lunes, 2 de julio de 2018

HISTORIA DE MOISÉS Y LAS PLAGAS


En la Basílica de San Pietro in Vincoli, hay una magnífica estatua que allá en el siglo XVI estuvo destinada a figurar entre otras muchas en el ostentoso panteón de Julio II, el papa belicoso que prefirió ceñir la espada de S. Pablo a ostentar en su diestra los pacíficos atributos del príncipe de los apóstoles.

Aquella estatua es la obra más colosal del coloso del Renacimiento.  Tan imponente y majestuosa es la expresión de su semblante adornado por las ensortijadas guedejas de su cabellera que se confunde con su barba larga y poblada, descendiendo de una frente verdaderamente augusta que recuerda los rasgos de que dotó la antigüedad clásica a Júpiter Tonante.

Esta estatua prodigiosa, representa a Moisés, el insigne libertador, el inspirado profeta, el legislador sapientísimo del pueblo hebreo.

No creemos que, hasta humanamente hablando, pueda encontrarse más vigorosamente marcada la huella de la predestinación en la existencia de un mortal que en la de este hombre extraordinario que tan poderosa influencia ha tenido en la civilización del linaje humano.

Nadie desconoce el sencillo relato que encabeza el Éxodo. Los hijos de Israel hablan crecido y se hablan multiplicado como la yerba desde que entraron en Egipto con Jacob, de manera que en el espacio de doscientos quince años que trascurrieron desde su entrada hasta su salida de aquel reino, llegaron al número de mas de seiscientos mil  hombres capaces de llevar las armas.
 
Había llegado al trono un rey que no supo o no quiso comprender las sabias providencias dictadas por otro monarca a instigación de José, y siendo el rápido crecimiento de este pueblo un peligro para el suyo, procuró oprimirlo destinándole como a nación esclava a los trabajos más duros e insoportables, como a la fabricación de ladrillos para edificar las ciudades, a la construcción de varias fortalezas y de los diques y canales del Nilo, así como a la construcción de las famosas pirámides y a las tareas de la agricultura.

Explica la Biblia que habiendo sido estériles estas iniquidades para detener el prodigioso desenvolvimiento de los israelitas, llamó el rey de Egipto a las parteras de los hebreos ordenándoles que no dejasen vivir sino a las hembras que naciesen, dando muerte a los varones; mas ellas replicaron que las mujeres hebreas no solían llamarlas, y por lo tanto nada podían hacer por dar gusto al monarca, el cual mandó entonces que todo varón que naciese fuera echado al rio, reservándose tan solo las hembras, edicto cruel que se supone fue revocado poco después de su publicación, pues no podría explicarse de otra manera el aumento extraordinario que tuvo después en pocos años el pueblo de Israel.

Aconteció en esto que un hombre de la casa de Leví contrajo matrimonio, y habiendo tenido un hijo lo guardó escondido tres meses; mas temiendo que lo descubriesen, tomó una cestilla de juncos y la calafateó con betún y pez y puso dentro al niño y lo abandonó en un carrizal de la orilla del rio, parándose a lo lejos una hermana suya para observar su paradero.
 
Acertó a pasar de pronto la hija del Faraón o rey de Egipto, que iba a bañarse en el rio, la cual como viese la cestilla en el carrizal envió por ella a una de sus criadas, y sabiendo que había dentro un niño que lloraba con gran desconsuelo, se compadeció de él exclamando:

- De los niños de los hebreos es este. A lo que replicó la hermana del niño:

- ¿Quieres que vaya a llamar a una mujer hebrea que pueda criar al niño?

- Anda, respondió la princesa.

Se fue la doncella y llamó a su madre a la cual habló la hija de Faraón, diciendo:

- Toma ese niño y críamelo: yo te daré tu salario.

La mujer tomó el niño y lo crió, y después cuando ya fue criado lo entregó a la princesa, la cual lo adoptó como hijo, llamándole Moisés, nombre que explica Josefo haciéndolo derivar de las palabras egipcias, libertado, esto es, libertado del agua.

Están de acuerdo los escritores eclesiásticos en que Moisés recibió muy esmerada instrucción, llegando a ser muy versado en todas las ciencias que cultivaban los egipcios, sobre todo en la astronomía y que fue muy sobresaliente poeta, recordando el P. Scio en sus notas, que según pretenden algunos fue el maestro de Orfeo y sirvió de modelo al mismo Homero.

A pesar de la protección que en la corte se le había dispensado, no olvidó Moisés a los de su linaje y habiendo visto que un egipcio maltrataba a un hebreo, lo mató y lo enterró en la arena. Este suceso llegó a oídos del rey, por lo cual tuvo que huir a la tierra de Madian, en las costas del mar Rojo, en donde casó con la hija de un sacerdote.

Al cabo de muchos años murió el rey de Egipto y subieron de punto las angustias y padecimientos de los hijos de Israel. Entonces fue cuando empezó la misión del futuro libertador, pues apacentando las ovejas de Jethró su suegro, cuenta la Escritura que se le apareció el Señor en el monte Horeb en llama de fuego en medio de una zarza y vio que la zarza ardía y no se quemaba. Al observar este prodigio exclamó Moisés:

- Iré y veré esta grande visión, porque no se quema la zarza.

Y viendo el Señor que caminaba para ver, le llamó de en medio de la zarza y le dijo:

- ¡Moisés, Moisés!

Y éste respondió:

- Aquí estoy.

- No te acerques acá, replicó la voz; desata el calzado de tus pies: porque el lugar en que estás tierra santa es. Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahan, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés, poseído de religioso temor, se prosternó entonces cubriéndose el rostro con las manos.

- He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, prosiguió la voz y he oído su clamor por la dureza de los sobrestantes de las obras y conociendo su dolor he descendido para librarlo de las manos de los egipcios y sacarlo de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, a los lugares del cananco y del hethco, del amorreo y del ferezeo, del heveo y del jebusco. El clamor de los hijos de Israel ha llegado a Mí: he visto su aflicción con la que son oprimidos por los egipcios; pero ven y te enviaré a al Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel:

- ¿Quién soy yo, preguntó modestamente Moisés, para ir al Faraón y sacar a los hijos de Israel de Egipto?

Mas le respondió la voz:

- Yo estaré contigo y esto tendrás por señal de que te he enviado. Luego que hubieres sacado a mi pueblo de Egipto, sacrificarás a Dios sobre este monte. Moisés respondió:

- Iré á los hijos de Israel y les diré: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si me dijeren: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?

- Yo SOY EL QUE SOY. De este modo dirás á los hijos de Israel: EL QUE ES me ha enviado a vosotros.

(Nótese esta declaración monoteísta que la Biblia pone en boca del mismo Dios. EL QUE ES, vale aquí, como han hecho notar los comentaristas, lo mismo que el Ser eterno y existente por sí mismo, principio y origen de todas las cosas, infinito, inmutable y necesario.)

- Esto dirás a los hijos de Israel, añadió la voz: El Señor Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahan, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me ha enviado a vosotros: Este es mi nombre para siempre y este mi apellido por todos los siglos. Ve y junta a los ancianos de Israel y les dirás: El Señor Dios de vuestros padres se me apareció diciendo: He descendido a visitaros y he visto todo lo que os ha acontecido en Egipto. Y he dicho que os sacaré de la aflicción de Egipto a una tierra que mana leche y miel y oirán tu voz: y entrarás tú y los ancianos de Israel al Rey de Egipto y le dirás: El Señor Dios de los hebreos nos ha llamado: iremos camino de tres días al desierto para sacrificar al Señor nuestro Dios. Mas yo sé que no os dejará el rey de Egipto que vayáis, sino por mano fuerte.


 
Porque Yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con todas mis maravillas, que he de hacer en medio de ellos. Después de esto os dejará ir.

Todavía con esto, dudaba Moisés, diciendo:

- No me creerán, ni oirán mi voz.

Entonces le preguntó el Señor:

- ¿Qué es lo que tienes en la mano?

- Una vara, respondió Moisés.

- Arrójala en tierra, respondió el Señor.

La arrojó y se convirtió en serpiente, conque Moisés echó a huir despavorido; pero el Señor añadió:

- Extiende la mano y tómala por la cola. Obedeció Moisés y al punto volvió a convertirse en vara.

De nuevo volvió el Señor a hablarle, diciéndole:

- Mete tu mano en tu seno.

Y habiéndole obedecido la sacó cubierta de lepra como la nieve.

- Vuelve á meter tu mano en tu seno.

- La volvió á meter y la sacó otra vez, y era semejante a la otra carne.

- Si no te creyeren, ni diesen oídos al lenguaje de la señal primera, creerán la palabra de la señal segunda. Y si ni aun así dieren crédito a estas señales, ni oyesen tu voz, toma agua del rio y derrámala en tierra, y cuanta sacarás del rio se convertirá en sangre.

- Perdonad, Señor, repuso Moisés, que tartamudo soy hace muchos años y aun después que has hablado a tu siervo me hallo más pesado de lengua.

Pero el Señor replicó:

- ¿Quién hizo la boca del hombre? ¿Quién formó al mudo y al sordo y al ciego? ¿No soy yo? Pues anda y yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar.

No por esto se daba Moisés a partido, antes bien perplejo y apocado le suplicó diciendo:

- Te ruégo, Señor, que envíes al que has de enviar.

Ante esta resistencia de Moisés al Señor, le dijo imperativamente:

- Aarón tu hermano el levita sé que es elocuente: Mira que él sale a tu encuentro y cuando te vea se alegrará de corazón. Háblale y pon mis palabras en su boca y yo estaré en tu boca y en la suya y os mostraré lo que debéis hacer.

El hablará por ti al pueblo y será tu intérprete, mas tú serás para él en las cosas que pertenecen a Dios. Toma también esta vara, con la cual has de hacer prodigios.

Se fue Moisés y se despidió de su suegro, dejando a su familia y se marchó a Egipto. Encontró por el camino a su hermano Aarón, y habiendo congregado a todos los ancianos de los hijos de Israel, les refirieron todas las palabras que el Señor había dicho a Moisés, el cual hizo los prodigios delante del pueblo que convencido se postró adorando la misericordia divina.

Después de esto fueron Aarón y Moisés a encontrar al rey, manifestándole que el Dios de Israel le ordenaba que dejase salir a su pueblo para que le ofreciese sacrificio en el desierto; mas el Faraón se burló de sus pretensiones, ordenando que se aumentara el trabajo impuesto a los hebreos y se les tratase con más rigor que antes.

Ponían estos el grito en el cielo, clamando que Moisés los había engañado, por lo cual acudió éste al Señor, quién le ordenó que encargase a su hermano que hiciese de nuevo su petición al rey, sin hacer caso de sus negativas, pues El multiplicaría sus portentos en la tierra de Egipto y sacaría a su pueblo de ella.

Fueron, pues, Moisés y Aarón a encontrar al rey, y como éste se negase a acceder a sus ruegos y les pidiese al propio tiempo que obrasen algún prodigio en prueba de su misión, tomó Aarón la vara, la echó en el suelo y se convirtió en culebra. Admirado el Faraón llamó a los sabios y a los hechiceros y estos por medio de sus encantamientos hicieron lo mismo; pero la vara de Aarón convertida en serpiente devoró los dragones que hablan hecho salir los egipcios.

Aquí volvemos a encontrar a los magos que en la India, Persia y Babilonia poseían un caudal de conocimientos tan superior a la común ilustración de sus contemporáneos, que fácilmente los asombraban con los portentos de su oculta ciencia.

Algunos Padres de la Iglesia han opinado respecto a este pasaje de la Escritura que los magos egipcios no hicieron aparecer en realidad los reptiles que en ella se mencionan, sino que embaucaron a los circunstantes con sus prestigios, haciendo que tomasen por verdadera aparición lo que no era más que una ilusión engañosa y hábilmente preparada; mas otros admiten esta aparición, atribuyéndola a las artes del espíritu maligno. La crítica científica de los modernos ha dado de este hecho una explicación, convencidos de que la ortodoxia cristiana puede muy bien admitirla tratándose de materia opinable. La casta sacerdotal poseía en Egipto como en otros pueblos de Oriente nociones astronómicas y meteorológicas que le permitían predecir las buenas y malas cosechas, las inundaciones, los temblores de tierra y la aparición de los cometas, dándose aires de profetas y alucinando al pueblo con fingidos milagros que afianzaban y perpetuaban su prestigio. Tenían además un rico tesoro de observaciones referentes a los tres reinos de la naturaleza; reconocían las virtudes de muchos minerales y plantas y los instintos y costumbres de muchos animales y esto los ponía en el caso de improvisar escenas que se calificaban de milagrosas y que hoy reproduciría con suma facilidad cualquier prestigiador medianamente versado en las ciencias naturales.

Uno de estos ardides, aun hoy frecuentemente empleado en aquella región para sorprender la candidez de los extranjeros, es la de oprimir la cabeza de las víboras, sumiéndolas en una especie de estado tetánico que las obliga a estar tiesas e inmóviles como una vara. Ya se comprenderá que lo demás se reduce a un puro ejercicio de escamoteo.

Sea como fuere, no se dio por convencido Faraón con estas pruebas, por lo cual acarreó sobre su reino una siniestra plaga, pues alzando Aarón la vara sobre el Nilo, la corriente de éste y el agua de todos los lagos y lagunas que había en Egipto, se convirtieron en sangre, corrompiéndose y pereciendo los peces que en ella vivían.

No consintió tampoco Faraón en la partida de los hebreos y obedeciendo el mandato divino, Aarón extendió la mano sobre los ríos y sobre los arroyos y lagunas, haciendo salir una espantosa multitud de corpulentas ranas que cubrieron la tierra de Egipto, entrando en todas las casas y difundiendo por todas partes el terror y el asco.

Tanto le impresionó a Faraón esta plaga que, llamando a Moisés y a Aarón, les prometió que dejaría partir a los israelitas con tal de que de ella le librasen, pero en cuanto lo hubo conseguido, faltó inicuamente a su palabra.

Entonces Aarón, por orden de Dios, extendió su vara hiriendo el polvo de la tierra, y convirtiéndose todo él en mosquitos, se llenó de ellos todo el territorio; mas Faraón, enfurecido, no quiso tampoco acceder a los ruegos de los israelitas, viniendo en pos de su negativa la cuarta plaga, que fue la de las moscas, cuya venenosa picada causaba terribles estragos. Faraón pidió de nuevo a Moisés que librase a su pueblo de tan espantoso azote; pero nuevamente faltó a sus promesas.

Vino en pos de esto una quinta plaga de la cual murieron víctimas muchísimos ganados y animales domésticos de los egipcios; después levantaron Moisés y Aarón las manos llenas de ceniza, esparciéndola hacia el cielo delante de Faraón y los hombres y los animales se vieron llenos de una especie de sarna que producía inflamados tumores y llagas dolorosísimas; luego, viendo que ni aun con esta sexta plaga se ablandaba el corazón del rey, extendió Moisés la diestra hacia el cielo y entre el horrísono fragor de los truenos y el lívido fulgor de los relámpagos, se vio caer un espantoso pedrisco que asoló todos los campos, matando a cuantos hombres y bestias había en ellos, durando esta plaga hasta que Moisés, a ruegos de Faraón, la hizo cesar extendiendo las manos al cielo.

No consiguieron por esto los israelitas el anhelado permiso, a pesar de las amenazas de Moisés y Aarón y de las exclamaciones del pueblo egipcio que pedía les dejaran partir para verse libres de tantos males. Moisés entonces extendió la vara sobre la tierra de Egipto; y el Señor, dice la Escritura, envió un viento abrasador todo aquel día y noche y venida la mañana, el viento abrasador levantó langostas, las cuales subieron sobre toda la tierra de Egipto y cubrieron toda la superficie de la tierra talándolo todo; pero en cuanto hubo desaparecido esta plaga, el monarca, que había prometido de nuevo la libertad a los israelitas, otra vez volvió a engañarlos y Moisés, extendiendo la mano, oscureció el aire con una niebla tan densa, que los egipcios no podían verse los unos a los otros ni se atrevían a dar un paso. Faraón consintió entonces en que saliesen los hebreos, mas dejando sus ovejas y ganados mayores, a lo que no quiso Moisés acceder, de modo que irritado el rey le mandó que se retirase de su presencia, conminándole con la pena de muerte si se le volvía a poner delante.

Cayó entonces sobre Egipto la última plaga, muriendo todos los primogénitos del reino, con lo cual se movió una gran alarma y Faraón, lleno de espanto, mandó a los israelitas que partiesen inmediatamente con sus ovejas y ganados mayores, saliendo cerca de seiscientos mil hombres de a pié sin contar los niños, de aquella tierra de Egipto en la cual hablan morado por espacio de cuatrocientos treinta años.

Nadie ignora el relato de la Biblia, según el cual Faraón arrepentido de haber dejado partir a los israelitas, los persiguió con un formidable ejército, mientras ellos huían hacia el desierto guiados de día por la columna de nube y de noche por una columna de fuego y que habiendo extendido Moisés la mano sobre el mar, lo retiró el Señor y lo convirtió en seco, pudiendo pasarlo los hijos de Israel y que tratando los egipcios de darles alcance, extendió Moisés la mano sobre el mar Rojo y volviendo éste al lugar primero los sepultó en sus olas.
 
 
 


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