martes, 28 de agosto de 2018

LAS RELIGIONES DE JAPON, GUERREROS ENAMORADOS DE LAS ARTES Y LAS LETRAS


Los japoneses proceden de la mezcla de pueblos de diverso origen (y lo mismo puede afirmarse de su cultura), llegados en su mayoría del continente asiático. No obstante, aprovecharon elementos tan dispares con tanta habilidad, que consiguieron crear una de las civilizaciones más típicas del mundo. Ello se prueba con el hecho de que, prescindiendo del sintoísmo (religión nipona autóctona), Japón supo matizar el budismo, que en él tiene una larga historia, con la creación de una doctrina y una secta tan característica como el zen, la cual modeló de modo decisivo gran parte de su civilización.

Guerreros enamorados de las artes y las letras

Es poco lo que se sabe de Japón en la edad anterior a la historia. En el siglo IX a. de J. C., se hallaba habitado por los ainos, protocaucásicos, de tez blanca y barbados, a los que grupos étnicos emigrantes (los futuros nipones), salidos del Asia oriental, Malasia y Polinesia, desplazaron hacia el norte.
 
Hacia el siglo VI anterior a la era cristiana, los invasores estaban repartidos en tribus, que luchaban sin descanso entre sí por la propia hegemonía. Finalmente se impusieron los jefes más progresistas, es decir, los que habían sido educados en la cultura córeana. Así, en el siglo V, surgió en el centro de Japón el gobierno de los Yamato, que es posible considerar como el inicio de la tradición imperial japonesa.
 
Sin embargo, la cohesión del poder no empezó a apuntarse hasta bastante después, gracias a las campañas contra Corea, durante las cuales, hacia el año 400 d. de J. C., la cultura china, y con ella la escritura, entró en el archipiélago.
 

El budismo pasó desde China, siempre a través de Corea, a Japón alrededor del 552 y se impuso por completo unos treinta años más tarde, con enérgica influencia cultural y política en el país. El período de Nara (710-784), llamado así del nombre de la primera capital permanente que tuvieron los japoneses, destacó por el crecimiento de la autoridad imperial, la importancia política de la familia Fuyiwara, el enorme poder que alcanzó el budismo y el florecimiento artístico y científico.

El período de Heian (784-1184) vio la formación de una nueva cultura con la incorporación de elementos coreanos y chinos a la vida japonesa. El aumento de influencia del budismo produjo una reacción a favor del culto indígena o sintoísmo, y ambas religiones llegaron a un compromiso. En cuanto a la historia interna, hubo la competencia de distintas facciones por imponerse al emperador y la reanudación de los clanes feudales.

En el período de Kamakura (1185-1333), Yoritomo (1147-1199) sometió a la mayoría de los jefes del feudalismo y, sin desposeer al emperador, creó nuevos cargos y tomó disposiciones como si tuviera el mando efectivo. Más tarde, hubo que rechazar los intentos de invasión de los mogoles (1274 y 1281) y la autoridad se fragmentó a consecuencia de las disputas feudales, situación que acabó con el sogunado de Asikaga (1338-1513), durante el cual, a pesar de las guerras continuas, se lograron grandes progresos en todos los terrenos de la actividad humana.

 
El siglo XVI presenció la lucha decisiva entre los poderes feudales. Durante él arribaron a Japón los primeros europeos (portugueses) y, tras ellos, los misioneros jesuitas dirigidos por san Francisco Javier. La evangelización logró bastantes avances en pocos años, pero acabó con una momentánea persecución de cristianos.
 
El sogunado de Tokugawa (1603-1867) produjo no sólo el aislamiento nipón del resto del mundo, sino la aniquilación del cristianismo en el archipiélago (1640). Los jefes de la familia Tokugawa aprovecharon su separación de los contactos internacionales para dar a la sociedad un carácter inmutable, por medio de una rígida jerarquía, de carácter feudal, e imponer la paz y el orden con mano segura. La población creció de manera constante; los comerciantes y banqueros fomentaron la vida urbana, y los artesanos y campesinos, a causa de los abusos de los samurai, se sublevaron con frecuencia. Había, pues, en el mismo seno de la nación una antinomia que sembró el descontento.
 
Ésta era la situación bajo Yosimune, el octavo sogun (1716-1745), cuya autoridad comenzó a ponerse en tela de juicio. Varios barcos rusos y norteamericanos arribaron a las playas de Japón, pero fueron rechazados.
 
Por último, en 1853, el comodoro Matthew C. Perry, de los Estados Unidos, con una flota poderosa, consiguió abrir la nación nipona al comercio, material e intelectual, con el resto del mundo. La historia de Japón sigue, desde entonces, paralela a la de Occidente.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario