miércoles, 15 de agosto de 2018

HINDUISMO, BRAHMANISMO Y YOGA EN LA INDIA



El brahmanismo es el desarrollo religioso-filosófico de las doctrinas de la religión védica y el hinduismo constituye algo más que una religión, derivada del brahmanismo, pues incluye una completa forma de vida, desde lo social hasta la filosofia. Téngase en cuenta, además, que lo religioso y lo filosófico siempre estuvieron íntimamente imbricados en la India.

De manera general, puede decirse que el brahmanismo, sobre lo ya apuntado, representa el conjunto de la religión y la metafísica de la casta sacerdotal de los brahmanes y de la mayoría de los hindúes frente a otros grupos religiosos, como el musulmán. Implica en sí un cuerpo coherente, aunque no sistemático, de doctrinas, unas reveladas y otras debidas a la tradición, que matiza lo profano y lo sagrado sin distinción, y que se integra en una cultura.

El hinduismo es más difícil de definir. Aplicado al terreno religioso el vocablo no aparece posiblemente hasta la invasión islámica de la India. Desde el punto de vista de la fe, denota una posición espiritual vaga y multiforme, que, en su estado actual, abarca muchas creencias, prácticas y ritos religiosos, desde los más superiores a los más inferiores, a menudo opuestos o contradictorios entre sí. Jawaharlal Nehru, a quien se debe esta definición, asegura que la esencia del hinduismo es "vivir y dejar vivir". Constituye, en efecto, una amalgama de tipos de religión, de cinco a seis, que van desde el politeísmo al monismo filosófico, y del animismo al panteísmo.

En cuanto a la relación entre el brahmanismo y el hinduismo, dependientes entre sí como acabamos de ver, puede establecerse la salvedad de que el primero es la expresión religiosa superior, resultante de la mezcla de los arios con los no arios de la India, mientras que el hinduismo es la expresión religiosa inferior o popular, nacida de todos los elementos raciales y culturales que han existido en la India, sobre todo los de índole no literaria.
 
El brahmanismo tiene bastantes obras en que basa y desarrolla sus doctrinas. Unas se consideran reveladas y otras de origen humano, generalmente debidas a comentarios y reflexiones filosóficas y teológicas hechas sobre las de procedencia divina. Las escrituras reveladas son los cuatro Vedas, ya mencionados, los Aranyakas, u obras de ascetismo, los Brahmanas, o libros de exégesis religiosa y de ritual, y los Upanisads, que expresan e interpretan las doctrinas relacionadas con los sacrificios y la liturgia; las creadas por la mente del hombre son los Vedangas, tratados de astronomía, gramática y artes, los Sidras y Dharmasastras, tratados legales, los Puranas, libros de devoción, teológicos, míticos y seudohistóricos, y, en fin, los dos grandes poemas épicos titulados Ramayana y Mahabharata.
 
Este último encierra el Bhagavad Gita, compendio de las enseñanzas védicas, aplicadas a las tres vías de la contemplación, acción y devoción; es la obra más esencial para comprender el brahmanismo y el hinduismo en toda su complejidad, y una especie de Biblia para los hindúes. De este cuerpo de obras se desprende un conjunto de doctrinas propias del brahmanismo (e, incidentalmente, de algunos aspectos del hinduismo), relacionadas con los problemas de la unidad y diversidad del mundo, de la realidad y la apariencia, del ser y el llegar a ser, de la eternidad y el tiempo, y con los medios para alcanzar el autoconocimiento y la liberación definitiva.
 
Aunque posteriormente trataremos con cierta detención de ellos, conviene decir aquí que Brahma, Visnú y Shiva son aspectos personales de Dios, último principio y único Yo (atman), que conoce todas las cosas actuantes e inertes; todo lo creado es una proyección de su pensamiento y en él subsiste todo eterna, inteligible e idealmente.
 
Bien que sea algo árido exponer esta noción de Dios en todas sus consecuencias, debemos intentar dar una imagen de la misma. La omnisciencia divina se cimenta en su inmediata e indivisa presencia en todas las partes de la imagen del mundo, lo cual, por relacionarle con todos y cada uno de los seres y cosas creados, y su manifestación sensible, incluye a Dios en la autolimitación y en la capacidad de sentir, pues experimenta de modo personal los destinos de cada ser o cosa hasta el punto de pensar "Yo soy esto" y "Esto me pertenece".
 
Dado que es el Señor o Aliento, circula y fluye por todo el mundo que Él mismo anima, se transforma en el Único Transmigrante y conoce y experimenta todos los valores mundanales, tanto el bien como el mal. Por consiguiente, Dios es al mismo tiempo espectador del drama del mundo y actor esencial del mismo. De aquí que deba considerársele como una sola esencia compuesta por dos naturalezas, trascendente e inmanente, impasible y pasible, inmortal y mortal, y, en fin, como dicen los intérpretes, el Único no es dos, sino que dos son el Único.
 
La misma concepción es aplicable al hombre. Los "yo" (atman) de éste tienen una forma doble: espiritual y psicofísica, o sea inmortal y mortal, libre y predestinada; dicho de otra manera, existe un Yo común a todos los seres y otro yo (al que en beneficio de la claridad llamaremos ego)particular, individual. De uno y otro nace el problema de la integración con Dios, de la inmortalidad y de la liberación de lo psicofísico. Se trata de saber "quién" somos. Las dos porciones de nuestro ser, el yo y el ego, luchan sin descanso.


 
Hasta que lo psico-flsico o contingente (ego) no quede sometido a nuestro yo (espíritu), no gozaremos de paz. Esta conquista se consigue únicamente por medio de la autonegación ética y la autoanonadación intelectual, con implicaciones mucho más arduas que las que se pueden describir aquí. Una forma, quizá la única de alcanzarla (no depende del punto de vista personal ni de las escuelas de pensamiento), es el sacrificio, por medio del cual se logra la ancianidad (inmortalidad relativa) en este mundo y la inmortalidad total en el más allá. Este sacrificio ha de entenderse como una autoinmolación y una regeneración, simbólicas en lo externo y auténticas en lo interno. Dado que el sacrificio es un acto exterior, tiene consecuencias en el orden social, puesto que todas las artes son necesarias para llevar a cabo los ritos de modo adecuado. Además, el sacrificio es una vocación, es algo para lo que se nace.
 
De ello procede la importancia que tienen para el brahmanismo la herencia y la situación en la sociedad, que se refleja en el sistema de castas. Esta última norma social se perpetúa de generación en generación, aunque no sea en sí un fin, pues los valores de la vida son no sólo inmediatos, sino que tienen un objeto superior, el de la propia realización. Así se refleja en la concepción de las "cuatro estaciones" o situaciones aplicables al hombre: aprendizaje, trabajo y matrimonio, retiro y renunciación total. Para entregarse a cualquiera de ellas el individuo puede sentirse llamado de modo imperativo al abandono absoluto de sus obligaciones y derechos sociales, para alcanzar la "realidad". Ésta tiene un alcance, no sólo superior, sino que trasciende las virtudes y los vicios, pues implica la liberación del cúmulo de contradicciones que imponen los valores corrientes, los cuales son relativos y carecen de importancia.
 
Cuando no se establece distinción entre egoísmo y altruismo, sino que todo es igualmente amado por proceder de Dios, que es lo único que merece amor, se ha alcanzado la liberación completa. Cuanto se hace tiene consecuencias inevitables. Todo lo que se obra cuenta con una causa mediata anterior, en una sucesión que carece de comienzo. La liberación de esta concatenación inevitable, casi maquinal, no contradice la existencia de la determinación causal; depende exclusivamente de que la vida entera prescinda del ego y se centre en el Yo superior, que presencia impasible el desarrollarse del mundo del que el ego mortal forma parte.
 
El procedimiento más indicado para conseguir la autorrealización, sea con fines mundanos, sea para alcanzar la unión con el Yo único, es el yoga, técnica que estriba sobre todo en el dominio del pensamiento por la concentración del mismo.
 
Yoga deriva etimológicamente de una raíz que significa "poner el yugo", "enjaezar"; el yogin, o practicante del yoga, es el "enjaezado", "el que lleva el yugo", es decir, la persona que no se turba ante la multiplicidad del mundo, que no se altera por simpatías ni aversiones, que se porta correcta y serenamente en todas las circunstancias.
 
Ha de tenerse en cuenta que ciertas modalidades del yoga buscan tan sólo el dominio de la salud y del aparato fisiológico, la obtención de poderes sobrehumanos tales como la levitación o el dominio de la inteligencia. Pero cuando se aspira a la unidad con el Yo supremo, se deben pasar o salvar tres fases, que también son condiciones, en el camino hacia dicha meta: atención (dharana), contemplación (dhyana) y síntesis (samadhi).
 
El yoga no es para los hindúes algo esotérico, sino una disciplina física, mental o espiritual. La de la última especie culmina cuando no se distingue entre el conocedor y lo conocido, lo que quiere decir que el hombre está libre de todas las limitaciones, o sea goza de una completa autonomía.
 
El hinduismo tiene también, a pesar de su carácter popular, un cuerpo de doctrina metafísica, contenida en las epopeyas del Mahabharata y el Ramayana (aunque también se recurra a la autoridad de los Vedas, pero no en primer término), los Puranas, Sutras y otras obras que ya quedan mencionadas.
 
Como se trata de una religión o grupo de religiones de diferente entidad espiritual e intelectual, que carece de credo fijo, de prácticas cultuales cristalizadas y de organización sacerdotal que vigile su uniformidad y ortodoxia, no es de extrañar la gran variedad de opiniones metafísicas, filosóficas y teológicas. Los conceptos van desde los más sencillos hasta la aceptación de un monismo riguroso, por el cual se niega la existencia de lo fenoménico.
 
No obstante la gran riqueza de nociones y opiniones, y la enorme libertad de credos, la mayoría de hindúes suele admitir la teoría de que el universo, que se disuelve y vuelve a crearse, consta de materia, enfrentada al espíritu, la cual posee tres cualidades: oscuridad, pasión y bondad.
 
Por impulso de Brahma, que existe por sí mismo, materia y espíritu dan origen a los dioses, los seres animados, la tierra, el cielo y el infierno. Discrepancia igual a la apuntada más arriba, se da en el caso de la noción de la divinidad.
 
Recurriendo de nuevo a las creencias de los hindúes cultos, que siguen religiones o ritos de naturaleza menos materialista que el pueblo, puede afirmarse que acostumbran preferir la adoración de los grandes dioses Visnu y Siva, y la de las deidades menores con ellos relacionadas, de los cuales hablaremos más adelante.
 
Entre el vulgo no es infrecuente intentar congraciarse con un nutrido número de divinidades de la fertilidad, vegetación, enfermedad, desgracia o riqueza, con los espíritus de los antepasados, con diosas-madre estrictamente locales, con el Sol y la Luna.
 
Se tienen por sagrados árboles como la higuera de Bengala; piedras; animales como el mono, la cobra, el caballo, el tigre o el pavo real; ríos como el Ganges, el Narbada, el Kaveri, etc.; y montes, como el Himalaya. Además presta crédito el pueblo a la astrología, la magia, los oráculos y el aojamiento.
 
El hindú culto siente honda preocupación por lograr la realidad, en el sentido en que la hemos descrito al tratar del brahmanismo, y la busca indiferentemente en Siva o Visnu, o en Brahma, esto es, según el teísmo o de una manera impersonal; una vez la ha logrado vive en el mundo, pero sin apego a él, puesto que le parece desprovisto de significado.
 
El hinduismo acepta sin discusión, mejor dicho, como algo natural, las doctrinas sobre el renacimiento y el karma o las obras. Las dos están estrechamente enlazadas con la idea de la salvación.
 
La doctrina del renacimiento o de la transmigración, como suele llamarse con no mucha exactitud, afirma que todos los seres, una vez han muerto, renacen con una forma distinta, que puede ser superior o inferior, es decir, la de hombre, la de morador del cielo o del infierno, la de animal o la de planta. Cuando vuelven a fallecer, vuelven a la vida con otro aspecto y así indefinidamente, en un ciclo llamado samsara.
 
Con él está emparentada la creencia del karma, porque la forma que se adquiere en cada renacimiento depende, de modo casi mecánico, de las obras que se hayan efectuado en las vidas anteriores. Librarse de tal cadena de causas y efectos representa la salvación de los seres (moksa, nirvana), que es, en último caso, la meta de todos los seres vivos. Pero es un fin muy difícil de alcanzar y la inmensa mayoría de los hombres se contenta o procura mejorar su forma en la siguiente existencia, con el deseo por lo regular de vivir una parte de la eternidad en el cielo de alguna deidad.
 
La salvación puede lograrse a través del culto, si se cumplen del modo más perfecto los ritos prescritos; a través del ascetismo más riguroso, llamado tapas; a través del amor a un dios, el cual confiere a su seguidor la gracia de salvarle en premio de su devoción (bhakti) ; o a través de la consecución del conocimiento perfecto (J'Una), de índole esencialmente filosófica, el cual acostumbra conseguirse por medio de la meditación; meditación que se obtiene gracias a la concentración lograda mediante el yoga.
 
Como se ve, las diferentes escuelas de yoga tienen por fin cada uno de los medios de salvación, pero, en ese esfuerzo terrible y maravilloso por la superación de las trabas del ego, es menester la ayuda y la guía de un maestro espiritual o guru, a quien se considera siempre de una categoría tan excelsa, que casi raya en lo divino.
 

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