lunes, 19 de noviembre de 2018

DIOSES NORDICOS, ODÍN, EL FRESNO SAGRADO YGGDRASILL Y EL WALHALLA


Los teutones eran tribus de los pueblos que vivían en los bosques del norte de Europa, incluyéndose en él a germanos, godos y anglosajones. Raza dura e inflexible que tenían como deleite común el guerrear por doquier.
 
Antes de la llegada del Cristianismo compartían cultura y lengua comunes. Para ellos el mundo y los dioses eran de forma humana, y el mundo era un áspero campo de pruebas. Tenían la creencia de que los dioses eran una especie de raza de hombres superiores, dignos de admiración porque sabían muy bien cómo imponer su voluntad frente a la crueldad de las fuerzas elementales.
 
En un principio, según dicen las leyendas teutonas, sólo existía el vacío. No había océano que ocupara su vasto imperio, ni árbol que levantase sus ramas o hundiera sus raíces. Más al norte allá donde el abismo se formó una región de nubes y sombras que llamaban Niflheim. En el sur se formó la tierra del fuego, Muspellsheim.
 
Los doce ríos de pura agua glacial que transcurrían desde Niflheim hasta encontrarse con los correspondientes de Muspellsheim llevaban amargo veneno y pronto se solidificaron. Cuando las heladas aguas del norte tocaron sus rígidos cuerpos serpentinos, el abismo se llenó de gélida escarcha. Con el aire cálido que soplaba desde el sur se empezó a derretir la escarcha y de las amorfas aguas surgió Ymir, un gigante de escarcha, el primero de todos los seres vivientes, descrito así en una traducción del Edda en prosa:



... y cuando el aliento del calor llegó hasta la escarcha, y ésta se derritió goteando, se apresuró la vida a partir de las seminales gotas, gracias a la fuerza que el calor enviaba y se convirtió en una forma humana.

Del hielo surgió una gran vaca llamada Audumla e Ymir apagaría su sed en uno de los cuatro manantiales de leche que fluían de la criatura. Cada uno de estos seres primarios tuvieron hijos de forma asexual: Ymir a partir de su propio sudor y Audumla lamiendo el hielo.
 
El matrimonio de Bestia, hija de Ymir, con Bor, nieto de Audumla, trajo a los tres dioses, Odín, Vili y Va, quienes muy pronto se volvieron en contra de la raza de los gigantes exterminándolos a todos menos a dos, que escaparon para perpetuar la raza.
 
Cuando el caos resultante del desbordamiento, al derretirse el hielo, los tres dioses sacaron el cuerpo inerte de Ymir fuera de las aguas y crearon la tierra, a la que llamaron Midgard, la Principal Morada. De los huesos de Ymir se crearon las montañas y su sangre llenó los océanos. Su cuerpo se convirtió en tierra y sus cabellos en árboles.
 
Con su calavera los dioses formaron la bóveda del cielo, que atestaron de brillantes chispas de los fuegos de Muspellsheim. Estas chispas son las estrellas y los planetas.
 
Del suelo brotó Yggdrasill, el gran fresno, cuyas poderosas ramas separaban los cielos de la tierra y cuyo tronco constituía el eje del universo. De hecho en algunas leyendas Yggdrasill es el mundo mismo. Nadie podría narrar su grandeza. Sus raíces se hincan en las profundidades, más allá de las raíces de las montañas y sus perennes hojas atrapan las estrellas fugaces según pasan. Son tres sus raíces. La primera llega hasta Niflheim, tierra de sombras o infierno y toca la fuente Hvergelmir de donde manan los doce ríos de la región del norte. La segunda entra en la tierra de los gigantes helados y bebe de la fuente de Mimir, fuente de toda sabiduría. La tercera se extiende por los cielos donde discurre la fuente de Urd el más sabio de los Nornos, extrañas criaturas que juzgan el destino de todos los seres humanos.
 
Muchas fuerzas atacan al sagrado fresno. Cuatro ciervos mordisquean los nuevos brotes antes de que reverdezcan. El corcel de Odín, Sleipnir, pace en su follaje. La cabra Heidrun se alimenta de sus hojas. Pero lo peor de todo es la serpiente Nidhogg, un enorme monstruo que roe incesantemente sus raíces. Solamente el amor de los Nornos lo mantiene en buen estado. Día a día cogen agua de la fuente de Urd y la vierten en Yggdrasill para mantenerlo floreciente.
 

De los gusanos del cuerpo pútrido de Ymir, los dioses crearon la raza de los enanos, destinados a morar en las profundidades de la tierra durante toda la eternidad. Como todos ellos han sido creados, no pueden procrear. Cuando muere un enano, princesas enanas creadas para este fin modelan un nuevo enano con piedras y tierra.
 
El hombre y la mujer fueron creados a partir de los troncos de dos árboles inertes. Odín les infundió la vida. El dios Hoenir les dotó de alma y capacidad de juicio. Lodur les dio calor y belleza. El hombre fue llamado Ask (de Ash, ceniza) y la mujer Embla (parra), y de ellos desciende la raza humana.
 
Conforme fue desarrollándose la mitología de los pueblos teutónicos, gradualmente fueron tomando una forma más precisa. El mundo se veía como un disco plano rodeado por un único océano. En el océano vivía la serpiente de Midgard, cuyos anillos circundaban la tierra. Sobre Midgard estaba Asgard, la morada de los Aesir, o dioses, unida al reino de los hombres mediante Bifrost, el Arco Iris. Por debajo de Midgard yacía la región de los muertos Nifiheim (el mundo de las tinieblas). Es el mismo lugar que la mitología más temprana decía que se situaba al norte, pero adaptado para servir a una visión más compleja del universo en evolución.
 
Como se trata de mitología es difícil evitar confusiones, ya que lo que puede ser cierto en un época, la conciencia cambiante de una raza, puede no permanecer igual en un desarrollo posterior. Esto se verá claramente en las descripciones de los dioses, quienes cambian drásticamente durante el curso de su existencia.
 
Odín, o Woden según le llamaban los germanos, comenzó su existencia como deidad menor de las tormentas de la noche que corría furiosamente a través del cielo con una tropa de misteriosos jinetes, los fantasmas de los guerreros muertos. Woden significa furia, la liberación de las fuerzas ciegas de la naturaleza. Se decía que en las noches de tormenta el trueno de los cascos de su montura se oía retumbar por encima de las nubes.
 
Más adelante, cuando el dios comenzó a formarse en la mentalidad de sus pueblos, se le veía como el señor de las fuerzas brutales; sin que se le considerara por sí mismo una fuerza bruta. Gobernaba estas fuerzas salvajes a través de la habilidad de la magia y alcanzaba a ver la profundidad de todas las cosas secretas. No era un guerrero pero dirigía su herfjoturr o ejército de grilletes, un hechizo que producía un miedo paralizante en las filas de sus enemigos. Por esta razón, le rendían culto los guerreros. También era bueno para la medicina y sanaba a enfermos o heridos. Era capaz de recorrer la longitud de la tierra andando con la apariencia de un polvoriento caminante con un sombrero de ala ancha, o una capucha hondamente calada para esconder la cuenca vacía de ojo. Sacrificó su ojo obteniendo a cambio sabiduría de la fuente de Mimir y era conocido como el dios del único Ojo.
 
Una gran capa caía de sus hombros. Dos lobos, uno a cada lado, actuaban de guardianes y emisarios suyos. Dos cuervos se le adelantaban y volvían para cuchichearle secretos al oído. Uno se llamaba Pensamiento y el otro Memoria. Los anglosajones conocían al dios así representado como Grim el Encapuchado.
 
Más tarde en su evolución, Odín era visto como un sabio juez que dirigía los asuntos de dioses y hombres. Vencía a todo aquel que le oía por su elocuencia. Estaba dotado para la poesía y tenía un bello rostro. Lucía un reluciente peto y un casco dorado, y llevaba una lanza forjada por los enanos, Gungnir, que siempre acertaba en su blanco.
 
Valhalla se llamaba el palacio del dios. Odín presidía a los héroes que habían muerto durante las batallas libradas en la tierra. Pero sin embargo, a pesar de su carácter real y justo, Odín nunca pierde del todo sus raíces. Puede ser caprichoso a la hora de conceder su favor y abandonar brutalmente a un guerrero que previamente ha protegido.
 
Es proclive a irracionales ataques de ira y es preso de los pecados de la carne: ninguna diosa giganta ni mujer mortal se libra de sus requerimientos amorosos.

 

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