domingo, 29 de julio de 2018

LEYENDA AZTECA DEL DIOS TEZCATLIPOCA


Tezcatlipoca (espejo roto) era indudablemente el Júpiter del panteón nahua. Llevaba un espejo o escudo, de donde le venía el nombre, y en el que se suponía que veía reflejados los hechos de la humanidad. La evolución de este dios, desde el estado de espíritu de viento o aire hasta la deidad suprema de los aztecas, presenta muchos puntos de profundo interés.
 
Originariamente, la personificación del aire, la fuente tanto del aliento de vida como de la tempestad, Tezcatlipoca, poseía todos los atributos de un dios que presidía todos estos fenómenos. El disco tribal de los tezcuanos los dirigió hacia la Tierra Prometida y fueron el instrumento de la derrota tanto de los dioses como de los hombres de la raza más antigua de la que disponían.
 
La popularidad y el honor público de Tezcatlipoca avanzaron tan rápidamente que se considera un pequeño prodigio que dentro de un corto espacio de tiempo fuera considerado como un dios del destino nacional. De este modo, de ser la peculiar deidad de un pequeño grupo de inmigrantes nahuas, se derivó un prestigio procedente de la rápida conquista bajo su dirección, y los relatos de su destreza fueron rápidamente propagados por los que lo adoraban y veían en él el más popular y más temido dios de Anahuac, por tanto el único cuyo culto ensombreció rápidamente a otros dioses similares.


Tezcatlipoca, derrocador de los toltecas

Podemos encontrar a Tezcatlipoca íntimamente asociado a todas las leyendas que narran con todo lujo de detalles el derrumbamiento de Tollan, la capital de los toltecas. Su jefe adversario en el lado de los toltecas es el dios-rey Quetzalcoatl. La rivalidad entre estos dioses simboliza la pugna que existía entre las civilizaciones toltecas y los bárbaros de nahua, y está claramente explicada en algunos de los siguientes mitos.

Mitos de Quetzalcoalt y Tezcatlipoca

En los días de Quetzalcoatl había abundancia que todo lo necesario para subsistir. El maíz era abundante, las calabazas tan gordas como brazos y el algodón crecía de todos los colores sin necesidad de teñirlo. Una gran variedad de pájaros de rico plumaje pululaban en el aire con sus canciones, y había una enorme cantidad de oro, plata y piedras preciosas.
 
En el reino de Quetzalcoatl había paz y prosperidad para todos los hombres. Pero este dichoso estaba demasiado afortunado, demasiado feliz para que durase mucho. Envidiosos de la calma que disfrutaban el dios y su pueblo tolteca, tres malvados nigromantes urdieron su caída. La referencia es, por supuesto, a los dioses de las tribus invasoras nahuas, las deidades Huitzilpochtli, Titlacahuan o Tezcatlipoca y Tlacahuepan. Éstos sembraron diabólicos encantamientos sobre la ciudad de Tollan, y Tezcatlipoca en particular llevó el liderazgo de estas envidiosas conspiraciones.

Distinguido por ser un hombre mayor, con pelo blanco, se presentó en el palacio de Quetzalcoalt, donde le dijo a un escudero: «Te ruego que me presentes a tu rey. Deseo hablar con él».
 
Los escuderos le dijeron que se fuera porque Quetzalcoalt se encontraba mal y no recibía a nadie. Él les pidió, así todo, que le dijeran al dios que él lo esperaba afuera. Ellos así lo hicieron y consiguió la audiencia.
 
Cuando entró en la cámara de Quetzalcoalt el astuto Tezcatlipoca simuló mucha simpatía con el enfermo dios-rey.
 
- «¿Cómo te encuentras, hijo mío?», le preguntó. «Te he traído una pócima que deberás beber y que pondrá fin a tu enfermedad.»
 
- «Bienvenido, anciano», replicó Quetzalcoalt. «Había oído desde hace bastantes días que ibas a venir. Estoy sumamente indispuesto. La enfermedad afecta a todo mi organismo y no puedo mover ni las manos ni los pies.»
 
Tezcatlipoca le garantizó que si tomaba la medicina que le había traído experimentaría inmediatamente una gran mejoría de su salud. Quetzalcoalt bebió la medicina y al momento se sintió reanimado. El astuto Tezcatlipoca le hizo beber otra taza más y otra más de su poción, y a pesar que no era nada más que pulque, el vino propio del país, se intoxicó rápidamente y se volvió como cera en manos de su adversario.

Tezcatlipoca y los toltecas

Tezcatlipoca, con arreglo a su política de enemistad con el estado tolteca, adoptó apariencia de un indio bajo el nombre de Toueyo (Toueyo) y dirigió sus pasos hacia el palacio de Uemac, jefe de los toltecas de forma temporal.

Este respetable hombre tenía una hija tan hermosa que era deseada en matrimonio por todos los toltecas, pero su padre rechazó toda propuesta de petición de mano a todos y cada uno.
 
La princesa vio pasar al falso Toueyo ante el palacio de su padre y se enamoró perdidamente de él; tan arrebatadora fue su pasión que cayó gravemente enferma por su anhelo.


 
Uemac, conociendo su indisposición, fue hacia sus aposentos y preguntó a las mujeres la causa de su enfermedad. Ellas le dijeron que la había ocasionado la repentina pasión que sentía por el indio forastero. Uemac, en ese momento dio órdenes de arrestar a Toueyo y el jefe temporal de Tollan lo sometió a un cuestionario.
 
- «¿De dónde vienes?», inquirió Uemac a su prisionero que iba muy ligero de ropa.
 
- «Señor, soy forastero y vengo a estas tierras a vender pintura verde», replicó Tezcatlipoca.
 
- «¿Por qué vas vestido de esa guisa? ¿Por qué no llevas una capa?» preguntó el jefe.
 
- «Mi señor, yo sigo las costumbres de mi país», replicó Tezcatlipoca.
 
- «Tú has despertado la pasión en el pecho de mi hija», dijo Uemac. «¿Qué te puedo hacer por haberme deshonrado de esta forma?»
 
- «Mátame; no me importa», dijo el malvado Tezcatlipoca.
 
- «Nada de eso», dijo Uemac, «si te mato mi hija perecerá. Ve a ella y dile que se case contigo y sed felices.»
 
El matrimonio de Toueyo y la hija de Uemac incitó mucho descontento entre los toltecas y murmuraron entre ellos diciendo: «¿Por qué Uemac dio a su hija a Toueyo?»
 
Uemac, haciendo caso omiso, decidió distraer su atención declarando la guerra a sus vecinos del Estado de Coatepec. Los toltecas armados para el combate, uno sobre otro para ver mejor, su impaciencia resultó mortal para muchos. Tan enfurecidos estaban los toltecas por los consejos de Tlacahuepan que mataron a ambos, a Tezcatlipoca y Huitzilpochtli.
 
Cuando ya lo habían hecho, los cuerpos de los dioses muertos despedían unos efluvios tan perniciosos que miles de toltecas murieron por la pestilencia. El dios Tlacahiepan les aconsejó que retirasen de allí los cuerpos para que no les sucediera nada aún peor, pero al intentar quitarlos descubrieron que pesaban tanto que no podían moverlos. Enrollaron los cadáveres con cientos de cuerdas, pero se rompieron, y los que tiraban de ellos murieron inmediatamente, cayendo sobre los otros, a quienes asfixiaron.

La partida de Quetzalcoalt

Los toltecas sufrieron tantos tormentos por los encantamientos de Tezcatlipoca que poco a poco se fueron empobreciendo y vieron cómo llegaba el final de su gran imperio.
 
Quetzalcoatl, disgustado por todo lo que había pasado, decidió abandonar Tollan e irse al país de Tlapallan, adonde había ido en su misión civilizadora de México. Quemó todas las casas que había construido y enterró sus tesoros y piedras preciosas en profundos valles entre las montañas. Cambió los árboles de cacao por otros de mezquite y ordenó todos los pájaros de rico plumaje y bello conato que abandonasen el valle de Anahuac y le siguieron durante más de cien leguas.
 
En el camino desde Tollan descubrió un gran árbol en un punto llamado Quauhtitlán. Allí descansó y les pidió a sus pajes el espejo. Se observó en la pulida superficie y exclamó:
 
- «¡Soy viejo!».
 
Por este motivo el lugar recibió el nombre de Huehuequauhtitlán (viejo Quauhtitlán). Prosiguiendo la marcha le acompañaban músicos que tocaban la flauta; él caminó hasta cansarse, detuvo su paso y se sentó en una piedra donde puso las manos. El lugar se llama Temacpalco (La Impresión de las Manos).
 
En Coaapan fue recibido por los dioses nahuas, enemigos suyos y de los toltecas.
 
- «¿Adónde vas?», le preguntaron. «¿Por qué has dejado tu ciudad?»
 
- «Voy a Tlapallan», replicó Quetzalcoatl, «de donde yo vengo».
 
- «¿Por qué razón?», persistieron los encantadores.
 
- «Mi padre el Sol me ha llamado desde allí», contestó Quetzalcoalt.
 
- «Ve, pues, feliz», dijeron, «pero déjanos el secreto de tu arte, el secreto de fundir la plata, de trabajar las piedras preciosas y la madera, la pintura, la artesanía de la pluma y otras materias.»
 
Pero Quetzalcoatl se negó y arrojó sus tesoros a la fuente de Cozcaapa (Agua de Piedras Preciosas).
 
En Cochtan lo recibió otro encantador, que le preguntó desde dónde venía, y una vez que lo supo le ofreció un trago de vino. Cuando lo hubo bebido Quetzalcoatl se adormeció. Continuando su viaje por la mañana, el dios pasó entre un volcán y Sierra Nevada, donde los escuderos que le acompañaban murieron de frío. Él lamentó mucho su desgracia y lloró maldiciendo su destino con las más amargas lágrimas y las canciones más tristes. Alcanzada la cima del monte Poyauhtecatl, se deslizó hasta la base.
 
Cuando llegó a la orilla del mar, embarcó en una balsa de serpientes y fue llevado hacia la tierra de Thlapallan.

Tezcatlipoca o Doomster

Tezcatlipoca era muchísimo más que una mera personificación del viento y, si se le presentaba como un dador de vida, también tenía el poder para destruir la existencia. De hecho, en ocasiones parecía como un inexorable comerciante de la muerte y fue tratado como Nezahualpilli (El Jefe Hambriento) y Yaotzin (El Enemigo). Quizá uno de los nombres por el que era más conocido era Telpochtli (El Joven Guerrero), por su fortaleza, su vitalidad, nunca menguada, y por su juvenil y turbulento vigor parecido a una tempestad.
 
A Tezcatlipoca se le representaba de forma general sujetando en la mano derecha un dardo colocado en un atlatl (lanza arrojadiza) y su espejo-escudo con cuatro dardos más en la izquierda. Este escudo es el símbolo de su poder que juzgaba la humanidad y sostiene su justicia.
 
Los aztecas representaban a Tezcatlipoca como un revoltoso a lo largo de los grandes caminos en busca de personas sobre las que ejecutar su venganza, como el viento de la noche que lleva rápidamente por los desiertos caminos más sencillos de violencia que durante el día. No en vano, uno de sus nombres, Yoalli Ehecatl, significa «Noche Ventosa».
 
Había bancos de piedra, labrados como los de los altos dignatarios de las ciudades de México, distribuidos por todas las avenidas para su único y exclusivo uso, donde podía descansar tras sus turbulentos viajes. Estos asientos eran ocultados con grandes y frondosas ramas verdes y debajo de ellos se escondía el dios a punto para acechar a todas sus víctimas. Pero si por casualidad se daba el caso que alguna de las personas que él cogía era capaz de vencerle durante el transcurso de la lucha, le podía pedir cualquier deseo que quisiera, con la completa seguridad de que la promesa solicitada a la deidad se le concedería en el acto.
 
Se suponía que Tezcatlipoca había dirigido a los nahuas, y especialmente a los tezcucos, desde un clima más al Norte al valle de México. Pero no era una simple deidad local de Tezcuco; se le adoraba a lo largo y ancho del país. Su elevada posición en el panteón mexicano parecía haberle dado una reverencia especial como el dios del destino y la fortuna.
 
El lugar que ocupó como cabeza visible del panteón nahua le otorgó muchísimos atributos que le eran totalmente extraños en su original carácter. El miedo y deseo de exaltar su mandato empujaron a los más devotos de un dios todopoderoso a tenerle fe en cualquier montón de todos los posibles atributos, humanos o divinos, sobre Tezcatlipoca cuando recordamos la suprema posición que ocupó en la mitología mexicana.
 
Su casta sacerdotal superaba ampliamente en poder, en anchura y en actividad de su propaganda a los sacerdocios de cualquiera de las otras deidades mexicanas. A todo esto se atribuye la invención de muchas de las tradiciones de la civilización y todo esto está perfectamente claro, tal y como se ha demostrado. Los demás dioses eran adorados con algún propósito especial, pero la veneración de Tezcatlipoca se enfocaba como una obligación y como una especie de protección contra la destrucción del universo, una calamidad de los nahuas que creían que podía ocurrir a través de su actuación. Se le conocía bajo el nombre de Moneneque (El Demandante de Oraciones) y en algunas de sus descripciones aparecía representado con una espiga de oro que le colgaba del pelo con pequeñas lenguas doradas doblando hacia arriba como en actitud de oración.

En épocas de peligro nacional, plagas o hambre universal, se dirigía rogativas a Tezcatlipoca. Los jefes de la comunidad reparaban su teocalli (templo) acompañados por el pueblo en masa, y todos juntos rezaban fervorosamente para su rápida intercesión. Las oraciones de Tezcatlipoca, aún existentes, prueban que los antiguos mexicanos creían que poseía el poder de la vida y de la muerte, y muchos de ellos se expresaban en los más patéticos términos.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario