martes, 18 de septiembre de 2018

INTIHUATANA, EL SITIO EN EL QUE SE ATA EL SOL

 
En la altiplanicie andina en que la atmósfera enrarecida no retiene el calor del sol y las noches resultan duramente frías, no es sorprendente que se prestase poca atención a las estrellas, dedicándose en cambio la más profunda adoración al sol.
 
Otros fenómenos naturales, como el trueno y el rayo, el arco iris, las altas montañas, precipicios y caídas de agua, quedaban dentro de su vista, y, naturalmente, se les propiciaba con ofrendas de adoración para obtener su protección.
 


Lo más importante de todo era el Sol, el dios, sin el cual no crecían los sembrados y la vida se hacía insoportable, había que procurarse su favor. Cuando se alejaba más y más hacia el norte y las sombras se extendían en el mes de junio, podía temerse, naturalmente, que el Sol continuase su vuelo hacia el norte y los dejase helar y morir de hambre. En consecuencia, a los sacerdotes del Sol capaces en el 21 o 22 de junio de detener su huida y de amarrarlo a un pilar de piedra en uno de sus templos, se les tributaba veneración.
 
Cuando las sombras dejaban de extenderse y disminuían su duración hasta que por fin el Sol volvía a brillar sobre sus cabezas y su reino se establecía firmemente, había gran regocijo. El período del solsticio de verano significaba una alegría tan grande como era el miedo provocado por un solsticio de invierno.
 
Es probable que los sacerdotes del Sol, cuyas vidas dependían de tener éxito al pretender controlar sus movimientos, aprendieran a leer la extensión de las sombras arrojadas mediante grandes relojes de sol llamados "Intihuatana" o el "sitio en que se ata el sol".
 
Uno de los sitios más importantes de los Andes son las ruinas de un santuario con sus templos de sol, la luna, las estrellas, su "Intihuatana", su provisión de buena agua fresca, sus palacios para nobles y sacerdotes, las casas para las Vírgenes del Sol.
 
Tal santuario fue el que encontraron Pizarro y los conquistadores cuando entraron al Cuzco.

El imperio Inca no escapa al atavismo de los mitos solares. Ellos se manifiestan en los tiempos solsticiales. Los sacerdotes incas descubrieron el "Intihuatana" para atar el sol y evitar que huya definitivamente al norte. Este atavismo queda en todos los pueblos de mitos solares y se manifiesta en todo su quehacer tanto público como privado.


 
Cuando el sol se va, todo es negativo; no es conveniente iniciar ninguna acción pues ella estará "ensombrecida". Así también los Incas debieron prever este mito en sus conquistas guerreras. Todas debían iniciarse teniendo el sol sobre sus cabezas y sin el peligro de la posibilidad de un eclipse que habría sumido a sus guerreros en el pánico y el terror.

La sabiduría de los Amautas descubrió el Intihuatana. El sol quedaba atado al templo y debería necesariamente volver. Ello mantenía al pueblo tranquilo y la moral de la milicia. Lo curioso de este mito ancestral y atávico es que se mantiene hasta hoy en los pueblos que han tenido cultos solares.
 
En el caso del Imperio Inca, tampoco faltaron los iconoclastas, a quienes nada les importaba el mito solar del vuelo al norte, los solsticios ni el Intihuatana. Tal cosa sucedió con el pueblo de Pachacamac, en la costa peruana, que fue sometido por los incas e incorporado a su administración, y a quien le obligaron a rendir culto al sol y adoptar la lengua quechua. Así, en un acto de rebeldía, se dirigieron de esta manera al Inca Yupanqui que los había sojuzgado:
 
"Tenemos nuestro propio señor y nuestros propios dioses... nuestro Dios es el mar; es más grande y mejor que el sol, pues nos da pescados y alimentos, mientras que el sol abrasa nuestras tierras..."
 
Como esta historia pertenece al tiempo de "Se cuenta que...", no existe una información clara y precisa sobre cuál sería la respuesta del Inca.
 
 
 

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