miércoles, 7 de septiembre de 2016

JANO Y LAS SATURNALES

 
Desengañado de las grandezas, Saturno busca en su delicioso retiro de Italia, la tranquilidad y la paz en el laboreo y en la Agricultura.
 
Fue allí, precisamente, donde pudo saborear aquella felicidad que Virgilio deseara, siglos después, o los habitantes de los campos.
 
Júpiter y Jano se entendían a maravilla y congeniaban perfectamente. Bajo su reinado bienhechor, los hombres eran verdaderamente virtuosos. El amor mutuo era una realidad. Nunca surgieron querellas ni disgustos. A nadie se imponía ningún trabajo. La tierra producía, generosa y fecunda, flores y frutas sin necesidad de cultivo; entre los prados exuberantes se deslizaban caudalosos ríos de leche y de néctar; de todos los árboles parecía caer una lluvia de miel.
 
Los céfiros, con su dulce aroma, perfumaban el aire y le infundían una primavera eterna. Era la ¡Edad de oro! Como recuerdo y tributo de gratitud a la felicidad de aquella época, celebrábanse en Roma las Saturnales. Durante tres días seguidos, hacia fin de año, se imponía la igualdad para todo el inundo. ¡Nada de dueños ni esclavos! Libertad absoluta para todos. Libertad que llegaba, algunas veces, hasta el libertinaje. Nadie trabajaba. No se ejercía ningún arte ni ningún oficio; sólo la cocina conservaba excepcionalmente el indispensable privilegio que ha tenido siempre de satisfacer el estómago y de deleitar los paladares finos.

Para probar a Jano su agradecimiento por haber compartido su trono con él, Saturno ofreció al rey del Lacio el don de doble vista sobre el pasado y el porvenir.
 
Por esta razón algunos artistas lo representan con dos caras; incluso algunos llegaron a obsequiarlo con cuatro rostros, generosidad tal vez excesiva.

 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario