jueves, 10 de mayo de 2018

LA LEYENDA DE LA ESFINGE


Ha tenido mucha celebridad en todos tiempos la Esfinge, monstruo fabuloso que representaba generalmente un toro con garras de leona, agachada, con el pecho y cabeza de mujer, símbolo de Neith diosa de la sabiduría como Atenea entre los griegos y personificación del espacio celeste.
 
En las ruinas de los templos egipcios de la Tebaida se ven aun largas hileras de Esfinges monolitos.

A poca distancia de la pirámide mayor se ve una de colosales dimensiones enterrada en parte por las arenas del desierto. Es de granito de color rojizo y todos los viajeros han admirado la majestuosa serenidad de sus facciones.

 

Todos conocen la trágica leyenda de Edipo, que el ingenio griego hizo salir vencedor de la Esfinge de Tebas:
 
Habíase situado el monstruo en una encrucijada y proponía a todos los viandantes un enigma, devorándolos si no acertaban a resolverlo. Se atrevió el valeroso griego a presentarse y le preguntó la Esfinge:

—¿Cuál es el animal que al salir el sol anda con cuatro pies, a la mitad del día con dos y al anochecer con tres?

Edipo respondió sin vacilar:

—El hombre.


Se fundaba para ello en que el niño suele andar a gatas; el hombre que se halla en el periodo de la juventud o en el de la virilidad no necesita sino el auxilio de los pies; pero en el ocaso de la vida ya no puede andar sino apoyándose en el cayado. Esta respuesta dejó tan sorprendida a la Esfinge que Edipo aprovechándose de su estupor la mató, librando a la comarca de una terrible calamidad.

Según los poetas griegos, la recompensa de esta hazaña fue la mano de Yocasta y el trono de Tebas, que fue por cierto un triste galardón para tan alta empresa, pues Yocasta era su madre. Informado más tarde Edipo de su incesto, se arrancó desesperado los ojos y vivió oculto en su palacio hasta que fue arrojado de él por su propio hijo, viviendo errante, sin otra compañía que la de la tierna Antígona, tipo clásico de piedad filial y muriendo tristemente en el Ática en donde le había dado hospitalidad el famoso héroe Teseo.

Este trágico asunto ha inspirado magníficas obras dramáticas, entre las cuales son dignas de señalarse las de Sófocles, Voltaire y Martínez de la Rosa.

Esta es la fábula modificada por el genio helénico; mas para los egipcios la Esfinge reunía cuatro símbolos:
 
Su cabeza es de mujer y personifica la inteligencia humana con todas sus aspiraciones y su previsión de lo futuro; el cuerpo de toro que representa el vigor de la ciencia y la voluntad perseverante; las garras de león que significan cuan necesaria es la intrepidez para conseguir el triunfo en las luchas de la vida, y lleva también la grande Esfinge las alas de águila para indicar la resolución con que debe lanzarse el hombre a las mayores alturas cuando ha llegado el momento de obrar.


 
Si se recuerdan las máximas que los hierofantes inculcaban en el ánimo de los postulantes en el acto de la iniciación, se convendrá en que este simbolismo de la Esfinge venia a ser como una síntesis o compendio de la doctrina de los Misterios Isiacos.

Sin embargo, todo este simbolismo pudiera ser de época muy posterior, pues lleva el sello del alegorismo alejandrino.

No es éste el único ejemplo que nos ofrece la historia de la singular disposición que tenían los griegos para apropiarse las tradiciones y leyendas extranjeras modificándolas según su gusto e ingenio peculiares.

Por lo que respecta a la deplorable degradación del vulgo egipcio en punto a creencias religiosas, ha sido descrita y anatematizada con caracteres de fuego por uno de los más ilustres ingenios de la antigüedad romana, por el gran Juvenal, que se expresaba de este modo al tratar de La Superstición en su famosa sátira XV:


¿Quién ignora, Volusio Bitínico, las monstruosas divinidades que venera el necio egipcio?

Aquí adora al cocodrilo, allá tiembla ante un ibis engordado con serpientes. La efigie del mono de oro con larga cola brilla en los lugares en donde resuenan las cuerdas mágicas del coloso mutilado de Memnon, en donde la antigua Tebas yace aun sepultada bajo las ruinas de sus cien puertas. En otra parte venera el pez del mar y el del rio: ciudades enteras se prosternan ante un perro, pero nadie ante Diana."
 
 
 

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