domingo, 10 de junio de 2018

COSTUMBRES SAGRADAS Y EL CULTO A LA MUERTE EN NORTEAMÉRICA


Cuanto manifiesta misterio, vida, poder y divinidad, es decir, lo sagrado, aparece en Norteamérica con diferentes nombres y expresiones.

 
Los sioux llaman wakonda, "poder que mueve", a todo lo que escapa a la comprensión, paralelo al orenda (fuerza mística, dotada de voluntad e inteligencia) de los iroqueses.
 
Los algonquinos orientales dan el nombre de manitú a lo que pudiera equipararse a un dios personal. Algunas tribus indias norteamericanas tienen la certeza de que ciertos animales, que se aparecen a los muchachos durante los ritos de iniciación, están dotados de poderes sobrenaturales.
 
Es su auxiliar secreto (nagual), que le guía como él desea; para relacionarse más íntimamente con tal criatura, el futuro guerrero lleva sobre sí una imagen de su colaborador o la pinta en los lugares más frecuentados. Como la necesidad o el hambre pueden obligarle a matar a su guardián, compensa su muerte con el rito de admirar y venerar a la víctima.
 
Los alaskianos no suelen excusarse por la muerte del animal. Los animales no son los únicos hermanos del hombre. Cualquier objeto que denote la fecundidad se interpreta como símbolo de vida. Si muchos pueblos americanos sacrifican animales prohibidos, en ceremonias destinadas a acrecentar su proliferación, otros, como los indios Thompson (Columbia Británica), consumen raíces, bayas y otros frutos de la tierra después de hacer ofrenda de sus primicias en medio de oraciones adecuadas.
 

La comida posee las facultades sobrenaturales de la deidad, por lo general representada por una imagen o persona, como entre los natchez de Luisiana, durante la "fiesta del grano", que renovaban el fuego, asaban el grano y comían todos de él, en medio de diversas ceremonias, o los creek del valle del Mississippi, cuyos ritos eran muy similares a los de los natchez.
 
Los iroqueses consideraban que orar era "depositar su ofrenda", o acto de rendición de la propia fuerza a un ser superior.
 
Los winnebago admitían que, si el Creador de la tierra no tenía relación con ellos, se podía alcanzar sus beneficios por medio de una oración singular: "Si me ofreces tal y tal cosa, no podré negarme a aceptarla", destinada a suscitar su piedad.
 
Otro tipo de rezos consistía en formular palabras o exclamaciones carentes de sentido, en un momento determinado de los ritos. Los sonidos totalmente aconceptuales estaban cargados de fuerza sacra y atraían la atención de la divinidad. Tal era la conducta de los delaware; en cambio, los tarahumara expresaban su veneración y necesidades con bailes y pantomimas que representaban una oración.
 
El culto de los muertos, destinado en último término a liberar el espíritu del cuerpo, tiene múltiples manifestaciones. Una de ellas es la conservación de los restos mortales. Se han descubierto varios ejemplos de momificación en Norteamérica.
 
En Mesa Verde, una momia estaba envuelta en una capa de junco, sujeta con cuerdas de yuca; en Arizona, los cadáveres se ceñían a veces con mantas, en posición contracta, como describen también los manuscritos mexicanos.


 
Los restos momificados de un jefe, encontrados en la isla de Kagamale, estaban enfundados en una piel de foca y guardados en una especie de cesto, cubierto con una red.
 
Las momias de Virginia habían sido descarnadas, engrasadas y despellejadas por la espalda, y cosidas para que tuvieran una apariencia natural. La carne se colocaba en una cesta al pie de la momia.
 
Los aleutianos embalsamaban los cadáveres de sus jefes con musgo y hierba secos, y los disponían sentados en una fuerte caja, con sus armas y pertrechos.
 
A veces, como en Nicaragua, Florida, Honduras Británica, etc., los cuerpos se secaban al fuego.
 
Otro trato que recibían los muertos era el de la cremación, muy frecuente en California, en que las cenizas se aventaban después en lo alto de una montaña o en un gran espacio abierto.
 
Los diegueños hacían efigies del difunto, que se suponían que albergaban su espíritu, y al término de la fiesta funeral las quemaban rodeadas de ofrendas. Estas costumbres han perdurado hasta nuestros días en la costa americana del noroeste.

Los habitantes de la Tierra del Fuego creen en un ser supremo llamado Witauinewa ("Anciano y Eterno"), al que se suele dar el epíteto de Hitapúan ("Padre mío"). Los yamana aseguran que su poder es ilimitado: como dueño de la vida y la muerte, es muy superior a los espíritus secundarios que vagan por el mundo.
 
 
 

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