lunes, 8 de octubre de 2018

CUZCO, LA CIUDAD MÁS RICA ANTES DE LA CONQUISTA


"Nací como un lirio del campo y como tal crecí.
Pasó el tiempo y llegaron la vejez y la muerte,
yo me marchité y morí"
 
Canto fúnebre del Inca Yupanqui, según cuentan los Amautas.

Había muerto el Imperio, pero quedaban sus ciudades, sus fortalezas, sus caminos que partían en busca de los puntos cardinales...

Cuzco. La vieja capital

Su fundación por el legendario Inca Manco Cápac data más o menos del año 1.100 d. de J.C.
Cuzco era, de acuerdo con los relatos legendarios, el lugar en que Manco, después de descansar de su peregrinación, hundió su vara de oro.

La ciudad de Cuzco se encuentra en medio de un valle situado a más o menos 3.300 metros de altura. Las laderas del valle son altísimas y escarpadas montañas. Sólo al sudeste el valle se ensancha y se extiende en una sucesión de fértiles planicies. Dos riachos canalizados por los incas con piedra trabajada, sirven de afluentes al río principal.

La ciudad se dividía en dos: Hanan-Cusco, o Cuzco superior, y Hurin-Cusco, o Cuzco inferior. En esta parte quedaba el centro de la ciudad, donde habitaban los nobles. Tenía dos plazas principales de las cuales se desprendían angostas callejuelas.

Según un cronista de la época:

"Era grande y majestuosa y debe haber sido fundada por gente capaz e inteligente. Tiene muy buenas calles, aunque angostas, y las casas están construidas de macizas piedras, bellamente unidas..."

Y concluye Pedro Cieza de León:

"El Cuzco era la ciudad más rica de las Indias, por el gran cúmulo de riquezas que llegaba a ella con frecuencia, para incrementar la grandeza de los nobles...".
 




Sólo cinco españoles pudieron ver a Cuzco antes de ser despojada de su oro y de ser destruida en parte por contiendas. Por tal motivo, la arqueología de Cuzco es inadecuadamente conocida.

Cuzco llegó a su consolidación después de la reconstrucción a que fue sometida en el año 1400 y que logró una eficaz planificación urbanística. Se canalizaron los ríos que la atravesaban y se dio a las calles una planificación tal que las hacían llegar a las dos principales plazas. Las casas corrientes eran de un piso y las mansiones señoriales de los nobles de dos y hasta tres pisos. Los principales edificios se hallaban circundando la gran plaza y el fastuoso templo del Sol ocupaba un destacado lugar.

Para conservar la pureza del agua, ésta era conducida por canales de piedra trabajada y labrada. Partiendo de la Plaza Huaycapata (Plaza de la Alegría), se extendían los doce barrios de la ciudad, distribuidos en cuatro secciones: las cuatro principales direcciones o provincias del mundo, que conformaban el nombre del imperio: Tahuantisuyo.

El Inca era el Señor de los Cuatro Suyus (los Cuatro Puntos Cardinales). El Cuzco era un verdadero microcosmos del imperio. En ella vivía gente que procedía de todos los rincones del imperio, ataviada con su indumentaria autóctona.

Cieza de León cuenta:

"Cada tribu se identifica por los tocados que llevan sus miembros; si se trata de "yungas", van embozados como gitanos; los "collas" de alrededores del lago Titicaca, llevan gorros en forma de una redonda paca de lana, en tanto que los "canas" portan otra clase de gorra mayor y más ancha. Los "cañaris",' del Ecuador, se tocan con coronas de gruesas cintas. Los "huancas" usan cortas cuerdas que les cuelgan hasta más abajo de la barbilla y el pelo se lo trenzan. Los "canchis" llevan anchos listones rojos o blancos que les pasan por la frente.

Todas estas tribus se distinguían particularmente por la forma de su tocado, tan claro y distinto que cuando se reunían quince mil hombres, las diversas tribus podían distinguirse unas de otras".

Así eran algunos de los habitantes del Cuzco, alojados en sus secciones respectivas y ocupando casas bajas, pintadas de rojo o amarillo y techadas con paja brava.

El Templo del Sol, el Palacio de los Incas, La Casa de las Elegidas (Vírgenes del sol) y otros más fueron construidos por arquitectos profesionales y constituían el orgullo del imperio. Se les distinguía por sus largas paredes de piedras muy bien labradas y que coincidían entre sí con una perfección no igualadas en ninguna otra parte del mundo. El exterior de dichas construcciones rara vez ostentaba ornamentación. Las de mayor importancia se revestían con láminas de oro.

El primer español que vio Cuzco —esplendorosa en su vestido de oro— relató:

"haber visto un edificio cuadrangular... que medía cuatrocientos cincuenta pasos de esquina a esquina, enteramente cubierto de oro; de esas láminas de oro ellos quitaron setecientas, las cuales en conjunto pesaron quinientos pesos de oro...".

Cuenta Cieza de León que gran parte del botín obtenido en el Cuzco consistió en láminas de oro desprendidas de los muros.
"Estas tienen agujeros... que demuestran haber estado sujetas con clavos", con lo que se comprueba que muchos de los edificios reales del Cuzco estaban recubiertos de oro. Había tanta cantidad de metal como para estimular la fantasía de los españoles hasta las mayores alturas.

En Cuzco no sólo habitaban tribeños provenientes de todas partes del imperio, sino que también allí residían los caciques de otras tribus absorbidas por los incas, lo cual daba a la ciudad una fantasía como sacada de Las Mil y Una Noches.

En diversos lugares de la ciudad había almacenes reales que contenían los tributos de todos los estados súbditos: pilas de algodón de la costa, algas y caracoles, armas, etc. Cuzco también era un arsenal de armaduras y corazas de algodón, mazas de combate en forma de estrella, afilados cuchillos, hondas, boleadoras y jabalinas.

Pedro Cieza de León dice:

"Había allí muchos plateros y orífices que sabían hacer las piezas que ordenaban los Incas... y no podía sacarse el oro ni la plata bajo pena de muerte...".

Cuzco era una ciudad muy bien planificada que no tenía rival en el mundo. El edificio más fabuloso era el "Curi-Cancha", Recinto de Oro, que se alzaba en el sitio en que, según la leyenda, había estado la primera construcción levantada por el primer Inca. Los conquistadores que lo vieron, nunca se cansaron de relatar lo que habían contemplado, y después de quinientos años los arqueólogos todavía están tratando de reconstruir como fue ése, el más asombroso, antiguo y sagrado santuario de los Incas.


El Templo del Sol estaba contiguo al Recinto de Oro Era un adoratorio además de centro de la organización eclesiástica. Está presidido por el sumo sacerdote, el "Villac-Umu", que residía en el grandioso templo. Esta compleja estructura se componía de seis edificios principales: los santuarios del Sol, la Luna, las Estrellas, el Rayo, el Arco Iris y una especie de casa capitular para los sacerdotes del Sol; todos estos sitios estaban rodeados de la "Inti-Pampa", Campo del Sol. En el centro de este último había una fuente recubierta de oro, en la cual estaba labrada la imagen del Sol, ese mismo sol que cayó en manos del conquistador que lo jugó y lo perdió en una noche...

El exterior de la construcción estaba recubierto de placas de oro tan gruesas, que cada una de ellas pesaba de dos a cinco kilos. Aun cuando el techo era de paja brava, también tenía, según se dice, largas pajas de oro mezcladas con las naturales, para que brillaran a los rayos del sol poniente...

Para asombro de los primeros europeos que lo vieron, el Curi-Cancha contenía en sus campos una imitación en oro de diversas plantas: maíz, en su tamaño natural, con el tallo hábilmente trabajado en oro, lo mismo que las hojas y mazorcas. Además de esto, había más de veinte llamas hechas de oro con sus crías y pastores en tamaño natural, y con sus hondas y báculos para cuidarlas... todo en oro.

No hay duda respecto a la veracidad de este informe, porque el inspector del rey de España, Miguel de Estete, agregado a la expedición para dar fe oficialmente de los artículos que componían el botín, consignó haber visto "pajuelas hechas de oro macizo con sus espigas tal como crecían las naturales. Y si yo fuese a mencionar todas las distintas variedades, formadas con oro, mi historia no tendría fin...".

Es necesario forzar la imaginación para después de todos estos siglos aceptar que todo eso pudiera haber surgido de las culturas indígenas americanas, sin ningún contacto con el exterior. Pero al visitar los museos que conservan colecciones peruanas antiguas, convencerá al más escéptico de que la especialización del trabajo indígena hizo posible la grandeza del Imperio, sin olvidar, naturalmente, que lo más grande y hermoso fue fundido en los crisoles de la Conquista.

Aparte del Templo del Sol, impresionaba la Aclla-Huasi, la "Casa de las Elegidas". Era un grupo de edificios que se extendía sobre la Inti-Pampa hasta el Inti-Huasi, con una superficie de 100 x 100 metros. Una estrecha callejuela la separaba del gran Amaru Cancha. La otra fachada estaba situada en la Huacai-Paca, entrada principal donde se celebraban las fiestas oficiales. El interior de este bloque estaba dividido en dos departamentos: uno destinado a la media clausura, que incluía la administración y la servidumbre, y el otro, la clausura total. El umbral de este último no podía ser atravesado por ningún mortal, a menos que fuera el propio Inca, el Villac Umo o la coya con sus hijas. Así vivían las Acllas, las aisladas.

El Inca Garcilaso de la Vega las llama " Virgenes del Sol", pero más cercano a la realidad resultaría llamarlas "esposas del Sol". Las Acllas eran las novias del sol, elegidas entre las familias más nobles, sobre las cuales el Inca reinante en su calidad de "Hijo del Sol" tenía derecho en su representación. En su calidad de esposa del Sol, las Acllas debían cuidar de la casa del Inca y del templo del Sol. Tejían y cosían los innumerables trajes, ropas interiores, ornamentos, etc., que requerían la personalidad del soberano el cual usaba cada pieza de vestir sólo una vez, y además, atendían a todas las necesidades del culto. Tejían los llautos y preparaban los trajes de ceremonia que los mancebos vestían el día de su consagración. Las Acllas eran tabú para todo hombre corriente. La violación de los derechos intocables del Sol o del Inca eran castigados en la forma más cruel.

Los institutos Mamacona de las provincias no tenian apenas relación con las Acllas-Huasi. Estaban destinados preferentemente a la educación de las jóvenes, a la elección de las Incap-Allá y, además, parece ser que tenían una especie de funciones complementarias para cubrir las necesidades de la corte.

Hernando Pizarro escribe en una carta que aquellas mujeres eran puestas al servicio del Inca cuando éste realizaba alguno de sus viajes, y añade:

"Cuando pasamos nosotros, los Curacas nos ofrecieron también mujeres de estas casas"

Fuera de estas oscuras tradiciones, en las Aclla-Huasi debió haberse realizado un ideal que prestó a la mujer Inca un cierto halo de dignidad.

Los alrededores campestres del Cuzco también se beneficiaron con el ingenio constructor de sus habitantes, dando una gran ayuda a la agricultura. Nos referimos a los observatorios solares o Inti-Huatana. El Inca Yupanqui hizo construir observatorios astronómicos al este y al oeste de Cuzco, para determinar las épocas de la siembra y la cosecha.

Siguiendo un sencillo procedimiento empírico, se clavaron en primer lugar cuatro postes agujereados en su parte superior a una distancia de dos varas entre sí. Este primitivo sistema permitía marcar el curso del sol. Una vez determinados los datos de importancia para el cultivo de la tierra, los postes fueron sustituidos por columnas de piedra; a su alrededor se colocaron unas baldosas en las cuales una ranuras grabadas indicaban la posición del sol en todo momento. Prácticamente quedo así construido el calendario solar. Esto fue muy importante ya que los usos y costumbres dependían en gran medida del clima.

 

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