viernes, 9 de septiembre de 2016

CARACTERÍSTICAS DEL SIGNO DE ARIES


El origen babilonio de este signo es oscuro; se llamaba lu.hun.ga, de lu, carnero y hunga, mercenario. A causa de la tendencia de los escribas a la abreviatura, finalmente se adoptó la primera parte de la denominación.
 
Los griegos no tardaron en descubrir en el Aries celeste a su propio carnero de vellón de oro. Éste es el origen de este animal fabuloso:
 
El rey de Beocia quería sacrificar a Zeus a sus dos hijos, Frixos y Hela, habidos de una esposa divina, Nefele: «Pero Nefele envió a sus hijos un carnero de vellón de oro que los condujo por mar hasta el país de Aea, a orillas del océano, donde los rayos del sol están encerrados en una cámara de oro. Por el camino, Hela se cayó de la montura y encontró la muerte en las aguas a las que dio su nombre. Frixos, al llegar al término de su viaje, inmoló el carnero a Zeus y ofrendó su vellón al rey del país, quien le dio en matrimonio a su hija Calcíope. El vellón fue consagrado a Ares (Marte) y puesto bajo la custodia de un temible dragón.»
 
Nada impide ver en esta cámara de oro que contiene los rayos del Sol una manifestación del simbolismo zodiacal.
 
Ahora cabe preguntar por qué se eligió a Aries como punto de partida del Zodíaco. Se trata de una tradición caldea cuya explicación no ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, Claudio Tolomeo en sus Cuatro libros del juicio de los astros trató de justificar «científicamente» esta primacía:
 
«Si consideramos las cuatro estaciones del año, veremos que la primavera es muy húmeda a causa del final del frío y el principio del calor; el verano es muy cálido, pues el Sol está casi en el cenit; el otoño es seco, ya que la humedad fue absorbida por el calor pasado, y el invierno es muy frío porque el Sol está muy lejos del cenit. Por ello, si bien el Zodíaco no tiene un principio natural, pues se trata de un círculo, se considera que el signo que empieza en el equinoccio de primavera, es decir, Aries, es su punto de partida. Así se hace de la extrema humedad de la primavera la primera parte del Zodíaco, como si se tratara de una criatura viva, y luego se sigue el orden natural de las estaciones, ya que en toda criatura la primera edad es, como la primavera, muy húmeda, tierna y delicada.»

Si Tolomeo se creyó en la obligación de dar una razón, por poco convincente que fuera, ello se debe a que consideraba imprescindible precisar que el signo que se iniciaba en el equinoccio de primavera, esto es, Aries, era el principio obligado del Zodíaco fijo de los signos, con objeto de evitar todo peligro de confusión con el Zodíaco móvil de las constelaciones. Vuelve sobre ello en el capítulo XXII del primero de los Cuatro libros, para puntualizar:
 
«Es lógico asociar el principio de los signos a los períodos solsticiales y equinocciales, en parte porque los antiguos autores así lo señalan y especialmente porque, según nuestras demostraciones precedentes, hemos observado que su naturaleza, poder y relaciones tienen como fuente su punto de partida en los solsticios y los equinoccios, y que no existe otra, pues si se eligieran otros puntos de partida, nos veríamos obligados a renunciar a utilizar la naturaleza de los signos para los pronósticos o, si nos sirviéramos de ella, caeríamos en el error, puesto que las fracciones del Zodíaco que dan su influencia a los planetas se desplazarían de sección en sección y quedarían anuladas.»
 
En otras palabras, de tenerse en cuenta la precesión de los equinoccios, no habría astrología posible o, por lo menos, válida. Éste es un punto interesante, por cuanto en estos últimos años, buena parte de los astrólogos anglosajones han descartado el Zodíaco «tropical» tradicional, sustituyéndolo por un Zodíaco «sideral», es decir que se desplaza al ritmo de la precesión. Seguramente, lo consideran más «científico», pero no por ello dejan de estar equivocados, como demuestra el astrónomo de Alejandría. Es una relación terrestre, no sideral, lo que une a nuestro planeta con las casas zodiacales, por lo que es normal que el signo que empieza en el equinoccio de primavera, es decir, en el año nuevo, sea el primero de todos.
 
Este signo es, pues, Aries, colocado bajo la protección de la diosa Palas Atenea, cuya historia mitológica recordaremos ahora:
 
Palas era hija de Júpiter, rey de los dioses, que la concibió solo. Aquejado de un fuerte dolor de cabeza, Júpiter mandó llamar a su hijo Vulcano, el herrero, al que pidió ayuda. Vulcano abrió de un hachazo el cráneo de su divino padre y de él salió Palas, ya adulta y armada. Se comprende que su presencia bajo el cráneo paterno, por muy divino que éste fuera, resultara molesta. La joven Atenea, doncella guerrera, se puso a combatir inmediatamente al lado de sus padres y de los otros dioses del Olimpo en la lucha que éstos libraban contra los gigantes que se habían lanzado a la conquista de los dioses. Tanto las armas como los sabios consejos de la joven ayudaron a conseguir la victoria final. Esto hizo que Júpiter concibiera una gran admiración por su hija a la que hizo objeto de su constante amor paternal. Le permitió permanecer virgen, favor que hasta entonces sólo habían conseguido Diana Astarté y Vesta.
 
Vulcano la pidió en matrimonio y Palas aceptó con la condición de que no poseería su cuerpo. Vulcano pareció someterse a la condición, pero un día se despertó el deseo en él y trató de violarla. La doncella guerrera opuso tal resistencia que el esperma divino se derramó sobre la Tierra, la cual dio a luz un monstruo.

Sin embargo, Atenea era muy hermosa y estaba orgullosa de serlo, puesto que consintió en someterse al juicio de Paris, frente a Venus y Juno, y se sintió muy despechada cuando la elección recayó en la diosa del Amor. Palas, que por lo visto era muy aficionada a los concursos, se enfrentó después a Neptuno, el dios del mar, en una competición para la que sólo contaba la inteligencia.

Acababa de construirse una ciudad y Neptuno y Palas competían para decidir quién le daría su nombre. La asamblea de los dioses decidió que el ganador sería aquel que hiciera a la nueva ciudad un regalo más útil. Palas regaló un olivo y el dios del mar, un fogoso corcel. Ella ganó y la ciudad se llamó Atenas que era el segundo nombre de la diosa, la cual se convirtió en la protectora de los atenienses, a los que defendió del rencor de Neptuno.

En la perspectiva mitológica, Palas Atenea es la diosa de la inteligencia, la sabiduría y la prudencia. Ahora bien, en las diversas anécdotas que la tienen como protagonista se nos aparece impulsiva, irritable, rencorosa (fue una enemiga encarnizada de Troya porque Paris, uno de los príncipes de la ciudad, había preferido a Venus) y amante de la violencia y la batalla. Éstos son, evidentemente, rasgos de carácter muy similares a los que la tradición atribuye al signo de Aries.

Hay que hacer constar también que en otras leyendas mitológicas Palas Atenea aparece como protectora de las artes y las ciencias y ella fue quien diseñó la famosa nave de los Argonautas y tuvo la idea de utilizar para la proa la madera parlante del bosque de Dodona, madera que condujo a la nave por entre todos los escollos.

Finalmente, suele representarse a Palas Atenea en compañía de un búho, símbolo del don profético que podía otorgar a los humanos.

Cuando Tiresias la sorprendió bañándose desnuda, ella lo cegó para castigarle, pero le concedió la facultad de ver el futuro.

En el aspecto astrológico, Aries es un signo masculino de Fuego (es decir, cálido y seco) y cardinal por ser el primero de una serie de tres signos; en la anatomía humana representa la cabeza y los órganos que contiene.

Según Manilio en su Astronomicon, las características del animal deben darse en los nacidos bajo este signo:

«El carnero, cuyo rico vellón produce las útiles lanas, espera renovarlo cada vez que es despojado de él; situado siempre entre una fortuna brillante y una ruina instantánea, no se enriquecerá más que para perderlo todo, su dicha será el preludio de su caída. Por un lado, sus corderillos serán conducidos al matadero, por el otro, su lana será objeto de mil negocios lucrativos (...). Ni la misma Palas desdeñó trabajar la lana y consideró glorioso y digno de ella el triunfo que obtuvo sobre Aracné.

Estas son las ocupaciones a las que Aries aplicará a aquellos cuyo nacimiento presida...»

En el aspecto psicológico, los nacidos bajo Aries se distinguirán por su ardor, su energía, su valor, su audacia y su combatividad, características que hemos observado ya en la diosa. Tendrán también espíritu de iniciativa e inteligencia dinámica, es decir, orientada más hacia la acción que hacia la reflexión filosófica. En esto su carácter se asemeja también al de Palas Atenea.

El nacido bajo Aries será apto para mandar, para dominar; su voluntad será tajante categórica, en una palabra, será un «activista».

Tendrá amor al riesgo y a la lucha y un fuerte orgullo que le inducirá a desear triunfar de sus adversarios. Vemos también aquí rasgos de la diosa, dominadora, orgullosa, siempre pronta a concursar para llevarse la palma, tanto con los dioses como con los hombres (juicio de Paris, juicio de la ciudad de Atenas, concurso con Aracné).

Son irritables y se encolerizan con facilidad como hemos visto que le ocurría a la diosa. La tradición indica también que los nacidos bajo Aries están expuestos a tener disgustos con su familia durante su juventud y, concretamente, a ser víctimas de los celos del padre, la madre o los hermanos.

Así vemos que desde su nacimiento Palas Atenea fue obligada a intervenir en la lucha contra los gigantes al lado de los otros dioses del Olimpo y otras leyendas nos la presentan sufriendo los celos de Juno.

Estas personas suelen casarse jóvenes y obedeciendo a impulsos repentinos. Sus matrimonios fracasan muchas veces a causa de desavenencias sexuales, como le sucedió a Palas durante su breve unión con Vulcano.

Finalmente, se consideran característicos de Aries los accidentes tanto del destino corno corporales.

Manilio añadía un último rasgo que, si bien no es citado por ninguno de sus colegas, debemos mencionar aquí: «Él [Aries] les inspirará también timidez, les costará trabajo decidirse; se sentirán impulsados a hacerse valer, a alabarse a sí mismos.»

Como hemos podido comprobar, todos los rasgos de carácter que la tradición atribuye a los nacidos bajo el signo de Aries están inspirados directamente no las características de la diosa Palas Atenea y no provienen, pues, en modo alguno, de las milenarias observaciones de los sacerdotes caldeos.

Tal vez alguien aduzca que las características atribuidas a Palas pueden provenir precisamente de las observaciones caldeas, lo cual podría haber llevado a poner este signo bajo la protección de la divinidad más apropiada. Esta hipótesis no es admisible, ya que los perfiles psicológicos correspondientes a cada signo del Zodíaco no se encuentran netamente diferenciados en la astrología caldea.

Probablemente se trate de aportaciones griegas. Por consiguiente, es a un origen mitológico —y no a un origen extraído de múltiples observaciones— adonde nos lleva el estudio de los rasgos psicológicos de esté primer signo del Zodíaco. Después veremos que en los otros ocurre lo mismo.
 

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