domingo, 29 de julio de 2018

CREENCIAS EN LAS ISLAS DEL PACÍFICO


Lo sagrado, en Melanesia, se llama mana, o sea el poder sobrenatural que tiene cualquier ser vivo u objeto que obra de modo fuera de lo común.
 
La fertilidad de una tierra no depende de la laboriosidad de su propietario, sino de que el suelo esté henchido de mana; el guerrero que triunfa tiene el mana del espíritu de un héroe difunto que le robusteció. El mana obedece al uso de amuletos.

En lo que se refiere a la procreación, los melanesios piensan que el padre tiene una relación indirecta con el nacimiento del niño. El varón interviene únicamente para facilitar la entrada en la mujer del embrión, el cual se origina de un modo trascendental, tal vez como la reencarnación de la porción espiritual de un antepasado.
 
El hombre, íntimamente enlazado con los difuntos, debe buscar el apoyo de sus espíritus en los instantes de peligro y de angustia. Por ello, la oración es más bien la invocación de los muertos o espectros (tamate). Para la inmensa mayoría de los melanesios, el tamate atañe al bienestar físico, mientras que el culto de los espíritus (mi) tiene por fin un campo a la vez más amplio y más especializado, por ejemplo, la guerra, el tabú y la pesca.

Los espíritus y divinidades, y sus poderes y funciones, se conciben con gran imprecisión y por ello se recurre a sus símbolos, sean un objeto, un animal o un árbol, a los que se tienen que dirigir las peticiones.

La muerte establece en Oceanía diferencias entre los jefes y guerreros y la población corriente. Las tribus polinésicas creen que el vulgo desciende al mundo inferior, al paso que los jefes y aristócratas van al paraíso, situado en la cima de una montaña, que sería sin duda primitivamente la morada de los dioses.

En Hawaii, se supone que la "pupila del Sol" transporta a los jefes al cielo antes de que renazcan en la tierra; del pueblo no se dicen sino cosas vagas.

Los aborígenes neozelandeses creían que el alma de sus caciques y sacerdotes (tohungas) se juntaban en el firmamento con el Padre del Cielo; por exclusión lógica, los demás individuos de la tribu no disfrutaban de igual suerte.

Los muertos eran en Nueva Zelanda depositados en tumbas o expuestos en árboles antes de ser incinerados al término del período funeral, con lo que se evitaba el mancillamiento de su alma.

Los habitantes de las Nuevas Hébridas imaginaban que el alma ascendía al Sol al encender un fuego sobre la tumba.

El mundo inferior, o de los difuntos, de los melanesios es un lugar triste, oscuro e irreal, en el que los muertos, envueltos en la niebla, conservan las características, físicas y sociales, que tuvieron en vida. Todos aspiran a renacer y para ello esperan introducir su espíritu en una madre grávida. No obstante, los héroes y los privilegiados, convertidos en semidioses, tienen su morada en un paraíso.


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