martes, 17 de julio de 2018

IDEA DE LA CREACIÓN AZTECA

 
«En el año y en el día de las nubes, incluso antes de que existieran los años o los días, el mundo estaba sumido en la oscuridad. Todo estaba en desorden y las aguas cubrían el lodo y el cieno que era la Tierra entonces».
 
Esta imagen es común en casi todas las historias sobre la creación de América. El hombre rojo creía que el globo habitable se había creado del lobo que surge de las aguas primaverales, y puede ser indudable que Nahua compartiera esta creencia.
 
Encontramos en el mito de Nahua dos creencias de naturaleza bisexual, anunciando a los aztecas como Ometecutli-Omecivatl (señores de la dualidad), que fueron representados como las deidades que denominaban el origen de las cosas, el principio del mundo.
 
Estos seres, cuyos nombres propios fueron Tonacatecutl y Tonacacivatl (señor y señora de nuestro género humano), ocuparon el primer lugar en el calendario, circunstancia que exigía que sean vistos como responsables del origen de todo lo creado. Fueron representados invariablemente como seres vestidos con ricas prendas abigarradas, símbolo de luz.
 
Tonacatecutl, el principio masculino de la creación o la generación del mundo, frecuentemente se identifica con el Sol o el dios del fuego, pero no hay razones para considerarlo simbólico de otra cosa que no sea el cielo. El firmamento es visto, casi universalmente, por la población aborigen americana como el principio masculino del cosmos, en contradicción con la Tierra, de la que piensan que posee atributos femeninos, y que indudablemente está personificado en este caso por Tonacacivatl.


En los mitos de Norteamérica encontramos al Padre Cielo cernido sobre la Madre Tierra, igual que en la primitiva historia griega sobre la creación vemos unirse a los elementos, al firmamento impregnando el suelo y fructificándolo. Para la mentalidad de los nativos americanos, el crecimiento de cultivos y vegetación procede tanto del cielo como de la tierra. El hombre poco instruido contempla la fecundación del suelo por la lluvia y, viendo en todas las cosas la expresión de un impulso personal e individual, contempla el origen del crecimiento de los vegetales como análogo del origen humano. Para él, por tanto, el cielo es el principio masculino donador de vida, la semilla fertilizante de la que desciende en forma de lluvia. La tierra es el elemento receptivo que incuba aquello con lo que el cielo la ha impregnado.

LA CREACIÓN DE IXTLITXOCHITL

Una de las más completas historias sobre la creación de la mitología mexicana es la que ofrece el autor mestizo Ixtlilxochitl, quien sin duda lo recibió directamente de fuentes nativas.

Establece que los toltecas atribuían a un cierto Tloque Nahuaque (señor de toda la existencia) la creación del universo, las estrellas, montañas y animales. Al mismo tiempo hizo al primer hombre y mujer, de los que descienden todos los habitantes de la Tierra. Esta «primera Tierra» fue destruida por el «Sol-agua».
Al comienzo de la siguiente época aparecieron los toltecas, y después de muchos viajes se establecieron en Huechue Tlapallan (muy viejo Tlapallan). Después vino la segunda catástrofe, la del «Sol-viento». El resto de la leyenda narra cómo fuertes terremotos agitaron el mundo destruyeron a los gigantes de la Tierra. Estos gigantes (Quinames) eran semejantes a los titanes griegos, y fueron el origen del gran desasosiego para los toltecas. En opinión de viejos historiadores, ellos descendían de familias que habitaban la zona más septentrional de México.

LA CREACIÓN DE LOS MIXTECS

Será bueno volver por un momento a la historia de la creación de los Mixtecs, quienes, emanando de poblaciones en cierto modo aisladas en el extremo Sur del imperio mexicano, al menos nos aportan una imagen viva de lo que una tribu fuertemente relacionada con la raza Nahua aportó un gran caudal del proceso creativo.


 
Cuando la Tierra surgió de las primitivas aguas, un día, el dios-ciervo, que llevaba el apellido de Serpiente-Puma, y la bella diosa-cierva, o Serpiente-Jaguar, aparecieron.
 
Tenían forma humana y con sus amplios conocimientos (es decir, con su magia) ascendieron a una alta colina sobre el agua y construyeron en ella magníficos palacios para su residencia. En la cima de esta colina colocaron un hacha de cobre con el filo hacia arriba, y sobre este filo reposaba el cielo.
 
Los palacios permanecieron en el Alto Mixteca, próximo a Apoala, y la colina se llamó «Lugar donde permanecían los cielos». Los dioses vivieron juntos y felices durante muchos siglos, cuando sucedió que dos pequeños niños nacieron, bellos de forma y hábiles y experimentados en las artes. Desde el momento de su nacimiento fueron llamados Viento de Nueve Culebras y Viento de Nueve Cavernas. Se tuvo mucho cuidado con su educación y sabían cómo transformarse en un águila o una culebra, o hacerse invisibles o incluso atravesar cuerpos sólidos.

Después de un tiempo, estos dioses llenos de juventud decidieron hacer una ofrenda y un sacrificio a sus ancestros. Tomando vasijas de incienso hechas de arcilla, las llenaron de tabaco, al que prendieron fuego, dejándolas arder lentamente. El humo ascendió hacia el cielo, y ésa fue la primera ofrenda (a los dioses).
 
Luego hicieron un jardín con arbustos y flores, árboles frutales y hierbas con fragancias dulces. Contiguo a esto, hicieron un prado y lo equiparon con todo lo necesario para el sacrificio.
 
Los piadosos hermanos vivían con satisfacción en este trozo de terreno, lo cultivaban, quemaban tabaco y sus oraciones, votos y promesas suplicaban a sus ancestros que permitieran aparecer la luz, recoger agua en ciertos lugares y permitir que la Tierra no estuviera cubierta de agua, puesto que no tenían más que un pequeño jardín para su subsistencia.
 
Para fortalecer sus rezos perforaban sus orejas y sus lenguas con puntiagudos sílex y rociaban la sangre sobre los árboles y plantas con un cepillo de ramitas de sauce.

Los dioses-ciervo tuvieron más hijos e hijas, pero hubo una inundación en la que muchos de ellos perecieron. Tras la catástrofe, el dios llamado Creador de Todas las Cosas formó los cielos y la Tierra y restauró la raza humana.


 

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