jueves, 6 de octubre de 2016

LAS PANATENEAS


Sabemos ya que en honor de Júpiter se celebraban los Juegos Olímpicos. No podía hacerse menos por su hija predilecta, Minerva,  que ofrecerle otras diversiones semejantes.

Se organizaron, pues, en su honor, con toda la pompa imaginable, las famosas Panateneas, fiestas que se celebraban en la ciudad de Atenas. Todos los pueblos de Grecia asistían a la ciudad de Cécropos para admirar las solemnidades o tomar parte en ellas.

Tal como en los Juegos Olímpicos, se disputaban los premios de la carrera y de la lucha. Pero en éstos la Poesía y la Música obtenían la preponderancia y ocupaban lugar preferente. Porque la finalidad de las Panateneas no era otra, en definitiva, que la de glorificar ante todo la diosa que idealizaba la fuerza del pensamiento, la perfección de las Artes, la protección y la divulgación de las Ciencias humanas.

Los hijos de los primeros ciudadanos de la Hélade mostraban su habilidad en la conducción de caballos y carros en las grandes carreras. Otros jóvenes libraban  diversas pruebas  y demostraciones gimnásticas. Estaban los que preferían pruebas de otro carácter más dulce y pacífico y que probaban sus aptitudes ejecutando admirables composiciones poéticas o musicales.

La flauta o la cítara acompañaban sus improvisaciones. Muchos contribuían al concierto con la gracia o la melodía de su voz interpretando canciones adecuadas al acto. Se proponían temas a los poetas para perpetuar el recuerdo de los famosos capitanes o de los valientes libertadores de la tiranía.

Para terminar estas fiestas con un digno epílogo se organizaba una marcha solemne en la que tomaban parte hombres y mujeres de todas clase y condición, venidos de todos los puntos de Atica. Esta procesión anual se dirigía al templo de la diosa para reemplazar el manto de su estatua por otro confeccionado por las más ilustres damas de Atenas. Este manto, llamado peplo, de un tejido ligero, estaba adornado con delicados bordados representando escenas famosas de guerras y combates.

La comitiva se dirigía al interior de la ciudad. Abrían la marcha los Magistrados. Seguían los Sacerdotes y sacrificadores del culto de la diosa; venían después las vírgenes, cubiertas con ligerísimos velos, graciosamente sujetos a sus cabezas por coronas de flores; el desfile continuaba con el paso de los niños sonrientes y radiantes, con los guerreros armados de lanzas y arcos y los viejecitos, de aire venerable, llevando sendos ramos del pacífico olivo que conmemoraba el fracaso de Neptuno ante Minerva. Los músicos rapsodas acompañaban a la multitud recitando los poemas de Homero y entre los numerosos grupos se destacaban los danzarines cubiertos de armaduras que se paraban a intervalos para simular, al son de las flautas, la lucha de Minerva con los Titanes.

A lo largo del trayecto se oían los cantos sagrados alternando con los himnos patrióticos. Y los viejos salmodiaban. Un tiempo fuimos valientes jóvenes, osados, fuertes... a lo cual contestaban los hombres maduros, en la plenitud de su vigor:

"Somos hombres esforzados, pues nuestro turno ha llegado".

Y los adolescentes, llenos de fogoso entusiasmo, cantaban a su vez, esperanzados:

"En fuerza, día vendrá que nadie nos vencerá..."

De esta manera se cultivaba la valentía y el patriotismo de la nación. Al final de la comitiva surgía un maravilloso bajel que parecía sostenido por invisibles céfiros; allí se encontraba el sagrado velo que, llegados al templo, los sacerdotes recogían colocándolo religiosamente sobre las espaldas de la divinidad.

Fidias había esculpido la estatua de Júpiter. La de Minerva, igualmente de oro y marfil y del mismo escultor, fue colocada en el Santuario del Partenón, en lo alto de la Acrópolis que dominaba la ciudad de Atenas. La diosa, erguida, lleva una larga túnica que la cubría enteramente. La égida, adornada con la cabeza de Medusa, protegía su pecho. Cubierta con un casco,  en cuya parte superior ostentaba dos grifos y una esfinge. La diosa llevaba en sus manos una lanza y una victoria.


 

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