martes, 17 de julio de 2018

LA REINA CON CIEN AMANTES (LEYENDA AZTECA)


En la Historia de Chichimeca Ixtlilxochitl se narra el siguiente horripilante cuento, recordando el espantoso destino de una mujer favorita de Nezahualpilli, el hijo de Nezahualcoyotl:

Cuando Axaiacatzin, rey de México, y otros señores enviaron a sus hijas al rey Nezahualpilli para que eligiera a una para ser reina y legítima esposa, cuyo hijo podía ser heredero, la que tuvo mayores aclamaciones por la nobleza del nacimiento y rango fue Chalchiuhnenetzin, la joven hija del rey mexicano.

Ella había sido educada por el monarca en un palacio separado, con gran pompa y numerosos sirvientes, como correspondía a la hija de tan gran monarca. El número de sirvientes asignados a su casa excedía de los dos mil.

Joven como era, era sumamente astuta y viciosa; por tanto, encontrándose sola, y viendo que su propia gente la temía por su elevada posición e importancia, comenzó a utilizar su enorme poder con una intemperancia que no conocía límites.

Allá donde veía un joven que satisfacía su capricho, daba órdenes secretas de que debía serle traído, tras lo cual era seguidamente ajusticiado. Con posterioridad ella ordenaba que se esculpiera una estatua o efigie de la persona a la que acababa de dar muerte y, después de adornarla con ricas ropas, oro y joyas, la colocaba en el apartamento en que vivía. El número de estatuas de los así sacrificados fue tan grande que casi llenaba la habitación.
 
Cuando el rey fue a visitarla y la interrogó con respecto a las estatuas, ella contestó que eran sus dioses y él, conociendo lo estrictos que eran los mexicanos en la adoración a sus falsas deidades, la creyó. Pero como la injusticia no se puede cometer con absoluto secreto fue descubierta de la siguiente manera:

Por una u otra razón ella dejó vivos a tres de los jóvenes. Sus nombres eran Chicuhcoatl, Huitzilimitzin y Maxtla, uno de los cuales era señor de Tesoyucan y uno de los grandes del reino, y los otros dos, nobles de alto rango. Pero sucedió que un día el rey reconoció en el atavío de uno de estos presuntos dioses una preciosa joya que él mismo le había regalado en cierta ocasión a la reina, y a pesar de que no temía ninguna traición por parte de ella, este hecho le produjo un gran desasosiego.

Disponiéndose a visitarla esa misma noche, sus sirvientes le dijeron que ella estaba dormida, suponiendo que el rey se acabaría marchando, como había hecho en otras ocasiones. Pero el asunto de la joya le hizo insistir en entrar a la habitación donde ella dormía; cuando ya estaba dispuesto a despertarla, sólo pudo encontrar una estatua en su cama, adornada con su pelo y que guardaba un enorme parecido a la reina.

Viendo esto y dándose cuenta de que los sirvientes estaban muy agitados y alarmados, el rey decidió llamar a sus guardias y, reuniendo a toda la gente de la casa, ordenó una búsqueda general de la reina, que fue hallada al cabo de un rato en una suntuosa fiesta en la compañía de tres jóvenes señores que estaban secuestrados con ella.

El rey refirió el caso a los jueces de su corte para que fuera investigado todo el suceso y examinadas las partes implicadas. Éstos descubrieron muchos individuos, siervos de la reina, que, de una u otra forma, habían sido cómplices de todos sus crímenes; operarios que se habían ocupado de esculpir y adornar las estatuas, otros que habían ayudado a introducir las estatuas, otros que habían ayudado a introducir a los jóvenes en el interior del palacio y otros que los habían dado muerte y ocultado sus cuerpos.

Habiendo sido el caso suficientemente investigado, el rey envió embajadores a los gobernantes de México y Tlacopán, dándoles información del suceso y señalando el día en que tendría lugar el castigo de la reina y sus cómplices; así mismo convocó absolutamente a todos los señores del imperio para que llevaran a sus esposas e hijas, independientemente de su edad, para ser testigos del castigo decidido, a fin de que sirviera de ejemplo. Él también dio una tregua a todos los enemigos del imperio para que pudieran asistir libres a presenciar la sentencia.


Llegado el momento, la cantidad de gente reunida era tan grande que, a pesar del tamaño de la ciudad de Tezcuco, apenas encontraron alojamiento para todos. La reina fue colocada en el garrote (un método de estrangular por medio de una cuerda retorcida alrededor de un poste), así como también lo fueron sus tres amantes. Y por ser personas de alta cuna, sus cuerpos fueron inmediatamente incinerados, junto con las efigies previamente citadas.

Las demás personas que habían sido cómplices de sus crímenes, que sumaban en total más de dos mil, también fueron colocadas en el garrote y luego incineradas en un foso hecho a propósito en una hondonada cercana a un templo del Ídolo de los Adúlteros.

Todos aplaudieron tan severo y ejemplar castigo, salvo los señores mexicanos, los parientes de la reina, quienes estaban muy indignados ante tan público ejemplo, y que, aunque de momento procuraba disimular su resentimiento, meditaban una futura venganza.

Dice el cronista que no sin razón el rey experimentó esta deshonra en su casa, puesto que así fue castigado por el uso de un indigno subterfugio para conseguir a su madre como esposa. Este Nezahualpilli, el sucesor de Nezahualcoyotl, fue un monarca de gustos científicos, y, tuvo un primitivo observatorio en su palacio.




 

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