sábado, 8 de septiembre de 2018

¿DONDE ESTABA LA ATLÁNTIDA?


Entre los primeros religiosos católicos en reaccionar positivamente ante la posibilidad de que la tradición del Timeo y Crisias fuesen ciertas, estuvo el sacerdote jesuita Atanasio Kirchner, quien, con una intuición admirable, concibió un mapa del océano Atlántico, entre España y América, en el cual, sitúa la gran isla Atlántida ocupando el espacio en que actualmente emergen como picachos de montañas sumergidas, las islas Azores. Este mapa data de 1665, y lleva como anotación que se ha basado, para dibujarlo, en la descripción hecha por Platón sobre las tradiciones recogidas en Egipto.
 
Muestra la isla como un triángulo con el vértice hacia el sur, y las grandes montañas como picachos de una cordillera. Una vez rehabilitado el nombre de Platón en círculos intelectuales y esotéricos cada vez más amplios, vino un período de gran efervescencia por determinar en qué lugar del mundo habría estado la Atlántida.

A pesar de que la única fuente de información seguía siendo Platón, de acuerdo al relato del sabio Solón de Atenas, y la corroboración hecha por el viajero Krantor, que fue recopilada en Bizancio, en el siglo quinto después de Cristo, por el filósofo Proclos, la mayoría trató de inmediato de demostrar que Platón estaba equivocado.



Basándose en intuiciones, interpretaciones de datos misteriosos, deducciones de descubrimientos arqueológicos, intentaron demostrar que la Atlántida no estaba en el Atlántico, como decía Platón, sino en lugares como el desierto del Hoggar o en los montes Atlas, en el norte de Africa; otros han creído que el emplazamiento de la Atlántida estaba en Asia Menor, en Italia, en Creta, en Suecia, en la India, en España, en Ceylán y hasta en Jutlandia. Quienes buscaron en tales sitios encontraron diversas cosas, pero nada que pudiera dar un indicio concreto respecto de la Atlántida.

Sólo dos descubrimientos históricos han venido a echar un tenue chispazo de luz sobre la Atlántida. Enrique Schliemann, el célebre descubridor de Troya, encontró una copa de bronce en la cámara llamada "el Tesoro de Príamo". Es un vaso de noble forma pero con claras diferencias de diseño con las copas de la misma época procedentes de los diversos lugares del mediterráneo. Y en esta copa aparece grabado en caracteres fenicios el siguiente texto: "DEL REY CRONOS DE LA ATLANTIDA".
 
De acuerdo a los estudios iniciados por Enrique Schliemann y seguidos por su nieto, el Dr. Pablo Schliemann, Sais, en el Delta del Nilo, fue edificada por Misor, a quien se considera el antepasado de todos los egipcios, en las tradiciones del país. La hipótesis de Schliemann es que Sais habría sido en sus orígenes una colonia de la Atlántida, a la cual habría huido el sacerdote Misor acompañado de su hija, a causa de las persecuciones encabezadas por el rey Cronos de la Atlántida. Al parecer, la poderosa Atlántida se hundió antes de que Cronos hubiera alcanzado a enviar su castigo hasta la lejana colonia.

El otro hallazgo fue un eslabón de cobre, de una cadena delgada. Un hallazgo muy pobre hecho por una expedición oceanográfica respaldada por el príncipe Rainiero de Mónaco, que logró extraer aquella pieza del fondo del mar próximo a las Azores, a una profundidad cercana a los tres mil metros. Pero la data de aquella cadenita sí que resultó significativa. Ese metal fue fundido en forma de eslabón hace aproximadamente 10 mil años. ¿Quién fundía cobre en las Azores hace diez mil años?

Actualmente la mayoría de los "Atlantólogos" se inclinan a seguir de cerca las descripciones hechas por Platón. Cadet, Bori de St. Vincent, Tourenfort, Latreille, Otto Muck, el célebre A. Buffon y el mismo Enrique Schliemann, han expresado su convicción de que el emplazamiento que haya tenido la Atlántida no puede sino haber sido el que indica Platón: ocupando la zona donde hoy emergen las Azores.

Según las leyendas antiguas, entre los siglos 12 y primero antes de Cristo, era imposible alejarse de la costa europea más allá de las Columnas de Hércules, pues se encontrarían aún flotando enormes masas de lodo procedentes del antiguo cataclismo que hundió la Atlántida. Semejante idea fue pronto tomada como una de las tantas historias terroríficas inventadas por los marinos fenicios y cartagineses para desalentar a sus competidores griegos y romanos de lanzarse hacia las rutas que llevaban a Inglaterra, la tierra del Estaño. Sin embargo, a muchos la historia les resultó extraña. Podía tratarse de una exageración, sin duda. Pero ¿qué clase de lodo sería ese que seguía flotando, haciendo muros compactos de varios metros de altura, diez mil años después del cataclismo?
 
Una respuesta muy seria pueden darla los vulcanólogos, especialmente aquellos que tuvieron la oportunidad de estudiar los efectos de erupciones formidables como la del volcán Krakatoa.

Ellos han indicado que las cenizas volcánicas son lanzadas a gran altura mezcladas con ácido carbónico, nitrógeno, agua y anhídrido sulfúrico. La lava en estado de cenizas es porosa y los ácidos y el agua extraen de ella gran cantidad de compuestos minerales hasta dejar solamente los materiales más inertes y duros. Estos constituyen entonces la piedra pómez. Una piedra tan liviana que flota sobre el agua hasta que, paulatinamente, va impregnándose y vuelve a hundirse.

El geólogo Svante Arrhenius, en su obra Tierra y Universo, editada en Leipzig, 1926, explica:

"Las piedras más gruesas, surcadas por innumerables cavidades, flotan en el agua como la piedra pómez y son fragmentadas lentamente por las olas hasta quedar convertidas en arena. La arena volcánica y el lodo llegan a cubrir grandes extensiones del fondo del mar. Los trozos de lava y piedra pómez impiden muchas veces o dificultan el paso de los buques. Después de la erupción del Krakatoa, en 1883, tal circunstancia fue experimentada y estudiada..."

Si Platón dijo la verdad respecto de la existencia de las Antillas, el Golfo de México, la temperatura de sus aguas y la topografía del continente, y si los indicios van acumulándose en el sentido de que la Atlántida, de haber existido, se habría hallado precisamente donde señaló Platón, es decir, en el emplazamiento actual de las islas Azores... Si todo ha ido resultando cierto, ¿por qué habría de ser falso que el hundimiento de la Atlántida se produjo en un mal día y una noche aciaga?

Ha sido un grupo de geólogos alemanes quienes, a comienzos de la década del 60 han desarrollado una teoría que parece confirmar la posibilidad de que haya habido una especie de cataclismo bien determinado, capaz de provocar el hundimiento de un subcontinente de doscientos mil kilómetros cuadrados en el fondo del mar, dejando afuera sólo sus picachos de más de tres mil metros, convertidos en las escarpadas islas Azores.

Estos geólogos han tomado en consideración tres factores:

Primero, el deslizamiento de las placas continentales, conforme a los planteamientos de Wegener. Según esta teoría, el continente americano se separó de Europa, Africa y la Antártica, por el deslizamiento de las placas sobre las capas más profundas y viscosas del planeta. De este deslizamiento han resultado las formas características de los continentes, que calzan en sus contornos casi como las piezas de un rompecabezas. Brasil y el golfo de Guinea, la Patagonia y la curvatura de Sudáfrica, con el rastro de islas (Malvinas y Sandwich) desprendidas en el camino. Sin embargo, en la zona correspondiente al Caribe y a España, el encaje de las figuras continentales deja un espacio vacío, que, obviamente, podría haber sido ocupado por un mar interior. Pero hay razones para dudar que se haya tratado de un mar interior primero, por la gran profundidad que habría tenido, injustificada por el tamaño.

Segundo, por las características de los depósitos encontrados en el fondo marino, que muestran la presencia de un "espinazo" de montañas y mesetas sumergidas, al margen de las grandes fisuras que separan las placas.

Y, tercero, porque las fisuras mismas indican que debería existir una coincidencia de perfiles mucho mayor. En segundo lugar, los geólogos han observado que el hueco que se produce coincide con la extensión atribuida al subcontinente de la Atlántida y con la forma tradicionalmente dada a dichos territorios. Tercero, porque han comprendido que ninguna erupción volcánica habría podido producir un efecto suficiente como para hundir una masa tan enorme de tierra firme.

Planteadas así sus interrogantes, han llegado a desarrollar la tesis de que el cataclismo que sí podría haber provocado tal hundimiento sólo podría haberse originado en una perforación, un cráter tan profundo en el subsuelo marino, que llegó a atravesar el "SIMA", alcanzando las materias fundidas y viscosas que subyacen debajo de la corteza terrestre y que genéricamente llamamos "el magma". Este cráter, de haberse producido en el fondo marino entre el subcontinente de la Atlántida y la costa norteamericana, habría producido una fisura en las cornisas que unían la placa americana con la placa europea, entre las cuales se anclaban los fundamentos de la Atlántida. Al quebrantarse además esas cornisas, el magma interior, inundado de agua de mar y por su propia presión, habría proyectado un chorro doble y gigantesco de materia incandescente, gases venenosos y agua de mar hacia la atmósfera y las costas de los continentes. Al mismo tiempo, la masa de la isla se asentaría, abollando el fondo oceánico hasta que el magma volviera a solidificarse por enfriamiento. El efecto sería también un hundimiento parcial de las costas continentales del Atlántico y un alzamiento correspondiente de las placas por el lado opuesto.

Este fenómeno se haría muy notorio en lugares como el cono sur de Sudamérica, donde es ostensible el alzamiento de la costa del Pacífico, formando simas y descensos abruptos a corta distancia de la costa, y el hundimiento de la costa Atlántica, que muestra una suave pendiente hasta la fisura central. De resultas de este cataclismo, en un período de no más de 24 horas la emisión de magma, vapor de agua y gases venenosos, habría producido el "abollamiento" de la zona aledaña a la Atlántida y la isla entera habría podido sumergirse hasta una profundidad de tres mil metros. La masa enorme de cenizas volcánicas, billones de metros cúbicos de lava porosa y piedra pómez, además de las cenizas pulverizadas, se habrían precipitado pronto sobre el mar en el mismo lugar donde antes se alzara la hermosa isla de los atlantes y su civilización avanzadísima. Se cumplirían así los detalles más dudosos del relato del gran filósofo ateniense, quien, recién ahora y a la luz de la ciencia moderna, quedaría libre de la ignominia que el estagirita lanzara sobre él.

En efecto, el cataclismo puede haberse producido en "un día malo y una noche aciaga". Para los infortunados atlantes, en verdad debe haber sido un día muy malo, aunque, por los pavorosos desprendimientos de gases venenosos, es difícil que haya quedado sobreviviente alguno para presenciar la noche aciaga. Olas gigantescas devoraban kilómetros de tierra, mientras los infortunados procuraban huir hacia las partes altas. La llanura íntegra ha de haber desaparecido bajo la superficie en pocas horas, mientras del mar emergían llamaradas y humos que parecían alcanzar el cielo. También el estruendo ha de haber sido aterrador, embrutecedor, mientras los terremotos se sucedían uno tras otro. Y en efecto, también, después del cataclismo debe haberse formado una masa altísima de piedra pómez flotante, cubierta de cenizas menudas y cieno, que por su vastedad aplacaba las olas disminuyendo al mínimo la acción erosiva del oleaje. Y es perfectamente posible que tres milenios después, aún quedaran grandes masas de esa sustancia flotante, impidiendo el paso de las embarcaciones, como contó la leyenda, hasta que al paso de los siglos la piedra pómez se impregnó de agua o se desmenuzó, convirtiéndose en sedimento submarino.

Hay muchos indicios más que indican que el fondo de mar inmediato a las Azores estuvo antes emergido. Por ejemplo, las últimas exploraciones oceanográficas han detectado grandes extensiones de fondo arenoso, y es sabido que la arena sólo se produce en las superficies donde las rompientes pueden actuar sobre rocas y pedregullo.

Y, más recientemente, el descubrimiento de ruinas sumergidas en la zona conocida como "El Triángulo de las Bermudas", parecer señalar que una civilización avanzada ocupó la región antes de que el nivel del mar ascendiera por los deshielos del fin de la última edad glacial.

Cronológicamente, concuerda con las fechas de la grandeza y el hundimiento de la Atlántida.

Finalmente, este grupo de geólogos, encabezados por el conocido investigador Otto Muck, se plantea qué clase de accidente podría haber precipitado la fractura necesaria para desencadenar el cataclismo. Y concuerdan en que el único acontecimiento que podría justificar tales efectos secundarios estaría relacionado con el espacio exterior.

Observando las zonas de Carolina, en Estados Unidos, donde hay una concentración notable de cráteres de origen extraterrestre, ocasionados por meteoritos de masa relativamente grande, llegaron a plantearse si tales meteoritos no habrían sido fragmentos de una masa muchísimo más grande que, en vez de caer sobre Carolina, hubiera caído en el Océano Atlántico, a unas seiscientas millas de la actual costa americana. En tal caso, si por azar o por una voluntad más allá de nuestra comprensión, dicho meteoro hubiera golpeado la superficie marina en el ángulo apropiado, su masa habría penetrado hasta el magma como un perdigón que atraviesa un huevo. El cráter dejado por tal asesino del espacio habría fracturado fácilmente la cornisa occidental del zócalo de la Atlántida, desencadenando en cosa de segundos la reacción imparable que describimos antes... y dando comienzo a un día malo.

Queda aún por preguntarse...

¿Qué dioses quisieron castigar a esos atlantes que "se alejaban de su dios"?...

¿Eran esos seres humanos, orgullosos y rebeldes como se cuenta que fue Luzbel?

Arístokles Kodros, el filósofo ateniense que conocemos por su apodo de Platón, estaba a punto de escribir la serie de conceptos con que Zeus justificaba su decisión de condenar a los Atlantes... cuando la muerte le arrebató el buril y el pensamiento.

¿Era maldad esa rebeldía? ¿Era la corrupción de una civilización demasiado avanzada para su época? ¿Fue el destino quien atinó aquel meteorito tan certeramente, o fue uno de esos extraños "dioses" que tan a menudo se metían en las cosas de los hombres? ¿Podría ser verdad que realmente existió la Atlántida? Tal vez la información fotogramétrica de los satélites, nos den algún día la respuesta.


 
 

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