sábado, 11 de agosto de 2018

LAS RELIGIONES DE LA INDIA

 
El subcontinente indio, inmensa extensión triangular de tierra apoyada en el Himalaya, es uno de los centros culturales más antiguos del mundo.

Como todas o casi todas las penínsulas ha sido el escenario de luchas de pueblos y civilizaciones que los azares históricos acumularon dentro de sus limites.

Gentes de varia procedencia chocaron, se absorbieron o se asimilaron en ella, oriundas por lo regular del noroeste, puerta abierta a través del valle del Indo y del Penjab. Ello no obstante, a pesar de las diferencias internas observables en el propio territorio indio, en ese crisol se ha creado un tipo humano muy característico, casi inconfundible incluso para los ojos más inexpertos.

En la India, desde el punto de vista de la religión y las creencias, se advierte una gran riqueza espiritual, en efervescencia desde la protohistoria, que produjo algunas de las más notables religiones existentes en el mundo. Sin embargo, hay que observar que la irradiación de las mismas nunca afectó al Occidente, sino que se propagó hacia el Oriente, y que alguna, como el budismo, había perdido vigor en el territorio indio cuando arraigó, con formas más o menos espúreas, aun en el lejano Japón y llegó a modificar de modo considerable su cultura. El budismo persiste en partes del sudeste asiático tan llenas de vitalidad como la península Indochina y en Insulindia.
 


Las religiones nacen y se diluyen

La civilización más antigua de la India se fecha en los milenios III y II a. de J. C. Floreció principalmente en la cuenca del Indo sobre culturas relativamente primitivas y recibe actualmente el nombre de civilización de Harappa (en el Penjab). Es no sólo la que existió durante más tiempo, sino también la mejor conocida. Comprendía dos grandes ciudades, Harappa y Mohenjo-daro, que estuvieron en contacto con las civilizaciones de Mesopotamia e Irán hacia el año 2350 a. de J. C.

Una segunda etapa en la historia del subcontinente representó la penetración y propagación de las gentes que compusieron los Vedas, obras que tratan del ritual religioso.

Este pueblo, de idioma sánscrito, se daba el nombre de arya ("noble") y pertenecía al grupo de los indoeuropeos; era una sociedad patriarcal y nómada, que llegó a la India entre el año 1500 y el 1200 a. de J. C., y en su cuerpo había subdivisiones : aryas y no aryas.

Al primer grupo pertenecían los brahmana o aristocracia espiritual, los ksatriya o guerreros y autoridades, y los vaisya o vulgo; al segundo, los sudra o siervos.

Desde el Penjab se extendieron hacia el sur y tal vez llegaron a la parte central de la India. La fusión de todos estos elementos, entre los siglos VII y III a. de J. C., formó la tradicional civilización india.

En el período indicado en último lugar, cuya situación política resulta dificil definir, surgieron no menos de dieciséis importantes estados en el septentrión de la India, sobre los cuales se impuso el de Magada hacia la mitad del siglo IV a. de J. C.

Los aqueménidas, bajo Darío I, conquistaron la región situada al oeste del río Beas (siglo VI), hasta donde Alejandro Magno llevó con éxito sus armas (327-325). A la muerte del conquistador macedonio, las guarniciones que había dejado fueron expulsadas por Chandragupta, de la dinastía de los Maurya (reinó alrededor de 321-297), quien conquistó todo el norte, y tal vez parte del centro, de la península. Su nieto Asoka (hacia 274-237) fue el mayor rey de la antigua India y es el primer soberano sobre el que se tiene documentación puntual. Su imperio abarcaba casi todo el territorio indio y pakistaní moderno.

Convertido al budismo, aplicó las doctrinas de este credo al gobierno de sus dominios y fue el causante de que el mismo se convirtiera de una secta local en una religión de alcance mundial. Al fallecer Asoka, el imperio maurya comenzó a desintegrarse y, entre los siglos II y I a. de J. C., la frontera del noroeste quedó de nuevo expuesta a las invasiones: los helenistas seléucidas, los partos, los sakas, etc., arrebataron porciones del territorio indio; el resto del septentrión del subcontinente se dividió en gran número de repúblicas y monarquías independientes, al paso que en el Deccán y más al sur florecieron reinos y principados.

Esta situación caótica duró hasta principios del siglo IV d. de J. C., en que apareció la dinastía de los Gupta, que reinaría durante doscientos años. Su fundador, Chandragupta I (320-330?) inició la tarea de expansión en su pequeño estado, situado en el norte de Bengala. Su hijo y sucesor, Samudragupta 030-380?), llevó a la dinastía al apogeo de su grandeza. El período por ellos iniciado es la edad clásica de la India; en él el arte, la ciencia y la literatura alcanzaron el cenit de su perfección, que los hombres de períodos posteriores intentaron, muchas veces en vano, alcanzar.

Los siglos siguientes, desde el VI al VIII, asistieron a la decadencia del imperio gupta y a la multiplicación de principados. No obstante, algunos monarcas se esforzaron por unificar el territorio indio; si lo consiguieron en parte, como Sasanka, rey de Bengala, o Harsavardana de Taneswar, el fruto de sus esfuerzos no sobrevivió a su muerte.

Paralela a esta situación, si no caótica, por lo menos fragmentaria, sucedía en Arabia un hecho que tendría bastante importancia en la India, no sólo desde el punto de vista religioso, sino también desde el histórico-cultural: la predicación de Mahoma, su muerte y la propagación bélica de la fe por él anunciada.

Desde la conquista del imperio persa (650) hasta el primer tercio del siglo VIII, los musulmanes hicieron acto de presencia casi de modo constante en las fronteras de la India y lograron algunos avances.

Nagabata I 730-760?), de la dinastía de los Pratihara, derrotó al árabe Chunayd, gobernador de Sind, y echó las bases de un reino que alcanzó gran poder, hacia fines del siglo VIII, en Rajastán.

Los Pratihara chocaron con los Pala, representados por Gopala, el primero de una larga serie de soberanos que reinaron en Bihar y, sobre todo, en Bengala. Al unísono había nacido una nueva potencia en el Deccán, con los Rastrakuta, que habían ensanchado sus dominios con una brillante sucesión de monarcas.

Las tres dinastías chocaban constantemente en el septentrión de la India con vistas a la ampliación de sus territorios, y en la contienda hubo avances y retrocesos, derrotas y victorias, casi hasta mediado el siglo X.

En su lucha, estos imperios parecieron olvidar la presencia de los musulmanes en la misma puerta del subcontinente.

A los Pratihara correspondió el mérito de cerrar el paso al islam, hasta que se inició su decadencia cuando sus feudatarios (indicio claro de la debilitación del poder de la dinastía) comenzaron a declararse independientes y procuraron individualmente crear otra unidad política consistente. Tal vez hubieran tenido éxito de no haber mediado la dinastía turco-musulmana de los Gaznavidas. Mahmud de Gazna estableció su autoridad en Balj, Herat y Jurasán, e invadió la India unas diecisiete veces.

Su principal objetivo fueron los templos, a los que saqueaba y destruía, y la conversión al islam de las poblaciones vencidas. Pasaba a cuchillo a las que se negaban a islamizarse. De este modo, se adueñó del Penjab.

Mientras tanto, en el Deccán, al que no afectaban los ataques muslimes, y en las regiones más meridionales, hubo constante guerra por la hegemonía que impuso el cambio continuo de dinastías reales, como la de los Chalukya y los Chola. La situación se prolongó por el mismo tenor en dichas regiones hasta el siglo XIII.

Otro tanto pudiera decirse que ocurría en el septentrión de la península. Los musulmanes, a fines del siglo XII, al mando de Muhámmad Gurí, se enfrentaron a una confederación de señores indios en las dos batallas de Tarain o Taraori, la segunda de las cuales fraguó el camino de la conquista islámica de la India.

Qubt ud-Din, lugarteniente de Muhámmad Gurí, se aprovechó del asesinato de su señor para declararse soberano independiente en la India y fijó su capital en Delhi (1206), con lo que inició el sultanato del mismo nombre, que duró hasta 1526.

La función histórica principal del sultanato de Delhi fue la de contener los repetidos intentos de invasión de los mogoles. Su rey más destacado, y el último de su dinastía, se llamó Ala ud-Din, que conquistó todos los reinos hindúes del norte de la India. A su muerte (1316), le sustituyeron en el trono los Tugluq, que apenas reinaron un siglo, y a éstos los Sayyid y los Lodi, a quienes desposeyeron los mogoles.

La dinastía Mugul o Mogul fue fundada por Babur, que inició la conquista de la India. Al fallecer, en 1530, le sucedió su hijo Humayún, de reinado efímero y entrecortado por la audacia de los afganos, a quienes derrotó definitivamente Akbar, su hijo. Akbar fue el emperador mogol más importante; durante su largo gobierno (1556-1605) se apoderó de Malwa, Gondwana, Gujarat, Bengala, Cachemira, Jandes y Berar, aparte de otros territorios menores, y, sobre ser un notable general, se significó por sus dotes diplomáticas y administrativas. Destacó entre sus disposiciones la que establecía la tolerancia en materia religiosa.

El último rey notable de su dinastía, Aurangzeb (1658-1707), arruinó el imperio a consecuencia de su carácter suspicaz y fanático: anuló la política de tolerancia religiosa de su antepasado, destruyó templos e ídolos y resucitó las diferencias de trato entre los diferentes grupos confesionales, no sólo en la vida oficial, sino en la civil.

Cuando Aurangzeb murió en 1707, el imperio mogol mantenía la estructura de su grandeza, pero únicamente en apariencia: era como un edificio que conserva su espléndida fachada, aunque está derruido interiormente.

Desde la fecha indicada en último lugar, se produjo en la India la penetración europea. Tuvo ante todo carácter comercial, después se distinguió por las luchas entre ingleses y franceses, que culminaron con el dominio británico incompartido del subcontinente, a lo cual siguió el establecimiento del imperio inglés y, por último, en 1947, la declaración de la independencia del país, más la división de la península entre Pakistán y la Unión India.


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