Apolo, durante sus largas sesiones pastoriles, veía pasar ante él las adorables ninfas del monte Ossa. Y una de estas ninfas le llegó al corazón. Era Dafne.
Apolo se dispuso a cortejarla para casarse con ella. Pero ni los propósitos galantes ni los talentos del flautista conmovieron el corazón de la doncella de ágiles pies, quien supo esquivar al apasionado suspirante, huyendo siempre de él.
En cierta ocasión, en el momento en que iba a ser alcanzada por Apolo, Dafne, hija del río Penco, invoca la asistencia paterna y, súbitamente, su cuerpo se transforma en un laurel de verdes hojas. Apolo no halla en sus brazos más que un tronco frío y tembloroso. En recuerdo de la que tanto había idolatrado, Apolo corta unas hojas del árbol inanimado, con las que confecciona una corona que, en el porvenir, servirá para consagrar la gloria de los héroes y de los hombres ilustres, poetas o guerreros.
En cierta ocasión, en el momento en que iba a ser alcanzada por Apolo, Dafne, hija del río Penco, invoca la asistencia paterna y, súbitamente, su cuerpo se transforma en un laurel de verdes hojas. Apolo no halla en sus brazos más que un tronco frío y tembloroso. En recuerdo de la que tanto había idolatrado, Apolo corta unas hojas del árbol inanimado, con las que confecciona una corona que, en el porvenir, servirá para consagrar la gloria de los héroes y de los hombres ilustres, poetas o guerreros.