lunes, 12 de septiembre de 2016

JÚPITER Y LEDA

 
Al pie del Taigeto, montaña del Peloponeso, en tierras de Laconia, se desliza el Eurotas, el río de los laureles rosa. A sus orillas plácidas, los plátanos de anchas hojas y las hayas de tronco liso se disputan, en silencio, el honor de proyectar una sombra refrescante durante los días cálidos del verano. Muy cerca de las orillas crecen las flores más bellas del Universo.
 
Los blancos cisnes van a refugiarse en aquel lugar poético, después de sus elegantes y fluviales paseos bajo la alegre luz solar. El conjunto invita al reposo y al ensueño.
 
Leda, hija de Tescio, rey de Etolia o de Glauco y de Leucipe,  pero con toda certeza esposa legítima de Tíndaro, rey de Esparta, sentía delicioso placer en refugiarse, a los primeros fulgores de la aurora, en aquel rinconcito celestial. Experimentaba un bienestar divino echándose sobre el musgo dejando que su cuerpo precioso se destacara sobre el verde tapiz con una belleza digna de inspirar el cincel de Fidias o de Praxíteles.
 
Sus miembros, suavizados por la onda pura en que se ha bañado, aparecen en toda su gracia. Unos ligeros velos diáfanos dejan entrever la perfección de su divino cuerpo desnudo. El espectáculo es a propósito para atraer la atención del señor del Olimpo. Júpiter lo cree así. Pero ¿de qué medio se valdrá para aparecer en aquel lugar solitario sin asustar a la plácida princesa?
 
Leda no ve otra alma viviente en aquel paraíso que los cisnes majestuosos cortando el agua como naves blancas movidas, por el hálito de los suaves céfiros. 
 
¿Y si él, Júpiter, fuera también uno de esos volátiles distinguidos, huéspedes familiares de las orillas del Eurotas? Entonces podría acercarse a la princesa sin temor de ningún género.
 
¿Por qué no probarlo? ¿No posee, acaso, el secreto de la metamorfosis? Está decidido. Se convertirá en cisne y pedirá a Venus que se transforme en un águila, con grandes alas desplegadas.
 
Venus, en el espacio, simulará que le persigue y él, pobre y blanco cisne temeroso, irá a refugiarse en brazos de la bella Leda. Jamás niega nada Venus al poderoso Júpiter.
 
La razón de esta grata amabilidad no puede ser otra que la antigua amistad que une a los dos camaradas. Venus, pues, acepta.
 
El "águila" Venus persigue ferozmente al "cisne" Júpiter, el cual, casi desvanecido, viene a caer tembloroso sobre las rodillas hospitalarias de la esposa de Tíndaro.
 
Leda, apiadada por la suerte del pobre pájaro fugitivo lo toma por uno de sus ordinarios compañeros y lo besa, lo acaricia y lo reconforta en su seno.
 
Apenas vuelto en sí de sus emociones de cisne, Júpiter abandona a su protectora y regresa a la bóveda celeste abandonando en el prado, testigo de su terror pasajero, dos huevos de dimensiones completamente extraordinarias:
 
Cástor y Pólux se encargaron de romper la cáscara al primero; el segundo tenía prisioneras a Elena y a Clitemnestra, que no tardaron en llenar el mundo con su trágica y sangrienta fama.
 
 
 

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