sábado, 11 de agosto de 2018

VEDAS, LOS LIBROS DEL CONOCIMIENTO RELIGIOSO DE LA INDIA


Se llama veda a la literatura de los invasores arios de la India.

En realidad, pueden distinguirse en ella dos períodos: el védico y el sánscrito.
 
La palabra veda significa "conocimiento" y tiene la acepción especializada de "conocimiento por excelencia", de la misma manera que los cristianos llaman Biblia (del griego biblos = libro) a las Sagradas Escrituras. Bastan estos conceptos para denotar el carácter estrictamente religioso de esta literatura, que nació para satisfacer las necesidades de un complicado sistema religioso, lo que le concede un valor práctico en esencia.
 
Es muy difícil asignarle una fecha precisa, como suele ocurrir en el caso de la inmensa mayoría de los principales monumentos literarios indios. Los arios (indoeuropeos) entraron en el subcontinente por el mismo camino que siguieron las restantes invasiones, o sea por el noroeste. Al principio del período védico se hallaban establecidos en la cuenca del Indo y en el Penjab, desde donde, en épocas sucesivas, se extendieron hacia el sur hasta llegar al valle del Ganges. La más antigua obra a ellos debida es el Rig Veda, que los tratadistas datan entre el año 4000 y el 1000 a. de J. C. (la fecha más aceptada o equilibrada es el año 2000 a. de J. C.).
 
El período védico se cierra poco antes de la era cristiana. Las otras colecciones literarias védicas son el rajur Veda, que contiene una serie de fórmulas del ritual primitivo; el Sama Veda, con cantos del mismo origen, y el Atarva Veda, que cuida de la religión privada o doméstica.
 

Los arya, tal como se deduce de la lectura del Rig Veda, tenían una religión que derivaba en parte de las creencias de los primitivos indoeuropeos. Eran adoradores de las distintas manifestaciones de los fenómenos de la naturaleza, de los que sus dioses suponían la encarnación antropomórfica, tales como el Cielo Padre (Dyaus Pitr, cuyo nombre puede compararse de modo interesante con el Zeus griego y el Júpiter romano) y la Tierra Madre (Prtivi Matr, cuyo significado se encuentra en la Deméter griega y la Terra Mater latina).
 
No obstante estos vislumbres, las ideas y divinidades que presentan los Vedas no pueden identificarse como propias de los primitivos indoeuropeos. Sus seres superiores son los asura, que se dividen en dos grupos: los aditya, dioses benévolos, entre los cuales se enumeran Varuna, Mitra, Baga, Amsa, Daksa y Aryaman; y los raksa o demonios, de carácter malévolo. Al frente del panteón védico está Indra, que se considera explícitamente como el único dios (entiéndase por ello la deidad suprema).
 
El culto védico se centra en el sacrificio, que ofrece dos aspectos, uno hierático y otro popular. El primero abarca la mayoría de las grandes ceremonias, los sacrificios crauta, cuyo centro es la oblación de la bebida inebriante llamada soma; el segundo comprendía, aparte los ritos grhya, relacionados con la vida doméstica, prácticas de carácter mágico, cuya finalidad consistía en bendecir y maldecir.
 
El sacrificio más importante de todos era el del fuego, que encarnaba Agni, dios de las oblaciones y de los sacerdotes. Su rito exigía un sacerdocio especial, capaz de invocar a las deidades por medio de poemas o fórmulas en prosa, interpretar los himnos, pronunciar los rezos y dirigir a los fieles. En este clero peculiar tuvo su origen la casta de los brahmanes.
 
El Rig Veda, que contiene más de 1000 himnos, con unas 10000 estrofas, presenta el universo dividido en dos partes. Una de ellas es donde habitan los dioses y los hombres, y se caracteriza por encerrar la luz, el calor y la humedad. Posee además tres partes: la superficie de la Tierra, la atmósfera y la expansión cóncava del firmamento. El conjunto se llama sat ("existente").
 
A él se contrapone la otra porción, oscura y horrible, llamada asat ("no existente"), morada de los demonios, quienes salen de ella durante la noche.
 
El tema central de la mitología veda es la hostilidad continua en que vivían los adityas y los danavas o raksas.
 
La falta de victorias de los primeros sobre los segundos hizo que buscasen un campeón. Lo encontraron en Indra, quien se convirtió de este modo en adalid y rey de los dioses. La procedencia de éste o, mejor, su filiación, no resulta muy clara; suele considerarse como hijo del Cielo y de la Tierra (en la época en que ambos vivían unidos). Al beber soma, adquirió un tamaño tan colosal, que sus padres se separaron y él ocupó el espacio intermedio. Por lo tanto, su reino era la atmósfera; se le llamaba deva, "dios", nombre que se daba sólo a los hijos del Cielo y la Tierra.
 
Indra impuso para enfrentarse con los danavas la condición de que los seres supremos y benévolos le aceptarían por soberano. Su adversario era Vritra ("el que encierra" o "cubre"), personificación de la recia cobertura dentro de la cual estaban todos los elementos necesarios para la creación del sat. Era hijo de Danu ("yugo", "coerción") y de padre desconocido, y tenía la apariencia de una serpiente enorme tendida sobre las montañas, más la categoría de caudillo de las fuerzas del mal.
 
Tvastri, el artífice de los dioses, forjó para Indra el vayra, arma que acostumbra identificarse con el rayo.
 
Antes de emprender el combate, Indra se fortaleció con tres jarros de soma. La lucha fue larga y tuvo diversos altibajos, debidos a las astucias y artimañas mágicas de Vritra. Indra peleó solo, según unos textos, o con la ayuda de Rudra y los maruts, dioses de la tempestad. Finalmente, Indra rompió la espalda a Vritra con el vayra o, conforme otras versiones, le reventó el abdomen o hendió las montañas. Danu pereció también a manos del dios victorioso y se desplomó sobre su hijo muerto.
 
Del vientre del danava vencido, o bien de los montes partidos, surgieron las aguas cósmicas, que a menudo se representan como vacas, y llenaron el océano celestial.
 
Después de reconocer a Indra por nuevo señor, las aguas quedaron preñadas y su embrión fue el Sol. De esta suerte, se dispuso de todos los elementos imprescindibles para la creación del universo: humedad, luz, calor, cielo, tierra y atmósfera, y se pudo diferenciar el sat del asat, que lo contenía, y establecer un orden, de la conservación del cual se encargó Varuna.
 
Todas las criaturas, divinas y humanas, deben colaborar individualmente en el mantenimiento de tal orden. Cuando lo hacen de modo total, absoluto, significa que viven de acuerdo con el sat y, por lo tanto, que ejecutan y alcanzan el bien supremo.
 
Los Vedas, en su exaltación del cielo o firmamento, lo presentan con aspectos diversos que se reflejan en el empleo de nombres diferentes. Así, Indra representa la expresión meteorológica y meteórica del mismo; Dyaus, la astronómica; y Varuna, como hemos visto, la de la ley moral.
 
Dyaus, en su aspecto astronómico, recibe los epítetos de Grande, Profundo y Enorme, y en el de los efectos atmosféricos, Benéfico, Rico en semen o Lácteo. Destaca en este último sentido su cualidad de fecundador de la Tierra Madre, a la que inunda con sus aguas, en medio de truenos, la hace fértil y ahuyenta a los malos.


 
Varuna preside la rita o idea de la verdad y del orden cósmico, y vigila sin descanso que nadie viole el conjunto de preceptos que constituyen la rita. Por ello, es el dios que existe en todo lugar, que ha separado, además, el cielo estrellado de la Tierra. Su respiración es el viento. Sus leyes y mandamientos son inmutables, sobre todo los que se educen de la observación del firmamento nocturno, del que es personificación.
 
Se opone a Varuna, en este aspecto, Mitra o el cielo diurno. Como el día está dominado por el Sol y la noche por la Luna, se comprende que aquél se asimile a Mitra y ésta a Varuna.
 
Los hombres y los dioses se hallan en mutua dependencia. Los últimos necesitan para subsistir las ofrendas, que adoptan la forma de sacrificios celebrados por los humanos; los hombres buscan en la vida el éxito, la salud, la longevidad, una nutrida descendencia (que sólo los dioses pueden conceder), etc., más la protección contra los espíritus malignos y los demonios.
 
Llegada la muerte, los justos, que con su veneración y respeto han conquistado la ayuda divina, se trasladan al reino de los bienaventurados, en el que existe Yama, el primer ser humano, con el cual, y en compañía de los seres inmortales, pasan placenteramente toda la eternidad.
 
El tránsito de los buenos desde este mundo al más allá se efectúa bajo la protección de los dos perros celestiales, Syama y Sabala. En cambio, los malos y prevaricadores, que por el hecho de serlo carecen de tal apoyo, se ven agarrotados por sus transgresiones y sufren el ataque de los demonios que los destruyen.
 
Con el tiempo, se desarrollaron concepciones cosmogónicas, aparte las expuestas, sobre el origen y la actividad del universo, hasta que se creó una especie de superdeísmo cuyo centro era Prayápati ("señor de las criaturas"); o un hombre, Purusa ("macho"), que con sus sacrificios proporciona la materia del universo; o la idea de un principio único, Tad Ekam, del que todo procede. De estas concepciones se nutrió la filosofia india posterior.
 
 

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