domingo, 11 de marzo de 2018

MITOLOGÍA Y RELIGIÓN CELTA


Los celtas son un pueblo de idioma indoeuropeo que, desde la Alemania central y la occidental, donde surgieron, se extendieron desde el I milenio a. de J. C. a Francia, islas Británicas, España, Italia, los Balcanes, Grecia y Asia Menor, e impusieron un modo de vida propio y determinadas creencias religiosas, en muchas ocasiones de modo efímero.
 
Su fe se reconoce con superior pureza en Francia (las Galias) e Irlanda, y puede seguirse en documentos clásicos romanos y por la arqueología. Estos datos presentan la religión céltica en un estado de pureza superior (en los países aludidos en último término), durante el período anterior a la conquista de Roma, y permiten reconstruir un panteón, y la estructura de un sacerdocio y unas creencias. Éstas vivieron cierto tiempo durante el dominio romano, en forma de un curioso sincretismo, por medio del cual es posible vislumbrar algunos aspectos curiosos de las mismas. En las islas Británicas se prolongaron incluso hasta la Edad Media.

El clero superior de los celtas recibe el nombre de druidas. Consistía en un sacerdocio de la mayor importancia y comparable a las más altas capas sociales de dichos pueblos. Su función era no sólo religiosa, sino civil, y abarcaba amplias esferas de la vida: la enseñanza de los hijos de los jefes, la medicina, la moral, los augurios y sacrificios, la exposición de misterios naturales y sobrenaturales, etc.

 
Los druidas podían ser de los dos sexos y se establecía en ellos una jerarquía, en la que figuraban los sacerdotes de categoría elevada, o druidas propiamente dichos, y los sacerdotes secundarios, divididos en vates ("adivinos") y gutuater, encargados del servicio de los templos.
 
Los druidas del primer rango, aunque observaban un modo de vida corriente (podían casarse, intervenían activamente en la política y dirigían la existencia social del pueblo), representaban una casta aparte, privilegiada, dirigida por el druida supremo, en la que parece que se ingresaba por vocación.
 
La moral céltica, según se conoce, consistía en honrar a los dioses, no hacer lo malo y ser valiente, y a todas luces, como se desprende de su comportamiento histórico, el pueblo la obedecía a pies juntillas.
 
Los datos que se tienen sobre el dogma druida son muy parcos y se han de espigar en los autores latinos. El más importante e interesante de ellos se refiere a la supervivencia del hombre en otra vida, y las opiniones de los escritores romanos al respecto resultan bastante dispares: para unos textos, los muertos iban a disfrutar de una existencia bienaventurada en las islas del Océano; otros aseguran que la muerte era el vehículo para gozar de larga vida en el más allá, en que las almas estaban animadas por el mismo espíritu que en la vida terrena; y otros, que las almas eran imperecederas y que, al fallecimiento de su propietario, se trasladaban a otros cuerpos.
 
El panteón celta, anterior a la conquista romana, prescindiendo de las asimilaciones que los autores griegos establecen con los seres divinos de su mitología, se componía de los dioses llamados Esus, Taranis, Teutates, Dian Cecht, Belenos y Borvo (Bormo), para citar a los más definidos o, hasta cierto punto, mejor conocidos.
 
Esus (¿"señor divino"?) no parece haber sido una deidad de gran importancia, aunque se conoce su apariencia gracias a bajos relieves: se representa como un leñador dedicado a talar un bosque, en el que se oculta un toro acompañado de tres grullas. Se ignora el simbolismo o la leyenda que palpita en esta imagen plástica.
 
Taranis o Taran ("trueno") es, según César, Júpiter, "el señor de los dioses". Los documentos arqueológicos prueban esta asimilación (que revela su señorío en el panteón celta) con la deidad suprema latina y en el período galorromano se le representa como un Júpiter pertrechado de una rueda, símbolo del carro con que recorre estrepitosamente los cielos. Por lo tanto, puede aseverarse que los celtas, como tantos otros pueblos, veneraban el trueno o el firmamento tempestuoso.
 
Teutates ("dios de la tribu") fue, según parece, el dios de la guerra, o al menos así se desprende de su parangón con Marte, debido a los escritores clásicos, aunque algunos lo identifican con Mercurio.
 
Dian Cecht, venerado en Irlanda, era una deidad de la medicina, análoga a Esculapio.
 
Belenos representaba al Sol radiante y bienhechor, Borvo Bormo al manantial curativo y Grannos a otro dios médico. Todas estas últimas divinidades estaban consagradas a la curación.
 
Dioses menores o mal conocidos son, por ejemplo, la serpiente de cabeza de carnero, símbolo de poder y fecundidad; el toro de tres astas; Smertrios, que lucha contra los enemigos de la abundancia; Cernunnos, el dios de los bosques en que hay ciervos, también protector de la fertilidad de la tierra; Ogmios, el Hércules celta; Dagda, señor del caldero, etc.
 
Los dioses Lug y Sucellus, el del martillo, tienen más importancia y distintos nombres en el ámbito celta. El primero, al que los clásicos parangonan con Mercurio, fue el inventor de todos los oficios y artes, lleno de ingenio y de actividad; por ello, se convirtió en el patrono del comercio y la industria, con la ayuda de una paredra, de nombre confuso, y de un dios herrero, llamado Goibniu en las islas Británicas. Sucellus, señor de la muerte y la vida, deidad ctónica por excelencia, ya que manda en la tierra y en el mundo subterráneo, tiene por atributos un martillo, símbolo de la muerte, y un caldero, símbolo de la vida. El nombre de Sucellus se emplea por conveniencia aquí, puesto que se daba a un dios posterior, de la época galorromana, tocado con una piel de lobo, provisto de un tonel y acompañado de un perro; Julio César le denomina Dis pater y le considera como una especie de Plutón.
 
Los mitos de estos dioses y de algunos más se ignoran por completo, porque los celtas sólo se servían de la tradición oral, no de la escrita.
 
El culto se celebraba en templos, en los que había ídolos que se ha pretendido reconstituir gracias a las máscaras descubiertas en las excavaciones. Los santuarios de madera (frágil material que ha hecho imposible su reconstrucción) se hallaban en un bosque sagrado, morada de los dioses.
 
Las ceremonias religiosas que se conocen con exactitud son dos: la recolección del muérdago y los sacrificios humanos. El muérdago (cuyo empleo, vagamente simbólico y que recuerda su origen, ha perdurado hasta nuestros días en las fiestas navideñas y del fin de año) era la planta más sagrada de los celtas.
 
Los druidas, según Plinio el Viejo, vivían en robledales y encinares, y efectuaban sus ritos provistos de hojas de robles y encinas. El muérdago revelaba para ellos la presencia del dios en el árbol en que aparecía. Al sexto día de la Luna nueva, un druida vestido de blanco cortaba el muérdago con una hoz de oro y lo recogía en un paño albo; tras ello, se sacrificaba un toro de níveo color y se pedía a las deidades que el muérdago concediera la felicidad a las personas a quienes lo habían dado.
 
Los autores clásicos y la investigación arqueológica hablan de los sacrificios humanos. En cuatro lugares próximos a Marsella se han descubierto restos de edificios de piedra; con alvéolos destinados a recibir cráneos de hombres.
 
Tanto César como Estrabón y Lucano acusan a los galos de inmolar víctimas humanas. Según el primero, solían quemarlas dentro de armazones de mimbres; el segundo dice que les hendían con una espada las costillas falsas y se predecía el futuro según fuesen sus convulsiones, o las mataban a flechazos, las crucificaban o las quemaban con animales.
 
Lucano precisa que Taranis, Esus y Teutates estaban sedientos de sangre y que sus víctimas perecían en altares elevados en oteros, entre árboles sagrados. Estas bárbaras costumbres, que dan una idea del temple de los pueblos celtas que se oponían a Roma, desaparecieron por intervención del gobierno imperial, que impuso la extinción de los druidas, los más interesados sin duda en que persistieran.
 
Tras la conquista romana y la supresión de los druidas, los dioses celtas vivieron junto a los de Roma, que se preocupó por motivos políticos de lograr la asimilación de ambos panteones. De este esfuerzo de sincretismo hay abundantes muestras en las dos religiones, tanto en Francia como en España y las islas Británicas. 
 
 
 

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