lunes, 11 de junio de 2018

SERES SUPREMOS Y SACRIFICIOS

 
Existe, desde los tiempos más remotos,  un desarrollo religioso que empieza a concebir ideas sobre espíritus, fantasmas de los difuntos, antepasados y dioses, de carácter animista. Existe, pues, una abstracción en determinadas creencias, fruto de emociones y anhelos humanos, que relacionan animales, fenómenos de la naturaleza, formas, accidentes del terreno y sucesos extraordinarios con seres míticos y espíritus, con facultad de alterar el curso de los acontecimientos y, por lo tanto, el destino de las personas.
 
Los seres incorpóreos adquieren vida semejante a la de los hombres. Esta personificación de lo sobrenatural, y su asociación a lugares, circunstancias y objetos, crea una jerarquía de espíritus, héroes y dioses, dotados de voluntad para ejecutar los designios buenos o malos de la divinidad, hasta que adquieren atributos e individualidad, y funciones especializadas para dirigir ciertos aspectos de la existencia del hombre y de la naturaleza. Y el humano puede congraciarse con ellos por medio de ritos cada vez más precisos, combatirlos o hacerlos inocuos.
 
Los seres míticos, héroes o antepasados prescribieron leyes y cultos que deben respetarse para siempre. Antes de desaparecer, dejaron huella de su paso en lugares sagrados, a los que el grupo social debe el carácter de sagrado. En este caso, el ritual no procede del mito, sino de la existencia de los sitios venerados, que el conjunto mitológico originó.
 

El rito es totémico. La magia radica en el cumplimiento de ceremonias tradicionales y no se concibe como una fuerza mística y universal. Su poder se transmite de hombre a hombre según reglas estrictas de iniciación y enseñanza. Brota de la incapacidad para hacer frente a situaciones extraordinarias y es de origen emocional ante lo sagrado. Por su esencia es práctica, con fines concretos, tales como promover la fertilidad, asegurar una buena pesca o lograr el amor de otra persona.

Los Seres Supremos

Se cuenta, entre los pueblos primitivos, que los Seres Supremos existieron antes de que la muerte apareciese en la Tierra. A estos Seres Supremos se deben las creencias, leyes y costumbres de algunas tribus, sobre todo de las australianas.


De la Tierra, que habían creado, se trasladaron en el momento dicho al Cielo o allende él. Los Seres Supremos, remotos y, a veces, pavorosos, son generales entre los primitivos y forman parte integral de la creencia aborigen. No dependen de importación debida a los misioneros ni resultan de un proceso evolutivo del animismo. Se mantienen distantes de los asuntos cotidianos de quienes creen en ellos y, por otra parte, vigilan el comportamiento ético del grupo tribal, que ha de atenerse a los principios morales que dieron al comienzo del mundo.

Estos dioses no dirigen la naturaleza como ocurre en el caso del Dios monoteísta. Son majestuosos, benévolos, dispensadores de lo bueno y custodios de las leyes. Pueden ir a cualquier parte y hacer lo que se les antoje; pero sus facultades están tan limitadas, en cuanto a la omnisciencia y omnipotencia, como las del brujo de la tribu. Éste sabe lo que sucede en ella y puede intervenir de una u otra manera. Dicho de un modo gráfico, los Seres Supremos son brujos a escala mayor, con poderes circunscritos a la tribu, y han degenerado tanto, que casi resultan inútiles para desempeñar una función vital.

 
La oración del primitivo se compone más de gestos que de palabras: es para él más bien una ceremonia destinada a provocar la liberación de las fuerzas benéficas. No la concibe como un acto espiritual, sino como la expresión de frases con capacidad para conseguir sus objetivos. Se trata, pues, de una manifestación verbal y física incoherente en el momento de apuro. Es un ensalmo, un encantamiento. Las oraciones se destinan a los Seres Supremos, a los espíritus y a los dioses y semidioses. A pesar de que no carece de sentido de la gratitud, el primitivo no expresa la misma sino en raros casos.

El sacrificio, "hacer sagrado"

El sacrificio (del latín sacrificium: sacer, "sagrado", y facere, "hacer"), es una de las manifestaciones religiosas más preeminentes. Las finalidades del mismo son varias.

 
Los seres sobrenaturales, tanto en las fases rudimentarias de la religión como en las superiores, son objeto desde épocas muy remotas de ofrendas sacrificiales, cuyo propósito consiste en captar su benevolencia o aplacar su hostilidad. Con él, y con otros ritos, el hombre consigue establecer la unión con la divinidad o la fuente de fuerza y vida. Asimismo, el sacrificio establece relaciones íntimas entre los miembros del mismo grupo cuando lo celebran en banquetes comunales, porque el hecho de participar todos en él los une con el lazo que los relaciona con la divinidad. Todos se convierten en el mismo ser, en la misma carne, en un solo individuo.

La ceremonia tiene también por objeto primordial asegurar la fertilidad en todos sus aspectos, sea cual fuere el tipo de cultura al que el primitivo pertenezca.


 
Entre los sedentarios y seminómadas, el jefe o rey se convierte en el centro del culto sacrificial: es tanto principal adorador como víctima, que recibe la muerte al cabo de un número dado de años o cuando envejece o se padece hambre.
 
No hace mucho tiempo la práctica del sacrificio era corriente en África y algunas islas del Pacífico; pero nunca ha sido permanente, bien porque la institución se eliminase, bien porque se buscaba un sustituto, por lo regular un animal, a la regia víctima. Admitido el principio de sustitución, la nueva víctima solía ser el primogénito.
 
Otra forma de reemplazamiento o, mejor, de sacrificio era la ofrenda de las primicias de los frutos de la tierra. El hambre, la esterilidad y la muerte se atribuyen al dios encolerizado por alguna transgresión humana. El motivo de la ira divina tiene que anularse con métodos apropiados, es decir, con medios de purificación tales como agua, fuego, sangre y víctima expiatoria. La propiciación y el apaciguamiento se obtienen con la muerte o la destrucción, si se trata de un objeto, que liberan las fuerzas de vida existentes en lo sacrificado.

Lo sagrado, una explicación del universo

Según los primitivos, en el mundo hay fuerzas trascendentes cuya imperceptibilidad no obsta a que sean sumamente poderosas. Son capaces de orientar los destinos humanos y de alterar los procesos de la naturaleza. No pertenecen al terreno de lo ético ni a lo social, sino que se manifiestan de manera misteriosa y como factor primordial del universo.

 
Lo sagrado es lo inexplicable y, al mismo tiempo, lo que justifica, sin recurrir a procesos mentales lógicos, la relación de la parte con el todo, del individuo con el mundo. La calidad de sagrado, tan inexplicable como poderosa, recibe diferentes nombres según los pueblos (mana, andriamanitra, wakonda, bárakah, etc.) y justifica la inviolabilidad y el respeto a los santuarios, que son el lugar en que lo trascendente se ha manifestado.
 
Mucho se ha discutido y se discutirá sobre el monoteísmo de los primitivos, tal vez porque el vocablo "monoteísta" expresa una noción demasiado técnica y hasta cierto punto anacrónica en su caso. La unidad absoluta de Dios resulta demasiado concreta y entraña una idea clara que no se encuentra, desde luego, en el estadio cultural de estos pueblos. Sin embargo, todos los primitivos aceptan la existencia de un Ser misterioso, al unísono próximo y lejano, activo, al que se debe no sólo la creación, sino cuanto acontece en la vida diaria. Su intervención, entre paternal y severa, revela que existe y que está presente, a despecho de la distancia que le separa de los hombres. Su dominio es total, aunque no lo conciban de igual manera los pueblos que ocupan diferentes peldaños en la escala de las culturas primitivas.
 
 
 

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