No nos sorprende, pues, la estratagema de Rea para salvar a sus hijos de la voracidad paterna. De no ser así, no hubiéramos conocido a Júpiter, Neptuno y Plutón. Los tres fueron trasladados clandestinamente a la isla de Creta, donde encontraron, en el monte Ida, la compañía de los Coribantes y la Cabra Amaltea, con su excelente leche.
Los Coribantes, destinados al culto de Cibeles, eran una familia original que celebraba sus fiestas de una manera singularísima. Saltaban como acróbatas excepcionales, corrían como demonios y golpeaban violentamente los escudos con sus grandes espadas. Resultado, que armaban un alboroto tan fenomenal que apagaba cualquier otro ruido que se produjera.
No era, pues, sin razón, que se había escogido aquel lugar especial como residencia de los hijos de Saturno. Gracias al estrépito que producían los Coribantes, se evitaba que los gemidos o los gritos de los recién nacidos llegasen a oídos de su padre. El peligro parecía conjurado. Pero ¡ay! no fue así, desgraciadamente.
Titán se apercibió de la trama urdida por su cuñada Rea y, creyendo a su hermano cómplice del engaño, le declara la guerra, le vence y le hace prisionero.
Mientras tanto, Júpiter había crecido y alcanzado una robustez envidiable. Sintiéndose fuerte, se decide a tomar las armas y, a pesar de la resistencia de Titán, ayudado por los Gigantes, salva a su padre, le pone en libertad y lo restablece en su trono. Ya parecen vencidas todas las dificultades.
Saturno podía reinar en paz; pero empezó a desconfiar de su hijo, cuya ambición le infundía temores. Júpiter se dio cuenta de los proyectos paternales y vio que no eran muy pacíficos, precisamente.
Para conjurarlos solicitó la ayuda de sus hermanos Neptuno y Plutón y pidió a los Cíclopes que le prestaran armas irresistibles. Júpiter obtuvo de los gigantes el trueno, el rayo y los relámpagos.
Los tres hermanos entonces, unidos si no filialmente al menos fraternalmente, realizaron su ofensiva y consiguieron arrojar a su padre del Cielo y obligarlo a refugiarse en otra parte. Saturno, entonces, se dirige a Italia, donde la buena suerte le reservó la leal hospitalidad de Jano, rey de los Latinos.
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