viernes, 20 de abril de 2018

LA LEYENDA DEL AVE FENIX


Hay una bellísima y celebérrima alegoría nos ha legado el antiguo Egipto: la del Ave Fénix.

Pintaban los egipcios a ese animal fabuloso, gallardo como el águila, con un hermoso copete en la cabeza, circundado el cuello de plumas que fingían cambiantes de oro, blanca y encarnada la cola y rutilantes los ojos.

 
Al decir de los moradores de Heliópolis no aparecía en esta comarca sino cada quinientos años, cuando acababa de morir su padre. En cuanto sentía aproximarse su fin, se construía un nido de plantas aromáticas al que prendían fuego los rayos del sol y se consumía sobre aquella poética pira.
 
Contaba la tradición que de la médula de sus huesos nacía un gusano que a su vez daba el ser a otro Fénix.


No bien abría éste los ojos a la luz, formaba un huevo de mirra, lo vaciaba, introduciendo en él las cenizas de su progenitor y volviéndolo a tapar, con mirra también, cargaba con ellas para tributarles los honores de la sepultura, como lo realizaba trasportando inmediatamente su preciosa carga a la ciudad de Heliópolis, en donde la depositaba en el templo del sol.
 
Al decir de los antiguos el Ave Fénix nacía en los desiertos de Arabia, por lo cual dicen los italianos:
 
— Come l' Araba Fenice; Che ci sia, ciascum lo dice; Dove sia, nessun lo sa.

Esta poética leyenda en cuya realidad han creído a pie juntillas muchas generaciones, simbolizaba según unos la inmortalidad del alma, según otros la sucesión de los días o los años que renacen después de haber terminado.
 
En cualquier caso, siempre es una imagen de la eternidad como el círculo o la serpiente mordiéndose la cola. A
este propósito debemos recordar que, según algunos escritores, esa ave prodigiosa vive 12,954 años.


Tampoco ha faltado quien la ha considerado como el símbolo de la castidad y la templanza entre los paganos.
 
Aunque nadie la ha visto, como dice muy certeramente el proverbio italiano, se cuenta que ha aparecido cuatro veces a los mortales: la primera en tiempo de Sesostris, la segunda en el de Amasis, la tercera en el de los Tolomeos y la cuarta en el de Tiberio.
 



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