jueves, 26 de julio de 2018

LA IDOLATRÍA DE LOS HEBREOS Y LOS EGIPCIOS


La idolatría, la hallamos condenada en todas las páginas de las Escrituras con los más formidables anatemas, y sin embargo, en muchas de ellas, se encuentra también explicado como cayeron en ella los hebreos, a pesar de tan severas y terribles amonestaciones.

Todos conocemos el famoso relato del capítulo XXXII del Éxodo. Moisés había subido a la cumbre el Sinaí a recibir del Señor las Tablas de la Ley; mas viendo el pueblo que tardaba en bajar del monte, se dirigió amotinado contra Aarón pidiéndole que les hiciese dioses, pues no sabían qué había sido de aquél.

Creyó Aarón disuadir a los hebreos de su propósito pidiéndoles que le entregasen para ello los zarcillos de oro de sus mujeres e hijas, pensando que su avaricia les impediría desprenderse de ellos; pero insistieron en su petición, y habiendo vaciado el oro en un molde, hicieron con ellos un becerro fundido, imitación del buey Apis de los egipcios, ofreciéndole holocaustos y danzando en torno de él, como acostumbraban hacerlo los gentiles.
 

Dice la Biblia que, indignado el Señor, ordenó a Moisés que bajase inmediatamente a manifestar a los hebreos que retiraría de ellos su diestra poderosa en castigo de tan grande abominación; mas Moisés consiguió aplacar su cólera.

Bajó luego, y habiéndose acercado al campo, vio al becerro y las danzas, lo cual encendió de tal manera su enojo, que arrojando las tablas las quebró al pié del monte, y arrebatando al becerro, lo quemó y quebrantó hasta reducirlo a polvo, que esparció en agua y dio a beber de él á los hijos de Israel.

Informado después de todo lo acontecido, juntó a los hijos de Leví, y poniéndose al frente de ellos, acometió a los culpables, dando muerte, según unos, a tres mil y según otros a veinte y tres mil hombres.

Otros ejemplos podríamos citar de la influencia que ejerció la civilización egipcia en las costumbres y los ritos y disciplina de los hebreos.

Cuentan los historiadores que los egipcios sacrificaban a los dioses los bueyes rojos (del color de Seth, el dios del mal) y los hebreos sacrificaban a Dios una vaca roja y sin mancha.

«Y habló el Señor á Moisés y á Aarón, diciendo:

Esta es la religión de la víctima que ha establecido el Señor. Manda a los hijos de Israel que te traigan una vaca: bermeja, de edad perfecta, en la que no haya mancha alguna y que no haya traído yugo.»


Después de examinado el animal, los egipcios lo marcaban, llevándolo al altar en donde debía ser inmolado, se encendía el fuego, derramándose vino sobre el ara y cerca de la víctima, a la que degollaban después de haber invocado a la divinidad.

Entre las imprecaciones que se hacían sobre la cabeza de la víctima, estaba la de que cayesen sobre ella los males que pudiesen afligir a todo Egipto, razón por la cual nunca comían los egipcios la cabeza de ningún animal.

En la Escritura leemos:

»Después que hubiere purificado el Santuario, el Tabernáculo y el altar, entonces ofrezca el macho de cabrío vivo:

»Y puestas las dos manos sobre la cabeza de él, confiese todas las iniquidades de los hijos de Israel y todos los delitos y pecados de ellos, los cuales cargando con imprecaciones sobre la cabeza de él, lo echará al desierto por un hombre destinado.»


En cambio, los egipcios inmolaban bueyes y becerros a los dioses, pero solo sacrificaban terneras a Isis.

Los autores han explicado el hecho por la escasez que había de este animal. Esta costumbre degeneró luego en superstición.

También se consideraba en Egipto a los cerdos como animales inmundos, llegando su repugnancia a tal punto, que los porqueros eran los únicos que no podían entrar en ningún templo, y nadie quería enlazarse por matrimonio con sus familias. El que tocaba un cerdo, corría a bañarse en el río para purificarse.

La razón higiénica de estas prácticas era la misma en ambos pueblos.

Son muy frecuentes en la Escritura las amenazas contra los idólatras, viéndose en algunas de ellas una prueba evidente de que en efecto el becerro de oro no fue ni con mucho el último ídolo al cual sacrificó la nación judía. En el capítulo XX del Levítico, que más arriba hemos citado, se lee:

«Si algún hombre de los hijos de Israel y de los extranjeros que habitan en Israel diere de sus hijos al ídolo de Moloch, muera de muerte. El pueblo de la tierra lo apedreará y yo pondré mi rostro contra él, y le cortaré de en medio de su pueblo, por haber dado sus hijos a Moloch y por haber contaminado mi santuario y mancillado mi santo nombre.

«Y si el pueblo de la tierra, no haciendo aprecio y como teniendo en poco mi mandamiento, dejare libre al hombre que dio de sus hijos a Moloch y no quisiere matarlo, pondré mi rostro contra aquel hombre y contra su linaje, y lo cortaré de en medio de su pueblo, tanto a él como a todos los que le consintieron que fornicase con Moloch.»


Este Moloch que aquí se cita era un ídolo de los amonitas al cual los padres sacrificaban sus hijos por el fuego. Era de bronce y hueco en su inferior, y lo calentaban hasta que estaba enrojecido y hecho ascua, arrojándole entonces la víctima, cuyos alaridos ahogaban los sacerdotes con sus cantos y tañendo tambores y otros instrumentos. Cuando el infeliz había exhalado el último suspiro quedando carbonizado en medio de los más horribles tormentos, aquellos impostores felicitaban a los padres diciéndoles que los dioses se hablan llevado el niño al cielo.

Muchos de nuestros lectores habrán visto designado el infierno con el nombre de gehenna: era el que se daba también a un valle inmediato a la ciudad de Jerusalén, en donde se consumaban tan horribles sacrificios.

Según Tertuliano, Moloch no era otro que el Saturno de los griegos, al cual consagraban algunos padres sus hijos en memoria de haber sacrificado aquel dios los suyos.

En el último versículo de este capítulo se condena también a morir apedreado a todo hombre o mujer que pretendiese poseer el don de adivinar lo futuro, esto es, de poseer espíritu pitónico, como dice el texto refiriéndose a los oráculos de Apolo Pithio, en los cuales nos ocuparemos más adelante.

Abramos le Deuteronomio y en su capítulo XVII leeremos:

"Cuando fueren hallados donde estás dentro de una de tus puertas (poblaciones) que el Señor Dios tuyo te dará, hombre o mujer que hagan el mal delante del Señor Dios tuyo, traspasen su pacto, y vayan a servir a dioses ajenos y los adoren, y al sol y a la luna y a toda la milicia del cielo, lo que yo no he mandado.

Y te dieren aviso de esto y oyéndolo hicieres una diligente pesquisa y hallares que es verdad y que tal abominación se ha hecho en Israel, sacarás al hombre y a la mujer, que ejecutaron una cosa perversísima, a las puertas de la ciudad, y serán apedreados.

Por el dicho de dos o de tres testigos perecerá el que fuese muerto. A nadie se le quite la vida siendo uno solo el que atestigua contra él.

La mano de los testigos será la primera que le mate, y después echará la mano el resto del pueblo: para que quites el malo de en medio de ti."


¿Quién no ve en estas prescripciones un indicio de los estragos que debió de hacer entre los hebreos el sabeísmo o divinización de los astros, tan propagado entre las tribus nómadas de los desiertos asiáticos?

En el capítulo XIII del mismo libro se condena a muerte al falso poeta que trate de apartar al pueblo de la adoración al verdadero Dios, y a todo aquel que conspire con tan sacrílego propósito.

Terrible es lo que dice a continuación acerca de los que incurrieren colectivamente en el pecado de idolatría.

"Infórmate con cuidado, y averiguada bien la verdad del hecho, si hallares que es cierto lo que se dice y que efectivamente se ha cometido una tal abominación. Inmediatamente pasarás a filo de espada a los moradores de aquella ciudad, y la destruirás con todas las cosas que haya en ella, hasta los ganados.

Y cualesquiera muebles que hubiere los juntarás en medio de sus plazas y juntamente con la misma ciudad los quemarás, de modo que todo lo consumas en honor del Señor Dios tuyo y sea un majano sempiterno. No se volverá a edificar".


En el capítulo anterior manifiesta el Señor a los hebreos como debían adorarle y evitar el peligroso contacto de los idólatras:

"Asolad todos los lugares donde las gentes que habéis de poseer adoraron a sus dioses sobre los montes altos y collados y debajo de todo árbol frondoso.

Destruid sus altares y quebrad sus estatuas, entregad al fuego sus bosques y desmenuzad sus ídolos, desterrad sus nombres de aquellos lugares. No lo haréis así con el Señor Dios vuestro, sino que iréis al lugar que el Señor Dios vuestro escogiere de todas vuestras tribus, para poner allí su nombre y habitar en él.



Y ofreceréis en aquel lugar vuestros holocaustos y víctimas, los diezmos y primicias de vuestras manos y vuestros votos y dádivas, los primogénitos de las vacas y de las ovejas. Y comeréis allí a la vista del Señor Dios vuestro; y os regocijareis vosotros y vuestras familias en todas las cosas a que echaréis la mano, sobre las cuales os haya bendecido el Señor Dios vuestro. No haréis allí lo que nosotros hacemos hoy aquí, cada uno lo que le parece bueno.

Cuando el Señor Dios tuyo hubiere exterminado delante de tí las gentes a las que entrarás para poseerla, y cuando las poseyeres y habitares en su tierra, guárdate que no las imites, después que a tu entrada fueren destruidas, ni preguntes por sus ceremonias, diciendo: mira la manera que esas gentes adoraron a sus dioses, así también adoraré yo".

Según los preceptos del Señor, los hebreos debían quemar las estatuas de los gentiles, no codiciando ni la plata ni el oro de que fueron fraguadas, ni tomando nada de ellos a fin de que no tropezasen, por cuanto eran la abominación del Señor Dios. No debían llevar cosa alguna del ídolo a su casa para no incurrir, como él, en anatema. Debían detestarlo como porquería, y abominarlo como inmundicia y suciedad.

Tampoco debía haber entre ellos quien purificase a su hijo o a su hija pasándolos por el fuego, o quien preguntase a adivinos y observase sueños y agüeros; ni quien fuese hechicero ni encantador, ni quien consultase a los pithones o adivinos, o buscase de los muertos la verdad.

En otros pasajes de la Escritura se prohíbe a los hebreos consultar a los encantadores, a los magos y a los adivinos, conminando a los que tal hiciesen con el exterminio. También previene que el hombre o la mujer en quienes hubiere espíritu pitónico  o de adivinación, mueran apedreados.

¿Qué más pruebas se necesitan de las grandes precauciones que hubieron de tomarse para que se conservase pura la fe de los israelitas en medio de las naciones idólatras de Oriente? ¿Cómo negar, por más que quiera juzgarse la cuestión con criterio libre-pensador, el especialísimo papel que representó en la historia antigua aquel pueblo exterminador de los idólatras?

Para el creyente fue su misión verdaderamente providencial; para el racionalista toda la cuestión se reduce a un simple cambio de adjetivo, pues de todas suertes la historia del pueblo judío no se parece a otra alguna, ni por su índole, ni por los resultados de su influencia en el desenvolvimiento de la civilización.

Una circunstancia han notado los autores que estudiaron los ritos religiosos de la antigüedad, y es que a diferencia de lo que solía suceder en todos los pueblos, el hebreo celebraba todos sus sacrificios a la luz del día y huyendo sistemáticamente no solo del ministerio de las tinieblas, sino de todo aparato lúgubre y rebuscado.

El judío celebraba sus banquetes con todos sus hijos y siervos, ofreciendo un puesto en su mesa al levita.

Siendo ya Josué anciano y de edad muy avanzada, convocó a todo Israel haciéndole presente su ancianidad y lo mucho que Dios había hecho haciéndole salir victorioso de todos sus amigos y prometiéndole en su nombre que exterminaría a los que quedaban, a fin de que su pueblo elegido pudiese llegar a poseer toda la tierra que se le había prometido. Pero le amonestó al mismo tiempo que fuera muy solícito en guardar todas las cosas que estaban escritas en el libro de la ley de Moisés, sin desviarse de ellas un ápice y que después que entrasen los hebreos en la tierra de estas gentes que habían de estar entre ellos, no jurasen por el nombre de sus dioses, ni los sirviesen ni adorasen: antes estuviesen unidos al Señor, quien disiparía a todos sus enemigos, como lo tenía prometido.

Pero que si se dejaban contaminar con los errores de aquellos pueblos y mezclarse con ellos por matrimonios y contraer amistades con ellos, tuviesen entendido que Dios no los exterminaría, sino que serían para el pueblo apóstata un hoyo y un lazo y un tropiezo que tendría al lado y una espina en sus ojos, hasta que le quitase y exterminase de aquella excelente tierra que le había dado.

Sería no conocer el corazón humano admirarse de que estas amenazas tan puntualmente llegasen a cumplirse después de tan sabias amonestaciones encaminadas a impedir que cayesen los hebreos en la afeminación por el camino de la idolatría.




 

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