martes, 2 de octubre de 2018

MACHU PICCHU, UN SANTUARIO CERCA DEL CIELO


A seis millas del Cuzco está situado Pacari-Tambo, que significa "Casa de la Abundancia".

A un lado se eleva una colina denominada Tambo-Tocco o "Casa de las Ventanas" pues en esta colina existían tres ventanas que eran llamadas Maras-Tocco, Sutic-Tocco y Capac Tocco. El último nombre significa "Ventana Suntuosa", porque estaba adornada con oro y otros materiales de valor.

De las dos primeras ventanas salieron a la vida las estirpes que desde entonces pueblan los valles de Cuzco. Pero de la "Ventana Suntuosa" salieron los ocho hermanos Ayar, cuatro varones y cuatro hembras. No habían sido engendrados. Salieron de la mencionada ventana por orden del propio Viracocha y aseguraron que él los había creado para gobernar.
 
Al ver cuán temerosos y pusilánimes eran los nativos de aquellas regiones, les obligaron a aceptar esta creencia y se hicieron honrar por ellos como seres superiores, exigiéndoles servicio de vasallaje.



Los nombres de los cuatro hermanos Ayar eran: Manco Capac, Ayar Ucho (al que le estaba consagrado el santuario de Huanacauri), Ayar Cache y Ayar Auca (cuya pacarina era venerada en la Huacai-Pata de Cuzco). La más importante entre las hermanas era Mama Ocllo...

Hablaron los ocho entre sí:
 
"Hemos nacido fuertes y sabios. Aumentemos pues nuestro poder, agrupemos el pueblo a nuestro alrededor. Busquemos regiones fértiles y hagamos que sus habitantes nos sirvan. Pero... lucha y guerra contra los insubordinados...".
 
Esta leyenda recogida por Sarmiento más parece una historia convertida en leyenda, que una leyenda a secas. En su esencia, aparecen unos extranjeros que con una concepción conquistadora político-religiosa muy superior y con férrea energía, imponen su soberanía a los indígenas de naturaleza blanda, indolente y dócil.
 
Atahualpa, en cierta oportunidad había comentado al conquistador Pizarro:
 
"Si quieres que el pueblo te obedezca, debes matar a la mitad. Son vagos por naturaleza y sólo te obedecerán si llegan a temerte".
 
Bingham creyó haber encontrado con su "Templo de las Tres Ventanas", como él llamó al mirador, aquel legendario Tambo-Tocco que nunca pudo ser localizado con certeza, piensa Siegfried Huber. A pocos pasos de allí, una de las más encantadoras escaleras de Machu Picchu conduce hacia la cúspide rocosa de Inti-Huatana. Un miembro de la expedición de Bingham que descubrió Machu Picchu, contó hasta 3.200 escalones...

Hiram Bingham partió en 1911 del Cuzco con una expedición de la Universidad de Yale a fin de encontrar el último refugio del Inca Manco II. Contaba sólo con vagos rumores sobre la existencia de una ciudad en las montañas que rodean el Urubamba, uno de los afluentes andinos del Amazonas. Allí, en esa cumbre, encontró las ruinas de Machu Picchu, tal vez la ciudad más majestuosa de los Andes. El santuario estuvo perdido durante siglos porque se encuentra en una inaccesible cadena montañosa siempre cubierta de girones de nieblas que cubren la vegetación lujuriosa que reviste las ruinas.

Las ruinas se encuentran en una hondonada que está como a horcajadas entre dos altos picachos: el del norte se llama Machu Picchu, o "Pico Viejo", y el del sur, Huayna Picchu, o "Pico Joven".


En el centro de la ciudad se extiende una plaza rectangular, en dirección norte-sur, la cual divide con sus prolongaciones el conjunto de las construcciones en dos distritos: uno al este y el otro al oeste. En el plano actual se la llama "Inti-Pampa", Campo del Sol. Allí debieron celebrarse las grandes festividades.
 
De todas partes desembocan allí caminos y escaleras procedentes de las viviendas construidas a un nivel más bajo, jardines y paseos procedentes de los barrios señoriales situados al este, así como de los distritos militares y religiosos del oeste. Allí está enclavada la joya de Machu Picchu, el Torreón, una esbelta torre redonda, cuya base en forma de herradura se junta con la Casa de la Ñusta, una pequeña construcción sólida de andesita blanca, que parece creada exprofeso para pasar a la posteridad. Los portales y los nichos de los muros son de forma trapezoidal.

La impetuosa energía, la dureza granítica y la pétrea voluntad de dominio se denotan en aquellas enormes construcciones de cielo despejado.
 
Por unos anchos escalones se llega a la Sala de los Sacrificios, en cuyo fondo se encuentra el ara rodeada por tres muros. Al norte se eleva el "Inti-Huatana" por encima del templo, de manera que los asistentes al acto de sacrificio dirigían sus miradas hacia el templo enclavado en la más alta cúspide rocosa de la ciudad. Al otro lado de la gran escalera semicircular del Templo del Sol hay un conjunto que Bingham llamó "Grupo del Rey". Los muros que lo encierran tienen un carácter extraordinariamente sólido y los dinteles de sus puertas fueron tallados en macizos bloques de granito que pesan más de tres toneladas.

El descubridor de este Santuario situado a miles de metros de altura en los Andes peruanos no pudo contener su emoción al ver las ciclópeas construcciones en el silencio de los picachos, mientras en el fondo del precipicio se siente el estruendo del río Urubamba. Había descubierto la Ciudad Perdida de los Incas. Tal vez, el último refugio de los últimos Incas.
 
Al contemplar el fantástico espectáculo que se abría a sus ojos, exclama: ¡Qué prodigiosa cantidad de paciente esfuerzo se ha gastado en esta empresa!

El investigador Siegfried Huber dice:
 
"La pregunta que plantea la posibilidad de que los Incas desconociesen aquellas ruinas en tiempos de la Conquista está sobradamente justificada. Resulta inconcebible que los españoles, que atravesaron Tahuantinsuyu desde Chile al Amazonas, no se dieran cuenta de su existencia si es que en realidad era una residencia inca. Los esclavos de los incas, los gaconas, que odiaban a sus dueños, los cañaris y otros pueblos tributarios del imperio Inca, revelaban gozosos todos los secretos que conocían a los españoles. Además, numerosos españoles habían emparentado con varias familias incas, obteniendo así valiosas informaciones, pero nadie oyó jamás nada sobre Machu Picchu.
 
¿Estaba pues esta ciudad en tiempos de los últimos Incas ya abandonada y asolada como Tiahuanaco, de la cual lo sabemos con certeza? ¿Había sido aquel gran imperio megalítico víctima de una catástrofe guerrera o de una epidemia, aún hoy frecuentes en aquellas regiones? ¿Eran tal vez los propios incas los últimos descendientes de aquellas razas desaparecidas? Son éstas unas preguntas que deben ser contestadas por los resultados de futuras investigaciones."
 
A la petición de respuesta que hace S. Huber, se ha agregado el misterio de las momias en la cima de la nieves eternas de las montañas andinas, planteado por Robert Charroux, en su libro "Historia Desconocida de los Hombres".

En la primera quincena de mayo de 1959, venía de América una pasmosa noticia: treinta momias, de diez mil años de antigüedad al menos y pertenecientes a una civilización desconocida, habían sido descubiertas en una gruta de la provincia de Sonora, en México. Habían sido conservadas merced a métodos de embalsamamiento cuyo secreto se ignora. Tal descubrimiento trajo a la memoria un hecho todavía más pasmoso, traído a colación por el Inca Garcilaso de la Vega y comentado mas recientemente por la princesa María Wolkonsky y el biólogo español García Beltrán:
 
En 1560, el joven Inca Garcilaso vio cinco momias incásicas, transportadas a la casa del licenciado Pablo Ondegardo. Se identificó a Viracocha, de largos cabellos blanqueados, por una avanzada edad; a Túpac Yupanqui, Huayna Cápac y las coyas Mama Runto y Mama Oello. Los cuerpos estaban tan bien conservados que no les faltaba ni un solo cabello ni una sola ceja. Se les había ataviado como durante su vida. Estaban sentados, con las manos cruzadas sobre el vientre y los ojos mirando hacia el suelo.
 
El reverendo padre Acosta dijo a propósito de tales cuerpos:
 
Estaban tan íntegros y tan bien embalsamados con cierto betún, que parecían estar vivos. Al hablar del secreto del embalsamamiento, Garcilaso escribió: Imagino que todo el secreto de los indios a este respecto consistía en inhumar los cuerpo en la nieve... y poner enseguida el betún de que habla el R. P. Acosta. Al ver esos cuerpos tuve ganas de tocar uno de los dedos de Huayna Cápac. Me pareció también vivo... Cuando las momias fueron llevadas a la ciudad, los transeúntes se postraban de hinojos y los españoles se sacaban respetuosamente el sombrero, lo que causaba un vivo placer a los indígenas.
 
Al ver que los indios proseguían adorando los cuerpos de sus antiguos soberanos, el marqués de Cañete, virrey del Perú, los hizo llevar a Lima. Pero, debido al calor y la humedad, se descompusieron las momias debiendo ser enterradas en el Hospital San Andrés (1562).
 
El señor García Beltrán, al prestar fe de tal informe, asegura:
 
Esas momias, con decenas de otras, fueron sacadas del templo y ocultadas antes del nacimiento de Garcilaso. Fueron reencontradas por error. Científicamente, tales momias eran cuerpos con todos sus órganos inertes, pero vivos, a consecuencia de la hibernación, procedimiento que los incas conocían muy bien.
 
Tales embalsamamientos tenían una finalidad científica, pues los incas creían que, en un día remoto, la ciencia sería capaz de dar una nueva alma y vida a las momias.
 
En el Vaticano también se embalsama, y bien se sabe que el "betún" de las momias incas era en realidad una crema sólida, transparente, formada de tres productos, uno de los cuales era la quinina.
 
En 1953, la prensa norteamericana anunciaba, con fotos ilustrativas, un descubrimiento idéntico: El arriero chileno T.B. acaba de encontrar, en un ventisquero de los Andes, un "huac" o escondrijo que contiene la momia de un niño inca y de numerosas estatuillas de oro macizo. Una de esas estatuillas tenía una cabeza de sapo. La momia parecía antigua, después del peritaje: más o menos unos setecientos treinta años. Estaba en perfecto estado de conservación.

El arriero, exaltado por el descubrimiento del tesoro, había sacado sin precaución a la momia de su ataúd de hielo. El señor García Beltrán da esta explicación del hallazgo:
 
El Inca Garcilaso de la Vega había declarado con precisión que el "Sapo Helado" (congelación por el sistema del sapo) era un secreto incásico. Se piensa que la niñita debía traer un mensaje de la ciencia inca a una humanidad venidera, pero que había sido muerta por su brusca inhumación. Las estatuillas de oro, y especialmente la de cabeza de sapo, brindaban en lenguaje secreto la explicación del experimento.

El señor García Beltrán asegura que otras momias vivas están ocultas en cráteres de volcanes o ventisqueros de los Andes. Los cuerpos se hallan en estado de letargo por el procedimiento "curara" cuando están en cráteres. Las momias de los ventisqueros se hallan en estado de, hibernación por el método "sapo". Es seguro que el sapo, gracias a sus venenos diastásicos, puede permanecer enterrado, sin comer, y seguir en vida, durante doce años.


 

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