados y cubiertos de sudor. Antes de despedirse danzan con gran bulla y regocijo a la luz de la luna y si acierta a pasar algún viajero, se trasforman de súbito en árboles, en peñas y matorrales y esta súbita metamorfosis le hace atribuir a una alucinación inexplicable el fantástico espectáculo que desde lejos había presenciado.

Esa clase de diablillos del género cómico recuerda los cabales, genios joviales y burlones que los griegos suponían formar parte del alegre cortejo de Baco. Su tipo más característico es sin duda el kobold de los alemanes, duende familiar de excelente pasta y sobre todo tan benévolo y tan poco exigente que, para congraciarse con él y granjearse todo su apoyo, basta que al cenar se le tire debajo de la mesa una cucharada de leche. Entonces se consagran con actividad e inteligencia maravillosas a toda suerte de trabajos domésticos, pero siempre de noche y a oscuras, pues no quieren ser vistos.

 
Aunque su carácter no es maligno ni rencoroso, no dejan nunca impunes las bromas que les hacen. La cocinera que les juega una mala pasada, como la de no dejarles preparada la cena al acostarse o la de destinarles un manjar sucio o desagradable, ya puede estar bien segura de que hasta que los haya completamente desagraviado no servirá a sus amos ningún plato bien condimentado, de que romperá mucha vajilla y reñirá con su novio la primera vez que le hable.
 
Los kobolds de Suiza son singularmente propicios a los pastores; restituyen a sus establos las vacas robadas o extraviadas; les proporcionan las plantas salutíferas que deben curarlas cuando enferman, siegan de noche la yerba de los prados que necesitan a la mañana los rebaños y cuando los hijos de los pastores van al bosque por leña, la encuentran muchas veces cortada y apilada en el camino por la mano de sus invisibles amigos.

Sin embargo, a pesar de su carácter bonachón y alegre, esos genios también tienen a veces bromas pesadas. En Dinamarca hay unos muy singulares que llaman Pucks, dotados de un asombroso talento músico y que suelen tocar una danza fantástica titulada la gigue del rey de los elfos, que no le haríais ejecutar a ningún músico danés por todo el oro de este mundo. Si alguno se atreve á tocarla, se ponen al punto a bailar todos los muebles de la casa y todas las personas que en ella se encuentran, sin distinción de edades ni categorías y aquel bailoteo infernal no cesa hasta que se rompe el encanto haciendo tocar la gigue al revés, nota por nota, sin errar ni una, o bien cortando de improviso y de un solo golpe todas las cuerdas del violín sin que lo note el concertista.
 
Tantas visiones horribles y terroríficas había inventado la fantasía humana, que un día u otro se le había de ocurrir la idea de añadir una nota alegre a las fantásticas armonías del mundo sobrenatural.
 
 
 

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