domingo, 11 de septiembre de 2016

JÚPITER Y JUNO


Una vez estuvo completamente en regla con su pasado, Jupín — algunos designan con este nombre a Júpiter — sentóse majestuosamente en un trono de marfil, con el cetro de oro en la diestra y el águila formidable a sus pies. Entonces pensó en tomar esposa. Y no tardó en escogerla. Sus ojos se fijaron en seguida en la altiva Juno.

Júpiter le ofrece compartir su grandeza y su potencia. Juno acepta, por obediencia y por placer. Esta elevada situación halagaba extraordinariamente su ambición; pensaba poseerlo o, mandarlo todo, dirigir a su capricho hombres y dioses, incluso su real esposo. Pero sus ilusiones no fueron ciertamente, de larga duración.

Apenas se calmaron las primeras efusiones Júpiter comenzó a encontrar la existencia celeste monótona y triste. La diaria contemplación de las divinidades, siempre las mismas, llegó a fastidiarle.

Tuvo ansias de viajar y pensó que un viaje a la Tierra no le iría mal, procurándole diversiones variadas y deparándole, tal vez, la sorpresa de encontrarse con alguna mortal de rango.

No nos será posible seguirle en sus numerosas conquistas, ni podemos entretenemos describiendo sus aventuras con las infinitas bellezas que tuvieron el don de agradarle y a las que se dignó honrar con sus favores. Nos contentaremos con las más célebres: Europa, Dánae, Io, y Leda.

 

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