viernes, 9 de marzo de 2018

COMO SE FORMARON LOS DIOSES EGIPCIOS


El gran número de divinidades de la religión egipcia, legado de las antiguas deidades territoriales, ninguna de las cuales fue jamás un dios único, produjo un panteón nutrido por la necesidad de establecer relaciones entre ellas. Asimismo, de modo tan necesario como el del establecimiento de relaciones mutuas, hubo síntesis de carácter mitológico y teológico, a fin de proporcionar al país un sistema religioso unificado. No obstante, dada la índole misma de muchos dioses, el amplio esfuerzo sintético no llegó a fructificar en una sola teología.
 
Las convicciones religiosas prehistóricas tenían un carácter tan decisivo, que el interés por su unificación se resolvió en todos los casos en una estructura superficial, que no oculta el origen histórico y cronológico de la creencia. Hubo mezcla, pero no fusión íntima y rigurosa, de todos los conceptos mitológicos.
 
Las dos mitologías más antiguas son la de Osiris y la de Heliópolis, que acabaron por fundirse con el tiempo. Del Egipto Medio, y de la misma época, es la de Hermópolis, referente a Thot. De origen posterior, en cuanto a la historia, son la mitología menfita, referente a Ptah, surgida durante el reinado de las primeras dinastías, y la tebana, procedente del Imperio Medio, que versa sobre Amón-Ra.

Al tratar de ellas, es forzoso hacer mención de dioses que se describirán a continuación, lo que servirá para situarlos en un contexto menos fluido que en una presentación enumerativa de sus rasgos, caracteres, iconografía y símbolos. Por otra parte, es también necesario decir unas cuantas palabras sobre la naturaleza teológica de las respectivas mitologías.
 
Los mitos egipcios encierran, de modo somero, parcial y anecdótico, pensamientos y aun concepciones sobre la divinidad. Entre ellos conviene resaltar, prescindiendo de momento de Osiris, que las síntesis mitológicas propenden a establecer la supremacía de un dios superior, el "dios por excelencia", en alguna fase por medio de hipóstasis o expresiones distintas de la misma esencia, en un esfuerzo que casi está contiguo al propósito monoteísta. Es importante, en este aspecto, lo que se refiere al mito de la creación.

Heliópolis dice que los primeros seres creados, Shu y Tefnut, surgieron directamente de la carne del Sol; en cambio, Hermópolis adujo la teoría, mucho más elevada, de que la creación fue obra de la voz. A pesar de la diferencia que con ello se establece entre ambas teologías, siendo más ruda la de Heliópolis, a ésta obedece la noción de Maat, la Justicia, hija de Ra e inmanente a él, causante de que el Sol creara todas las cosas y las gobernara. Por consiguiente, las doctrinas más espirituales se ven mezcladas a las ideas más groseras, y es preciso buscar las primeras, en medio de las concepciones más materiales y toscas, para comprender la teología (quizá esotérica), que animaba las creencias de las clases egipcias más cultas.

El mito de Osiris es de índole ética. Plantea no sólo la cuestión del valor o aprecio de la justicia y la bondad, representadas por dicho dios, el amor conyugal, que encarna Isis, y la lealtad, que prefigura Horus, sino también el más trascendental problema de la coexistencia del bien (Osiris) y el mal (Seth), y la victoria de aquél sobre éste. Por tratarse de un tema moral, aparte los diversos atributos y funciones asignados a Osiris, cabía en cualquier teología, lo cual explica el éxito del culto de Osiris durante toda la historia egipcia: era algo que se hallaba al alcance de cualquier comprensión.

Como ya nos hemos referido a la mitología osiríaca en líneas anteriores, aunque prescindiendo de algunas cuestiones críticas, pasaremos a describir en unas cuantas palabras los restantes ciclos de mitos.

El correspondiente a Heliópolis pretende que, en el origen del tiempo, no existía más que el caos, representado por el agua primordial, oscura, fría y quieta, llamada Nun. Atum, el Sol, se creó a sí mismo a continuación; después hizo aparecer de su propia materia, bien porque se masturbase, bien porque escupiese, a la primera pareja de dioses, Shu y Tefnut, o sea el aire y el principio húmedo, de los que nacieron Geb, el dios tierra, y Nut, la diosa cielo, que estuvieron estrechamente enlazados hasta que Shu se interpuso entre ellos y los separó.

Nut engendró sucesivamente a Osiris, principio de la fecundidad y el bien, a su esposa Isis, símbolo del agua y de la tierra fecundada, a Seth, principio de la esterilidad y el mal, y a su esposa Neftis. Estos nueve primeros dioses constituyeron la Gran Enéada, que persistirá en la base de las ideas religiosas de Egipto.

La Pequeña Enéada, encabezada por Horus, hijo de Osiris e Isis, abarcaba todas las deidades secundarias. Según la mitología de Hermópolis, Thot, su divinidad suprema, era el origen de lo creado. Surgió por sí mismo del seno del caos y llamó u ordenó la existencia de ocho dioses, la Ogdoada (cuatro parejas, los machos con cabeza de rana y las hembras, de serpiente), que elaboraron en una colina, brotada del abismo primordial en la misma Hermópolis, un huevo del que salió el Sol, el cual creó y organizó el mundo después de subyugar a las fuerzas hostiles.

Menfis, cuando llegó a ser capital del reino unificado, al principio de la I dinastía, presenció el ascenso de Ptah a la cima más alta del panteón. El nombre teológico de Ptah es la "Tierra emergida" (ta-tenen), que personifica la colina primitiva que surge del caos, que está formado por Nun, el océano primigenio, y Naunet, diosa del cielo "subterráneo", esto es, el cielo que no vemos, el que recorre el Sol durante la noche.

Después de crearse a sí mismo, hizo otro tanto con otros ocho Ptahs, partes constitutivas de él, que llegaron a ser los grandes dioses de Egipto y formaron con el Ptah original una Enéada. Ptah simboliza la fuerza creadora, e incluye el mundo entero.

Los demás miembros de la Enéada son hipóstasis o aspectos suyos: Ur-Atum fue su inteligencia y voluntad, Horus su corazón, Thót su lengua, etc.

La mitología tebana viene a ser una mezcla de las de Heliópolis y Hermópolis en beneficio de Amón-Ra, convertido en dios supremo y, políticamente, del imperio, es decir, se transformó en el jefe de una Enéada según el modelo heliopolita o tuvo una Ogdoada sometida a él, de tipo hermopolita.

La génesis de la creación, conforme la creencia de Tebas, es la siguiente: Amón descansaba al principio inerte en las aguas de Nun, hasta que puso el pie en el lugar en que estaría Tebas y cobró conciencia. Ordenó que el terreno se elevase, su calor lo secó y creó el altozano primigenio, en donde nacieron por indicación suya los miembros de la Ogdoada. En aquel instante, se manifestó como Ra, o sea el Sol.


 

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