Orgulloso y digno como él solo, Júpiter no quiere que sus éxitos sean atribuidos a su corona y abandona su majestad divina para tomar modestamente la apariencia humana, dispuesto, de todas maneras, a transformarse en un animal de su gusto, a la primera oportunidad.
Las ninfas, de aire jovial y de cara sonriente, retuvieron inmediatamente su atención. Entre ellas se distinguía especialmente, por su deslumbrante belleza, la seductora hija de Agenor, rey de Fenicia y hermana de Cadmo, el fundador de Tebas y Beocia.
Júpiter no pudo resistir al atractivo y a las gracias de Europa (éste era su nombre). Se le acerca mientras ella juega con sus compañeras a orillas del mar. Pero, súbitamente, se da cuenta de que Juno, su mujer, a la cual los celos no dejan vivir, le está vigilando. Por otra parte, teme asustar con una aparición brusca a la virgen tímida. Decide convertirse en toro.
Entonces se dirige hacia el grupo de ninfas alegres y locas. Valiéndose de una hábil maniobra llega a colocarse al lado mismo del objeto de sus desvelos y se hace dulce y mansurrón; la inocente criatura le toma confianza y no tarda en familiarizarse con el grande animal, acariciándole el lomo con su blanca mano y llegando incluso a sentarse en la espalda de aquel cuadrúpedo tan bien intencionado.
Apenas se hubo instalado allí, el toro cambió de actitud, abandonó las orillas y atravesó los mares llevándose su preciosa cautiva, según unos a Creta, según otros hacia esta parte del mundo a la que Europa dio su nombre.
Sea cual fuere la versión adoptada, lo cierto es que la pareja, al encontrarse al abrigo de las miradas indiscretas, sufrió una transformación. Júpiter tomó su forma primitiva y apareció a Europa derrochando esplendor.
De sus dulces coloquios nació Minos, el futuro juez de los Infiernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario